Capítulo 65

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CAPÍTULO SESENTA Y DOS:

Todo mal:

MÍA:

¡Hijo de puta!

Enloquezco por dentro, mientras en silencio nos dirigimos a R.C. Aprieto con fuerza la tableta en mis manos que Meneredith me dio y observo a mi esposo dormir a través de las cámaras del departamento que hasta entonces no sabía que existían, no obstante, Cae es la causa de mi preocupación y Meneredith es el que provoca mi enojo.

El maldito está cómodamente sentado a mi lado y mira alguna clase de estadística en su celular, no tiene idea que por dentro lo estoy puteando y hasta maldiciendo, aunque estoy segura de que si se girara mis ojos le dirían de todo.

Lo sucedido hace treinta minutos sigue repitiéndose en mi cabeza y solo logro enojarme más y más.

Amo.

¡Le dije amo! ¡Y luego tomé su maldita mano!

¿Por qué dejé que se aprovechara de esta forma?

No tengo idea y eso me está volviendo loca. Quiero arrojarle la tableta a la cabeza, reprocharle que insitarme a llamarlo de cualquier manera mientras estoy preocupada por mi esposo es un golpe bajo.

Pero lo peor es que no puedo decírselo, no puedo contarle que de tonta le dije amo y que pienso que es su culpa, porque me mirará con sus profundos ojos y me recordará que él no me obligó a decir nada y que yo acepté solita.

Y eso solo lo hace peor.

La camioneta se detiene en un semaforo, para ser el primer día voy llegando tarde y ni siquiera me importa.

Decirle amo a Meneredith y el hecho de no saber qué le pasa a Cae me tiene ocupada. De hecho no quería venir y dejar a mi esposo solo en el departamento, pero Meneredith insistió en que debíamos darle su tiempo y me entregó la tableta para que me quede tranquila y pueda ver cada movimiento de mi amor y lo que pasa en el resto del departamento, excepto la habitación donde Meneredith y él pasaron la noche, esa por alguna sospechosa razón no tiene cámaras.

-Apresúrate- le ordena Meneredith al chofer y este presiona el acelerador, por instinto miro a través de la ventana en busca del peligro, pero no hay coches siguiéndonos y a excepción de la caravana de camionetas que nos escoltan es un día normal en las calles de Diagonal Mar.

-¿Qué pasa? - le pregunto dejando caer la tableta en mi regazo, Cae no se ha movido en más de diez minutos y me permito relajarme.

-Reunión de último minuto- comenta sin apartar la mirada de su celular y viéndolo con el ceño fruncido.

-¿Tengo que asistir? - pregunto pues Mijaíl asistía a cada reunión, se había ganado el derecho de tener un lugar en la mesa, pero en lo que a mi respecta soy nueva en la empresa o al menos así me ven el resto de los empleados.

-Sí- me sorprende al decir y asiento regresando mis ojos a las cámaras en el departamento.

El resto del viaje es un cómodo silencio, ver a Mili moviéndose de acá para allá por el departamento mientras intenta limpiar aleja mi enojo y espanta mis malos pensamientos contra Meneredith.

-Dame- Meneredith me quita la tableta y la camioneta se detiene.

-¡Ey! - me estiro para alcanzarla, pero él abre la puerta y se sale antes de que pueda alcanzarla. Recojo mi bolso de mano y me apresuro a seguirlo, él atraviesa las puertas de R.C. sin que nadie lo detenga, no obstante, los dos guardias a cada lado del escaner me piden silenciosamente con sus ojos que deslice mi tarjeta de acceso.

Refunfuño viendo como Meneredith me deja muy por detrás y busco la tarjeta en mi bolso, saco pañuelitos, una lapicera, la billetera y la cartera con los documentos, puedo sentir a los guardias intercambiando miradas y finalmente encuentro una tarjeta, no obstante no es la mía, sino la de Mijaíl.

Refunfuño y continúo la búsqueda, mi bolso no es nada grande y rápidamente me rindo, en algún lugar entre la mansión y el departamento debí dejarme la tarjeta atrás.

