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CAPÍTULO SETENTA Y CINCO:

Maratón parte 2:

Mía:

Le hice una promesa a Cae, tendríamos sexo esta noche, pero no creo poder cumplirla. Aún hay mucho que tengo que hacer y no estoy ni cerca de terminar a tiempo.

Estoy repasando las cifras y los puntos que quiero resaltar de mi discurso. Intento memorizarlo todo y no me detengo, ni siquiera cuando siento que mi cerebro va a explotar.

Mis dedos duelen desde hace horas y mi espalda a comenzado a molestarme, pero pienso trabajar hasta quedar exhausta así que ignoro cada incomodidad y continúo esforzándome. 

Escribo una y otra vez el discurso en diferentes papeles, los leo para asegurarme de que nada se me haya escapado y luego los releo y vuelvo a escribir. Siento como si estuviera en un círculo interminable, uno que me hace daño, pero que valdrá la pena su costo cuando conserve mi trabajo.

Escribo, borro, reescribo y luego cambio el discurso. Lo hago demasiadas veces, pero no alcanzo un resultado que me guste. Comienzo a decirlo en voz alta, algo que al principio parece una buena idea, aunque pronto se convierte en un trabalenguas y me pierdo en lo que digo.

Sé que ya no puedo más cuando no entiendo lo que leo, no obstante, eso me hace preguntarme si Meneredith lo entenderá cuando se lo explique, razón por la que comienzo el discurso desde cero. 

Los minutos pasan y el dolor se acentúa en mi estómago culpa de que Meneredith podría llegar en cualquier momento y si no tengo nada que decirle mi despido será definitivo. Al mismo tiempo siento hambre, sé que almorcé, Meneredith se encargó de eso, pero mi estómago gruñe como si no hubiera tenido comida en años. Presiono una mano sobre mi estómago y trato de distraerme recogiendo los papeles y comenzando a caminar de un lado a otro por la unión entre la sala y la cocina. 

Tropiezo, pero evito caer sosteniéndome de una de las paredes. Retomo mi caminata y escribo lo mejor que puedo sin nada en que apoyar mis papeles.

Redacto un nuevo discurso en poco tiempo, pero al leerlo noto que está peor que los anteriores. Las palabras se repiten y utilizo demasiadas para prácticamente no decir nada.

Vuelvo a frustrarme. Vuelvo al sofá. 

Busco entre los papeles el primer discurso que escribí, ese que me pareció estupendo al principio, pero ya no lo encuentro. Revuelvo los papeles y tras rendirme lo busco en mi celular, puedo volver a escribirlo en papel, solo tendría que copiarlo. Pero tampoco está ahí. Lo he cambiado tantas veces que el que encuentro no es el que busco y entonces comienzo a preguntarme si lo escribí en papel o si solo lo tuve en digital.

Me devano los sesos pensando qué hacer y luego miro la hora.

Son la nueve de la noche.

Meneredith ya debe estar por llegar.

Ese pensamiento hace que mi estómago se tuerza y cuando oigo una puerta abrirse a mis espaldas tiemblo y lentamente me giro. Esperando ver a Meneredith, esperando que se acerque y que no me salude, que simplemente diga que estoy despedida y que para mañana por la tarde mi oficina debe estar vacía, pero es Caetano el que está a unos pasos de mí cuando me giro y solo por un momento me permito respirar.

No es él. No es Meneredith. Aún no estoy despedida.

—¿Caliento la comida, Bombón? Muero de hambre — me pregunta y luego se queda viendo mis papeles. —¿Qué es todo eso que tienes ahí? — se acerca y creo que va a tomar una de las hojas. Me preparo mentalmente para explicarle que Meneredith va a despedirme, me preparo para ver su mirada de confusión, su decepción, sin embargo se detiene frente a mí y sujeta mis manos entre las suyas. —¿Por qué estás temblando? — se lleva mis manos a los labios.  Las besa con extrema delicadeza. No tenía idea de que estaba temblando, pero no me sorprende, me siento estresada. 

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora