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CAPÍTULO VEINTISIETE.

El TILI TILI del teléfono:

Entramos en la mansión dejando atrás los recuerdos del pasado y nos enfocamos en el presente, corro con las piernas doliéndome y voy a la sala, enciendo la gigantesca TV y camino de un lado a otro mientras le subo al volumen y veo el caos que las cámaras de los noticieron transmiten.

El escuadrón antibombas llegó en algún momento de nuestro trayecto a la mansión, la policía marcó un perímetro y evacuaron un kilómetro a la redonda actuando con rapidez y coordinación.

Mientras más lo veo más me asusto y me desmorono sobre el sofá, rasguñándome, tirando fuerte de mi cabello sin importarme cuánto daño vaya a hacerme, mientras pueda sentir algo.

—Mía, va a estar todo bien— me promete Meneredith manteniendo la distancia, lo miro y su mejilla está roja, tiene sangre en el labio y su camisa está rota.

—Te mataré con mis propias manos si algo le pasa a mi esposo— le hago saber y aparta la mirada al suelo. —Vete y déjame sola.

—Mía— suspira, se acerca y como lo hubiera hecho Cae, toma mis manos y se las lleva a la boca, besándolas.
—¿Tienes pastillas?¿Con qué calmas tu ansiedad?— me pregunta y lloro dejándome abrazar.

—Él, él es mis pastillas, él es mi salvación, él me calma, él me hace respirar, me hace feliz— lloro entre sus brazos y lo aprieto con fuerza intentando sentir lo que sentía con Cae, aquella calma que traía con algunos besos o sexo, pero con Meneredith nunca sentí calma, él es agitación, fuego y no me ayuda en nada.

—Basta, respira, piensa....

—Si él muere...— no logro continuar, un mundo sin Cae es un mundo en el que no quiero vivir.

—Él no se va a morir, jamás dejaría a su hermosa esposa Switch al lado de un tipo que la quiere dominar y follar sin control— dice, abro la boca para preguntarle qué es Switch y de pronto los focos de la luz titilan y las luces, incluida la TV se apagan.

Él y yo nos miramos y él sale de la casa dejándome sola y asustada para ir a ver qué pasó.
Regresa un minuto más tarde y me atrae a su pecho.

—Es general— me cuenta y acaricia mi cabello como lo haría Cae, pero por alguna razón todas sus caricias se sienten lujuriosas y no quiero ese tipo de contacto ahora. Me suelto de sus brazos y logro mantenerme con calma por un minuto hasta que la picazón vuelve cuando veo la TV apagada e insesanteme trato de encenderla.

—Mía, no hay luz...

—Lo sé, ya lo sé, no soy imbécil— lloro y busco mi teléfono, pero está roto descansando en el piso a unos pasos de mí.
—Necesito tu teléfono, llamaré a Cae, él le puso su voz al contestador, si lo escucho muchas veces quizás no quiera tocarme.

Busco sus ojos y él saca el teléfono de su pantalón y me lo da, me siento en el sofá, le intento marcar a mi amor, pero mis manos tiemblan tanto que la tarea se vuelve imposible u él me tiene que ayudar, pero tan pronto como marca el número dos el teléfono se le apaga llevándose mis esperanzas y trayendo de regreso al llanto.

—Mía eres una adulta, piensa en algo para distraerte— sus palabras no me ayudan en nada, él lo sabe, se frustra y se va por segunda vez, no obstante cuando vuelve varios minutos después yo ya no estoy en la sala sino en la cocina revolviendo en busca de una pincita.

—Mía ¿Qué haces?— Meneredith me carga en sus brazos y me lleva a la entrada para no estar a oscuros dentro de la casa, nos sienta en los escalones de mármol y me sienta en su regazo. —¿Qué estabas buscando?— me pregunta y veo el libro que sostiene en sus dedos.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora