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CAPÍTULO OCHENTA Y DOS:

BESOS Y MARCAS DE AMOR:

Me levanto temprano, lo cual es una tarea difícil porque en algún momento de la noche Caetano se arrimó tanto a mí que gran parte de mi cuerpo quedó atascado debajo del suyo.

Me toma varios intentos escaparme sin despertarlo, pero antes disfruto de unos minutos tal como estamos. Él ni siquiera lo nota, pero lo abrazo, sintiéndome calentita entre sus brazos. Lo huelo, impregnándome de su aroma, reconocíendome a mí misma en cada centímetro de su piel. Acaricio su cabello, dejo un beso en su cuello y luego con mucha fuerza lo quito de encima de mí.

Cae boca abajo sobre la cama como si estuviera muerto, tengo que contener la carcajada ante su gruñido y luego en cuanto comienza a masajear la almohada como si fuera uno de mis pechos, me cubro la boca para no hacer ruído y huyo rápido del dormitorio, vistiéndome a los saltos mientras salgo, antes de que se dé cuenta de que ya no estoy.

En el pasillo suelto las carcajadas que venía conteniendo.

Me toma unos minutos deshaogarme y luego me adentro sigilosamente en el  dormitorio de Meneredith.

Lo encuentro durmiendo con un antifaz azúl en los ojos y cubierto hasta el cuello por las sábanas.

Sin darme cuenta me lo quedo viendo. No había notado que usa antifaz para dormir, tampoco noté la forma en que se arrima a uno de los extremos de la cama, tan al borde que si se mueve podría caerse, aunque la cama es lo suficientemente grande como para permitir que tres personas duerman allí y aún sobre espacio.

Doy un paso más cerca de ė, olvidándome del verdadero objetivo por el que vine aquí. Lo observo dormir, parece tranquilo, aunque tiene la mandíbula tensa, por lo que supongo que está apretando los dientes y eso no es bueno.

Me acerco hasta que le acaricio la mejilla y su cuerpo se relaja. La mano que no noté antes que apretaba fuerte las sábanas se abre y toda tensión abandona su cuerpo.

¿Tenía una pesadilla o quizás siempre duerme así y no lo noté?

Le doy un beso en los labios, sintiendo la aspereza de su barba de días de no afeitarse y le doy otro, solo para sentir la sensación.

Él no se mueve, ni siquiera sabe que estoy aquí, su sueño debe ser pesado y comienzo a preguntarme qué más no sé de él.

Siempre fue mi jefe, lo veía de lejos y aún cuando en las últimas tres semanas ha sido más que eso, todavía no nos conocemos del todo.

—Espero que seamos buenos esposos, pero más que nada espero que podamos ser amigos— le digo, tan bajo que ni siquiera perturba su sueño y luego me alejo.

Tomo su computadora que es lo que vine a buscar y salgo de su dormitorio dejándolo descansar porque dentro de unas horas antes del mediodía tendremos que casarnos y todo cambiará.

Elijo la misma sala donde ayer estuve viendo la televisión. Es una sala pequeña en la parte trasera, que según las palabras de Meneredith está dirigida al uso de los trabajadores de la mansión. Él me aseguró que es poco usada, pero esa no fue la razón por la que le pedí usarla, sino que al estar tan lejos de los dormitorios y salones principales, las posibilidades de encontrarme con su abuelo eran prácticamente inexistentes.

No es que no quiera verlo, de hecho no lo conozco lo suficiente como para hacerme una idea de él, aunque estoy segura de que él sí se hizo una idea de mí. No se me pasó por alto sus miradas de desagrado, su enojo por nuestra visita y no quiero incomodarlo, especialmente en su propia casa.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora