Capítulo 19

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Un año atrás

El aire estaba impregnado de una calidez suave mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados.

—Sabes que te amo —le dije, abrazándola fuertemente, sintiendo su aliento tibio contra mi cuello.

—Yo te amo más —respondió ella, y nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado que parecía detener el tiempo. Cada instante que pasaba a su lado lo sentía como un regalo.

—No deberías pelear con tu padre. Sé que él te provoca, pero no le hagas caso —me aconsejó.

Esta era una de las muchas cosas que amaba de ella.

—Ahora mismo no quiero hablar de él, ven aquí —la acerqué más a mí para besarla nuevamente, pero ella me detuvo entre risas, sus ojos brillando como estrellas.

—Luego haremos esto; tengo que ir al baño —dijo, levantándose de mi regazo y marchándose con una risa contagiosa que resonó en mis oídos.

Ser el hijo del director tenía sus ventajas, como poder llegar tarde a clases sin problemas. Un día llegué tarde a mi turno de entrenamiento, donde una chica dirigía la sesión. Me sorprendió cuando se negó a dejarme pasar; tomó la excusa de que, como el profesor la había puesto a cargo, ella era quien mandaba.

Salí de allí atónito y pregunté por ella hasta que alguien me dijo: *Ahh, sí, Berlín. Es una chica de primer año, estudia deportes.* Berlín... *Ese sería el nombre del amor de mi vida*, pensé en mis adentros, aunque en aquel entonces era un completo idiota.

Intenté hablar con ella durante semanas, pero su comportamiento era extraño. Hasta que un día decidió prestarme atención y, en un arrebato de torpeza juvenil, le confesé que la amaba. Poco después comenzamos a salir; le abrí mi corazón y le hablé sobre mis padres. Nunca antes había sentido algo así; el amor que ella me ofrecía era más que suficiente para mí. Amaba a esa mujer profundamente e incluso dejé atrás mis ligues del pasado.

Berlín es realmente hermosa: no mide más de 1.60 metros, tiene el cabello pelinegro y corto. Sus ojos verdes brillan con una intensidad cautivadora y su piel es tan blanca como la nieve recién caída. Una chica realmente deslumbrante.

Por otro lado, tenía dos mejores amigos: sí, dos. Liam, mi mejor amigo desde la infancia, siempre a mi lado en las buenas y en las malas; y Jason (sí, así como lo leen), quien siempre traía un toque de locura a mi vida.

Jason y yo nos conocimos en una circunstancia un poco extraña, por decirlo de alguna manera. ¿Saben eso que dicen por ahí que las mejores amistades son las que empiezan con el pie izquierdo? Pues bien, yo estaba en la prepa y recién me habían dado mi coche. La emoción me desbordaba, pero mi habilidad al volante dejaba mucho que desear. Terminando por chocar contra un coche en la entrada. Era un vehículo de un hermoso color fuego, vibrante como el atardecer, pero gracias a mí ahora lucía una enorme raya en el centro que parecía una cicatriz.

El rubio que conducía salió del coche, su cuerpo emanaba una energía ardiente, casi tan intensa como el color de su automóvil. La tensión en el aire era palpable mientras discutíamos durante varios minutos; nuestras voces se elevaban cada vez más. Pero, al final, la furia se transformó en risas nerviosas y nos presentamos, dejando atrás el malentendido.

Desde entonces, hemos sido inseparables. Ahora él está en la misma universidad que yo, estudiando deportes precisamente. Formamos un equipo de fútbol donde ambos éramos capitanes y la química en el campo era extraordinaria; cada pase y cada jugada fluían con naturalidad. Curiosamente, Liam y Jason no se llevaban muy bien; apenas intercambiaban palabras, pero ambos eran mis mejores amigos.

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