Hora: 7:30 PM
El aire estaba impregnado de una mezcla de nervios y resignación, presagiando el inicio de mi perdición. Escuché varios toques en la puerta, seguidos de la voz de mi madre que resonaba al otro lado: —¡Hijo!, ¿Puedo pasar?
—Sí, mamá, entra —respondí, tratando de mantener la calma, aunque un nudo se formaba en mi estómago.
Cuando abrió la puerta, no pude evitar quedarme asombrado. Mi madre lucía radiante, su cabello negro caía suavemente sobre sus hombros, enmarcando su rostro iluminado por una sonrisa cálida. Llevaba un hermoso vestido largo de color rojo que acentuaba su elegancia. Era imposible no admirar su talento; su reconocimiento en el mundo de la fotografía era merecido, y su estudio de moda había alcanzado una fama notable. Esa era una de las razones por las que siempre estaba a la vanguardia del estilo.
—Los Jones llegaron —anunció, y mi humor se desplomó al instante, como si me arrojara un cubo de agua fría. La rabia comenzaba a burbujear dentro de mí.
—Te estamos esperando —dijo con una tímida sonrisa que apenas lograba calmar mi irritación—. No hagas enojar a tu padre —me pidió, sus ojos reflejando preocupación mientras me observaba. Pero yo permanecí en silencio, incapaz de articular una respuesta.
—Me debes una conversación después —concluyó antes de girarse para salir de la habitación.
Era siempre lo mismo. La advertencia sobre no enfurecer a mi padre pesaba como una losa sobre mis hombros, una tarea difícil cuando ya no podía soportarlo más.
—Ahora bajo —murmuré para mí mismo, intentando contener la compostura mientras tomaba aire profundamente.
Mi madre se alejó, dejando un eco de su presencia en el aire. Me obligué a relajarme un poco antes de descender lentamente las escaleras.
Al llegar a la sala, el ambiente era tenso. Todos ya estaban sentados a la mesa; mis padres ocupaban un lugar uno al lado del otro, mientras los padres de Isabella también se acomodaban. Vi a Isabella sentada en una esquina, su mirada fija en mí desde el momento en que entré. Noté con desagrado que había una silla vacía junto a ella; ese era indudablemente mi lugar.
—Buenas noches a todos —saludé con poco ánimo mientras me sentaba. La mirada de Isabella me seguía como una sombra inquietante.
—Buenas noches, Lucas —me respondió Bittor —el padre de Isabella—, con desdén. Sus ojos estaban fijos en mí y la hostilidad que emanaban me hizo sentir pequeño y vulnerable. Isabella le susurró algo al oído y él pareció calmarse un poco; era evidente que ella tenía un efecto tranquilizador sobre él. Ella compartía los mismos rasgos que su madre: cabello rubio y ojos claros, solo que la diferencia era evidente por los años que las separaban.
—Hola, Lucas —susurró Isabella cerca de mi oído. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, haciéndome sentir incómodo y fuera de lugar. La miré con seriedad y ella me devolvió una sonrisa claramente forzada.
—Antes de comenzar con la cena, Lucas quiere decirles algo a todos —anunció mi padre, mirándome directamente con una advertencia grabada en su rostro. Recordé sus amenazas pasadas y pensé en mis amigos; debía hacerlo más por ellos que por mí mismo.
—Lo siento mucho, Isabella —dije, intentando ofrecer una sonrisa que no lograba ocultar la tensión en mi pecho—. Hoy me he comportado muy mal contigo —la miré, dándole una de esas sonrisas vacías que brotaron de las acciones que ella había tomado—. Bittor, Isabel, también les ofrezco una disculpa —añadí, dirigiendo mi mirada a los señores Jones.
Sentía la sonrisa de la rubia a mi lado como un destello de triunfo; su manipulación había funcionado tal como ella quería. La familia parecía satisfecha con mis disculpas vacías, pero el socio de mi padre no compartía ese sentimiento. Su rostro era amenazante, aunque aún no se había relajado del todo.
ESTÁS LEYENDO
Vidas entrelazadas
Teen FictionTrilogía Vidas: #1 Este libro es un romance vainilla súper tierno, pues el cliché de chico popular con la menos popular ha dado un giro en la trama y se ha combinado con la psicología y la sanación de uno mismo acompañado de la persona que te motiva...