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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS.

El SÍ de la trieja:

Para las cuatro de la tarde estoy harta de estar en la cama y aunque me toma un terrible esfuerzo deslizar mi magullado cuerpo por las escaleras logro bajar los cuatro pisos y caminar hacia la sala. Meneredith está allí sentado frente a la gran pantalla apagada con papeles en la mano.

Él no se gira a verme, pero me oye y enojado pregunta:

—¿Por qué no estás en la cama?— se oye cansado, como si hubiera trabajado mucho.

Si él fuera Cae en estos momentos le estaría haciendo masajes en los hombros y quizás también en el pecho.

Tomo asiento a su lado para descansar del terrible esfuerzo y subo los pies al sofá conteniendo un quejido a causa de mis moretones.

—Me aburro— explico mientras me acomodo y por accidente caigo sobre él aplastando papeles y piernas.

—Ya veo— murmura de forma cortante, pero no me aparta ni se molesta en quitar los papeles que quedaron bajo mi cuerpo.

Intento incorporarme, pero no puedo, me duele mucho la espalda. Él se da cuenta, pero no hace nada para ayudarme.

—Te contaré una historia— dice y se acomoda con la cabeza hacia atrás y los brazos cruzados sobre su pecho.

—Si es igual a la del chico que te calentó en una entrevista no la quiero oír— le aviso y me cubro los oídos con las manos, aunque no sirve nada pues puedo oír cuando dice:

—Ese chico eras tú— cuenta y mis manos caen. —Me enamoré de ti creyendo que eras un chico, Mía.

Mentiroso.

—Comenzaste a investigarme— le recuerdo pensando en las veces que la seguridad de la empresa siguió mi coche hasta que yo lograba perderlos.

—Eras muy bueno para ser real— encoje los hombros y deja caer una mano sobre mis labios, los acaricia con el pulgar.
—Pero fue tu culpa, las cámaras se apagaban cada vez que salías de tu puesto y se volvían a encender tres minutos después.

Las visitas a Cae.

Su mano baja y se desliza caliente por la tela que cubre mis pechos, sus dedos me causan cosquillas y a la vez me hacen hervir. Tengo que aguantar la risa cuando llegan a mi estómago y me tocan por debajo de la camiseta.

—¿Qué hacías en esos tres minutos, Mía?¿A dónde ibas?¿Dónde desaparecías?— pregunta y levanta mi pantalón, lo veo a los ojos y él sigue con la cabeza hacia atrás recargada en el respaldo del sofá.

—Con Cae— respondo y me estremezco cuando llega a mis bragas y frota sus dedos en círculos por sobre la tela.

—¿Con Cae?— repite como una pregunta y uno de sus dedos comienza a jugar con mi clítoris pellizcándolo y estirándolo.

—Meneredith— llevo mis propias manos para detenerlo, pero yo soy la que se detiene cuando él empuja hacia dentro aún sin hacer con tacto directo con mi piel.

Dios!

—¿Tenían sexo en la empresa?— pregunta con la voz ronca y excitante, un segundo dedo empuja y me muerdo el labio, exhalo cuando los retira y aparta mis bragas haciendo contacto con mi piel que se enciende y arde con su toque. —Responde o me voy— advierte y me entierra dos de sus dedos para que sepa lo que voy a tener si respondo.

Gimo y entreabro los labios.

—Sí, lo hacíamos en su baño— susurro y empujo mis caderas contra su mano pidiéndole silenciosamente que me dé más.

—¿No crees que te mereces un castigo?— saca y vuelve a enterrar sus dedos, a este punto ya estoy empapada. —Me engañaste por mucho tiempo, Mía...

Su voz es una invitación "Ven a mí, pídeme que te dé duro, lo haré Mía, creelo"

Gimo y me muevo, sólo quiero su mano, solo eso— trato de convencerme, pero él entierra otro de sus dedos y los pensamientos se nublan.

—Sí— suspiro deseando que mi pobre corazón resista.

—Fóllame, entonces— ordena ayudándome a levantar y me sienta a horcajadas sobre sus piernas, se inclina a besarme, pero aunque sus labios me tientan, aunque mi cuerpo arde por el suyo, aunque lo deseo y quiero esto. Cuando sus labios tocan los míos hago mi cabeza para atrás.

—Le prometí a Cae que tomaría una decisión y no voy a hacer esto contigo— me bajo como puedo de sus piernas y me acomodo la ropa.

Estoy empapada.

—Mía— llama cuando me alejo, pero no regreso, tengo una decisión que tomar.

.     .     .

En la cena todo se trata del silencio, como una competencia por quién menos habla o muestra señales de vida.

Mili sigue aquí, supongo que llegó a un acuerdo con Meneredith, ella fue la encargada de la comida, le quedó algo salado, pero no tengo ánimos para decírselo, ni siquiera me quiero acercar a ella.

Los cubiertos y el ruido de los vasos es el único sonido y no estoy segura de que me guste, ahora quiero estar en silencio absoluto y total porque ya tomé una decisión, el tiempo a solas luego de lo que pasó con Meneredith me ayudó a pensar, pero no sé como decirlo en voz alta.

—Amor, come— pide Cae tomando el tenedor del lugar junto a la servilleta y el plato donde lo dejé.

—No tengo hambre— aparto la comida y me levanto, pero Meneredith que está sentado a mi lado me atrae hacia él y me rodea la cintura con su brazo.

—¿Vamos a leer?— pregunta viéndome a los ojos y asiento.
—Quiero que él venga— dice refiriéndose a mi esposo y asiento. —También quiero que durmamos juntos, te prometo que el libro va a ser bueno— dice y lo único que hago es asentir.

—¿Qué le pasa?— oigo a Mili preguntar y avanzo hacia las escaleras, pero antes me detengo en la heladera, la abro en busca de un refrigerio para no deshidratarme por la noche y al ver tres frutillas solas en un cuenco comienzo a llorar.

Caetano y Meneredith se levantan, acercan y de inmediato están allí para abrazarme.

—¿Qué sucede, amor?— Cae deja besos en mi garganta mientras que Meneredith me rodea la cintura.

Les señalo las últimas tres frutillas.

—La mitad de una se pudrió— lloro y él se ríe.

—Mañana compraremos más— propone mi amor y sacudo la cabeza.

No.

—No hay otra igual— lloro y siento como se miran entre ellos.

—¿Qué?— pregunta Meneredith y tomo el potesito donde están para enseñárselas.

—Se puede salvar la mitad de ella, pero el resto no— sollozo.
—Así que o la tiro a la basura alejándola de las demás o la corto y la dejo ser una más del grupo— les digo.

—Mía, compraremos más— dice Meneredith y oigo a Mili refunfuñar mientras levanta los platos.

—¡Está hablando de ustedes!— les grita y se va dando zancadas.

Ambos hombres me ven y me besan al mismo tiempo, la heladera se cierra sola, el cuenco con las frutillas se resbala de mis manos y beso como puedo a ambos hombres decidiendo que me gusta más primero sentir la suavidad de mi esposo y luego el ardor hirviente que me provoca su amante.

—Une esa frutilla a las demás— me susurra Meneredith y Caetano sonríe y lame mi mejilla.

—O haz que esas dos frutillas se unan a ella— dice y me abraza, Meneredith nos abraza a ambos.

—Mejor deja que la frutilla más grande proteja a esas dos pequeñas— susurra en mí oído y me dejo besar por ambos.

—¿Eso es un sí?— pregunta mi amor con los ojos brillantes y a la espera.

—Sí, los quiero a los dos.

Un suave y duro Ménage À TroisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora