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CAPÍTULO TREINTA Y UNO.

El RUN del ronroneo:

Meneredith hace que la caravana de cuatro camionetas nos lleven al centro de la ciudad, allí nos detenemos frente a una joyería, pero el jefe no se muestra muy de acuerdo con la sugerencia que le hicimos.

—Le compraré un peluche— murmura y le da órdenes al conductor de que nos lleve a una juguetería, Cae y yo nos miramos pero no decimos nada, para Meneredith es extraño, no obstante él nos preguntó qué se le regala a una niña recién nacida y nosotros le dijimos según nuestras tradiciones ya que en Argentina es normal regalarle aros de oro a una niña recién nacida.

Cae y yo soñamos con darle en un futuro a alguno de nuestros hijos sus primeros pendientes.

La camioneta se detiene en una juguetería y los tres bajamos, de inmediato mis ojos se van al oso pardo gigante que está en la vidriera, Cae sigue mis ojos y sonríe.

—¿Lo quieres abrazar?— pregunta leyéndome la mente y asiento con la cabeza, entro más rápido que ellos a la juguetería y me apresuro a ir por el oso pardo gigante que mide más de un metro. Su pelaje es esponjoso y suave, lo levanto y camino con él hacia Cae.

—¿Podemos?— le pregunto y asiente dándome la tarjeta de crédito, pero antes de que mis dedos la toquen Meneredith me da la suya.

—Compra lo que quieras y no te olvides del regalo, tiene que ser algo a la altura de una princesa— me dice y se va de la tienda dejándonos a solas a Cae y a mí.

Ambos nos miramos y recorremos la juguetería, él toma un carrito donde meto el oso para poder caminar sin tirar nada y paseo por los pasillos viendo todo. Muchas cosas llaman mi atención, pero no tanto como el Twister y es allí cuando me detengo.

Mi esposo y yo intercambiamos miradas y con una sonrisa traviesa toma una de las cajas y la mete al carrito. Compramos pistolitas de balines para tirarnos entre nosotros, también bombitas de agua y finalmente termino llenando ese carro y otro con muchos peluches, la mitad para mí y la otra mitad para la niña de la que Meneredith nos dijo tan poco.

Cuando llegamos a la caja a pagar la mujer se presenta, nos sonríe y pregunta si queremos algo más, no obstante las palabras se le atoran cuando seis hombres entran a la tienda, todos altos y musculosos vestidos con trajes color negro.

Al principio me asusto yo también, pero luego veo al hombre que estaba conmigo en la sala de vigilancia y me relajo porque sé que son los hombres que Meneredith contrató para protegernos.

—El jefe dice que se acabó el tiempo— nos hace saber uno de los hombres que nunca ví antes en mi vida y la vendedora se apresura a cobrar todo pasando la tarjeta negra sin límite de Meneredith.

Los hombres se encargan de los dos carros, reparten los juguetes en los diferentes baúles de las camionetas y cuando nos subimos Meneredith nos está esperando con un libro en la mano.

—Gracias— le devuelvo la tarjeta y él se me queda viendo. —¿Qué?— pregunto y señala al gigantesco peluchín que tengo en mis brazos.

—¿Vas a estar así todo el día?— pregunta y sonrío apretando un poquito a mi osito.

—Supongo— encojo los hombros y me acurruco entre Cae y mi nuevo peluche.

Cae se entusiasmó con un Tiki Taka y ahora no deja de jugar.

—Son dos niños— se queja el jefe y ambos nos reímos.

—Nunca está mal recordar la niñez— le dice Cae muy concentrado en su juego y yo le aprieto la manito a mi peluche.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora