Lucas
¿¡Qué demonios está pasando aquí!? ¿Quién es ese hombre!?
No podía permitir que el miedo me paralizara. Sin pensarlo dos veces, me interpuse entre Elaine y el extraño, adoptando una postura protectora.
La voz del hombre resonó en la oscuridad, aguda y cortante, pero no tan desgarradora como el llanto distante de Emma. —¿Quién mierda es este chico?”—
No podía dejar de pensar en Emma, la preocupación se apoderaba de mí; cada segundo que pasaba era un segundo perdido para ayudarla.
—¿La pregunta aquí es quién eres tú? — respondí, tratando de mantener la calma aunque la adrenalina corría por mis venas como un torrente furioso. Mi mente se debatía entre la necesidad de proteger a Elaine y la urgencia de encontrar a Emma.
Miré al hombre con atención; había algo en su apariencia que me resultaba familiar. Quizás era su cabello castaño claro que caía desordenadamente sobre su frente, o tal vez era la forma inconfundible de su nariz... Algo en él despertaba recuerdos enterrados.
—Soy el padre de Emma. —sus palabras golpearon mi mente, desatando una tormenta de emociones en mi interior. Todas las suposiciones y preguntas que había formulado en mi mente se desmoronaron en un instante. La confusión se mezcló con la incredulidad; no podía creer lo que estaba escuchando.
La ira se apoderó de cada parte de mi ser, como un fuego que consumía mis entrañas. Los recuerdos de todas esas veces que le pregunté a Emma por su padre inundaron mi mente. Cada vez que lo hacía, su rostro cambiaba, se tornaba en una máscara de angustia, y el eco de sus ataques de pánico resonaba en mis oídos. La desesperación estaba grabada en el rostro de Elaine, y todo era culpa del imbécil que tenía delante. Intenté calmarme, aferrándome a la idea de que lo menos que necesitaban ahora era que yo perdiera el control.
Me giré hacia Elaine y la miré a los ojos, aquellos ojos llenos de lágrimas que eran un reflejo del tormento que llevábamos dentro. —Suelta la botella —le dije con delicadeza, intentando transmitirle tranquilidad—. Yo me encargo.
Elaine se quedó rígida por unos segundos, como si el peso de la situación la hubiera paralizado. Pero después, con un ligero temblor, soltó la botella y corrió hacia su hija.
—Emma, respira —le grité desde mi posición, manteniendo mi mirada fija en el hombre con desdén.
—Tiene cinco segundos para explicarme qué hace aquí y dos para marcharse —añadí, con la voz firme.
Él me miró con rabia, consciente de que todos sus planes se desmoronaban desde que yo había llegado.
—No tengo que darte explicaciones —dijo con desdén—. Pero si las quieres, las tendrás. He venido a darles una advertencia a la zorra de Elaine y a la estúpida Emma.
Nada más pronunciar esas palabras, me lancé hacia él y le propiné un fuerte puñetazo que lo hizo tambalearse y caer en el sofá. El grito desgarrador que escapó de los labios de Elaine me hizo darme cuenta de que no debía perder el control; no ahora.
—Más te vale cerrar esa boca y marcharte por donde has venido —le advertí.
—¿De dónde has salido tú, pijo? —me miró de arriba abajo—. ¿Con cuál de las dos zorras andas?
A pesar de mis esfuerzos por mantener la calma, no pude evitarlo; su insolencia me hirvió la sangre. Me acerqué a él de forma amenazadora, fulminándolo con la mirada.
—Si no te marchas de aquí, llamaré a la policía. Créeme que haré lo imposible para asegurarme de que te pudras en prisión.
Fue entonces cuando escuché a lo lejos el sonido penetrante de las sirenas policiales. No tardaron en llegar; apenas vi al hombre, le envié un mensaje a un amigo policía y avisé a las patrullas.
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Vidas entrelazadas
Teen FictionPara Emma comenzar su vida como universitaria supone enfrentarse a los consejos negativos de su madre sobre el amor y a perseguir sus sueños Lucas ha vivido toda su vida bajo las decisiones de sus padres, y encontrarse a sí mismo es tan difícil que...