Miro a los guardias, sus serias miradas y sus brazos cruzados sobre sus trajes me recuerdan a las veces que me seguían luego de que Mijaíl salía del trabajo, es por eso que descarto pedírles que me dejen entrar y veo más allá a donde Meneredith está a punto de abordar el ascensor.

-¡Gordo!- el apodo me nace por sí solo, pienso que se va a infartar al oírlo, aunque en Argentina es normal llamar a tu pareja de gordo o gorda, es más común que el aburrido "Amor" o "Cariño", pero como es de esperarse Meneredith no voltea y las puertas del ascensor se cierran a sus espaldas.

Refunfuño una vez más y maldigo por lo bajo al oír pasos y voces detrás de mí perteneciéntes al resto de los empleados. Siento mis mejillas calentarse y disimulo tanto como puedo el vergonzoso hecho de que olvidé la única tarjeta con la que puedo entrar a la empresa.

-Hola, vengo a una entrevista- la dulce voz femenina atrae mi atención y volteo disimuladamente a verla. Junto a ella los empleados pasan deslizando sus tarjetas como si no la vieran y el único que le está prestando atención es el guardia de seguridad que le frunce el ceño por largos segundos hasta que finalmente apoya su propia tarjeta y le permite atravesar el escaner.

La veo dirigirse con pasos tímidos hacia el ascensor y abordarlo luego de tomarse algunos segundos buscando el número del piso al que va.

—Vengo a una entrevista— le digo al guardia a mi lado y al igual que el otro, me frunce el ceño.

—Te estaré vigilando— me advierte y asiento fingiendo escucharlo, la verdad es que cuando pone su propia tarjeta dejándome pasar lo olvido por completo y me dirijo a toda prisa al ascensor.
—¡Piso dos!— me indica, pero mi dedo toca el último piso y antes de que las puertas se cierren alzo la mano y lo saludo con una sonrisa burlona.

Cierro los ojos y espero, el ascensor es veloz y en tiempo de nada estoy en el piso de Meneredith, su asistente me dedica una mirada, escucho algo sobre "El señor está en una reunión", pero la ignoro y me apresuro a atravesar las puertas encontrándome a Meneredith y a otro tipo.

Ambos voltean a verme y por la mirada que me dedica Meneredith sé que la cagué, pero no tengo idea del porqué.

—Piso ocho— me indica y regresan a su conversación.

Doy media vuelta y salgo de allí, la recepcionista me mira con cara de "Te lo dije", y nuevamente la ignoro y espero un nuevo ascensor.

Pasan bastantes minutos antes de que las puertas se abran y cuando lo hacen soy sujetada por los brazos y arrastrada por los guardias al interior.

—¡Meneredith!— grito, pero las puertas se cierran y comenzamos a bajar —¡Los van a despedir!— les digo golpeando el piso con mi pie.

Ellos no dicen nada y solo me pone de mal humor.

—¡Ya deberían saber que trabajo aquí!¡Tengo mi propia oficina!¡Y un asistente!— me quejo.

—Sin tarjeta no hay ingreso— se molesta uno en decirme y solo por hablar sé que me la agarraré con él.

—¿Y por qué a la otra chica si la dejaron, eh? — cuestiono. —Eso es discriminación.

—Ella sí fue al piso dos— dice el mismo guardia y ruedo los ojos.

—¡Claro! ¡Pero yo ya trabajo en esta empresa! ¡¿Quién crees que creó la última app, eh?!

Ambos se ríen y me ignoran por el resto del camino, pero yo sigo quejándome y quejándome hasta que una vez más estoy del otro lado de los escanner.

—¿Al menos podrían decirle a Meneredith Rey que estoy afuera?— pregunto y nada, es como hablarle a la pared.

Suspiro y me siento en el piso, de aquí no me muevo. A la mierda si estorbo en la entrada del resto de los empleados, sin mí nadie aquí tendría con qué trabajar. Meneredith lo dijo, soy su mejor técnico, me merezco respeto. Esto es indignante.

Cruzo las piernas en chinito y recargo la cabeza en mis manos, tengo el mal presentimiento de que voy a estar aquí un buen rato.

Al final este iba a ser un día increíble y salió todo mal.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora