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CAPÍTULO VEINTIUNO.

TOC TOC ¿Hay alguien allí?

Cae y yo vamos en su auto a RC, el aparcamiento está lleno, los autos entran, los empleados van llegando y se dirigen por las escaleras al vestíbulo y por el contrario, nosotros subimos en el ascensor del aparcamiento de jefes y socios.

Meneredith aún no llega, lo cual es raro pues salió una hora antes que nosotros. Hay un auto viejo estacionado en su lugar, Cae y yo nos vemos y él encoje los hombros y nos despedimos con un saludo de cabeza y un roce de dedos deseándonos un lindo día, antes de separarnos.

La oficina de monitoreo de seguridad está vacía, los turnos de rotación están asignados y puestos en una lista pegada a una de las pantallas.

Enciendo los monitores y reviso las grabaciones de la entrada y salida de anoche, todo se ve normal, así que me acomodo colgando el saco a mis espaldas, la puerta se abre y un vigilante me saluda con la cabeza, tiene el cabello desordenado, un café en la mano y se ve como si no hubiera dormido en días.

—Buen día— me saluda y asiento con la cabeza hacia él que luego de verme por unos segundos entiende que no soy de los que habla mucho, más bien, no puedo.

Él se acomoda a mi lado, se pone los auriculares y me ofrece de su café al cual agradezco y niego con la cabeza.

Tiene cara de necesitarlo, quizá ese y dos más.

La sala pronto se va llenando, se habla muy poco, es temprano y están todos con la mitad de la almohada aún en sus mejillas, excepto el hombre a mi lado que cada dos minutos se gira a verme.

Quiero preguntarle si necesita algo o pedirle que deje de mirarme, que me incómoda, pero al no poder hablar no me queda más que esperar a que él diga algo.

Se tarda diez minutos en decidir si hablarme o no y cuando lo hace prefiero que se hubiera mantenido con la boca cerrada.

—Lindo anillo— me señala con su dedo y sigo sus ojos a mi mano, mi anillo de casada está en mi mano, la sorpresa es palpable en él, pero más en mí.

El anillo no tendría que estar allí.

Me ruborizo fingiendo estar avergonzado y rápidamente me lo quito y lo meto en el bolsillo de mi pantalón, simulo estar nervioso mientras me paso la mano por el falso cabello oscuro y corto y estiro las mangas de mi camisa hasta la punta de mis dedos para ocultar mis manos.

—Descuida— dice y siento su mano en mi hombro, su dedo pulgar me acaricia, la incómodidad se vuelve real. —Tu secreto está a salvo, Mijaíl.— lo veo a los ojos y me guiña uno.

Asiento lentamente y quitándome sutilmente su mano para intentar concentrarme en las cámaras, vuelvo a hacer mi trabajo vigilando el sótano y la oficina de Meneredith el cual sigue sin aparecer, pero me es imposible anotar lo que veo, el hombre a mi lado no deja de verme de reojo.

—Oye ¿Me prestas tu marcador?— sus dedos rozan los míos y se lo doy antes de que vuelva a tocarme, tomo otro del lapicero e intento seguir con lo mío, pero una vez más vuelve a interrumpirme —Aquí tienes— lo deja sobre mi regazo y cuando me giro a verlo con mala cara, mis ojos se detienen en su monitor de vigilancia, su cámara está en el piso seis, a lo lejos veo mi escritorio y no está vacío como debería.

Muevo mi silla hacia el hombre y pongo mi mano sobre la suya en el ratón, lo miro pidiéndole silenciosamente que me lo preste, pero no lo suelta.

—Adelante— me dice y sin quedarme más opción que usar el ratón con mi mano sobre la suya, acerco el enfoque de la cámara, haciéndole zoon todo lo que puedo a mi antiguo puesto de trabajo y allí, sentado y ocupando mi silla se encuentra un pibe más joven que yo.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora