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CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE.

El ENOJO de Caetano.

Caetano:

Me esfuerzo en poner toda mi atención en el almuerzo mientras oigo los gemidos de mi esposa desde la cocina del departamento. Mis manos son torpes el día de hoy, al igual mis pies que tropiezan una y otra vez con el suelo, aunque no haya nada allí.

Me aseguro de que la comida no se queme y cierro los ojos recargándome con las manos extendidas sobre la mesada. Mis oídos se agudizan ahora que no estoy viendo y solo la oigo a ella.

Al amor de mi vida, gritando gemidos, pidiendo más de lo que sea que Meneredith le está haciendo y disfrutando una polla que no es la mía.

Creí que me molestaría, le dije a Meneredith que disfrute, pero por dentro sentí miedo de que ella lo prefiera a él y visto que ya han pasado más de seis minutos, sé que es así, sin embargo, no me molesta que él le de placer, me molesta que yo no haya podido hacerla gritar así.

Siempre creí que teníamos buen sexo, lo hacíamos a diario experimentando diferentes posiciones o jugando con nuestras bocas sobre el cuerpo del otro, jamás se me ocurrió que yo era insuficiente para ella. Pensé que hacerla correrse era perfecto y que mientras lo consiguiera el sexo sería estupendo y ahora oyendola sollozar, gemir y hasta gritar de placer me hace dudar, preguntarme qué más podría darle o hacerle para provocar estos mismos gritos cuando esté conmigo.

Pero no sé cómo, soy inexperto, todo lo que sé de sexo lo aprendí de ella. Creí que estaba bien perder la virginidad con la persona que amaría para siempre, mi desde hace cuatro hermosos años esposa, pero ahora tengo mis dudas ¿Habría aprendido más si tuviera experiencia con otras mujeres? La pregunta ronda en mi cabeza y sin embargo, tocar a otra que no sea mi amor me disgusta.

Los gemidos por fin se detienen y el horno suena indicándome que la comida ya está lista. Me espabilo y saco las bandejas con comida, absteniéndome de ver el reloj del horno, pues no quiero saber cuánto aguantó él.

Los amo y los deseo a los dos, pero siento celos de que él aguante más que yo.

Sirvo la comida en cinco platos, acomodo todo en la mesa como desde pequeño me enseñaron y me dirijo a la habitación, respiro hondo antes de abrir la puerta preparándome para ver los ojitos brillosos de mi esposa y la abro encontrando que él la está abrazando y la besa dónde yo la he besado antes, la veo a ella que se retuere y le sonríe por sobre su hombro como solía sonreírme a mí.

Aprieto los puños y los aflojo, me aclaro la garganta y aunque trato, no logro quitar la cara de disgusto a tiempo, ambos la ven y se separan o al menos Mía lo hace, Meneredith me mira, pero no deja de besarle los hombros.

—Ya está la comida — aviso y salgo mi mano azotando inconscientemente la puerta. Voy a las otras habitaciones y llamo a Mili y a Ester. No he hablado mucho con la hermana de Meneredith y cuando ella me sonríe yo no le devuelvo la sonrisa, no porque no me agrade o no quiera ser amable sino porque sigo molesto conmigo mismo por no poder complacer a mi esposa.

Regreso a la cocina y a diferencia de lo que me enseñó mi tía de siempre esperar a que todos se sienten en la mesa comienzo a comer y cuando la puerta se abre y Meneredith sale finjo estar demasiado concentrado en mi comida como para prestarle atención, no obstante, él me toma por la nuca y posee mi boca como tanto le gusta hacer.

No correspondo a su beso y él me muerde el labio hasta que ya no aguanto el dolor y le dejo meter su lengua. Siento mi sangre en sus labios, sé que ahora mi labio está partido y aún así cuando creo que el aire se me va a acabar lo aparto y continúo comiendo.

—Caetano— la voz de Meneredith es cariñosa, él siempre es así conmigo, me trata con dulzura y se preocupa, me resulta gracioso que provoque a Mía solo para ver hasta qué punto puede volverla loca de pasión o enojo, nunca se sabe y es que tienen personalidades fuertes, él es todo lo duro de este mundo y sé que solo es dulce conmigo, con Mía es brusco y sé que a ambos les encanta.

Tiene que ver con lo que me explicó hace tiempo y que alguna vez Mía también me lo dijo. Soy un sumiso, por naturaleza al parecer, en cambio él no, él es todo lo contrario y Mía...ella es un poco de ambas cosas.

—Se te va a enfriar— le digo luego de un largo silencio.

—Dime qué te pasa— ordena sin dejar de ser dulce y como no respondo me toma del cuello y por instinto cierro mis ojos entregándome a él de una forma que nunca hice con nadie.

—Duras más que yo— me cuesta decirlo, me molesta admitirlo, es un golpe directo a mi hombría, pero es la verdad. —Ella grita más alto contigo...disfruta más.

Me siento derrotado en cuanto lo digo.

—Tienes razón, ella disfruta más— sus palabras son un puñal que clava en mi pecho, me intento apartar, no obstante, él no me lo permite y acerca su rostro al mío —Pero si me dejas entrenarte...

—¿Qué?— me apresuró a decir, desesperado por ser tan bueno en la cama como él.

—Si me dejas entrenarte te prometo que durarás más y que ella no querrá volver a salir de la cama.

—Sisi— asiento y me abalanzo sobre él o eso intento, pues su mano me jala lejos, de regreso a mi silla.

—Aún no termino — dice y refunfuño. —A cambio quiero tu culo, una noche, solo para mí y para hacerle lo que quiera.

Mis manos tiemblan y a la vez hormiguean con interés. Aún no llegamos a eso, jamás dejé que estuviera en mí, yo sí lo chupé y besé cada parte de su cuerpo, pero nunca fuimos más allá.

La puerta se vuelve a abrir y Mía sale, en su piel hay un brillo hermoso que me deja con la boca abierta y rápidamente y pensando en ella asiento.

—Sí, está bien— me regreso a mi silla y le sonrío a mi amor, ella suspira mientras toma asiento frente a mí y me doy cuenta de que debí hacerle creer que estaba enojado con ella, mi cara y el azote a la puerta debieron darle una mala impresión, espero que con mi sonrisa se arregle. —Te ves hermosa— estiro mi mano y tomo la suya, los ravioles están servidos así que puede comer con una sola mano sin tener que soltar la mía.

Ella me devuelve la sonrisa y al igual que yo o Meneredith comienza a comer.

Minutos más tarde Mili y Ester se nos unen, para entonces tanto Mía como Meneredith ya casi han terminado su primer plato y les sirvo el segundo.

Carajo, él debió dejarla agotada como para que coma así.

Miro a Meneredith y él me guiña un ojo.

Maldito. Si tan solo pudiera dejar de ser un sumiso le daría unos cuantos azotes para que deje de pensar en lo que le hizo a mi esposa.

Sacudo la cabeza y me concentro en comer. Pronto yo seré igual de bueno, pronto duraré tanto como él y seremos el trío perfecto.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora