Capítulo 35

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Emma

—La distancia entre todo lo que deseo hacer y aquello que me lo impide es mínima. Mis manos tiemblan al sostener el bolígrafo, y en ese momento, otras manos entrelazan las mías. Son las de él, ese chico que llegó un día y nunca se fue, el que ha estado a mi lado apoyándome en cada instante, el primer chico del que me enamoré. Todo dentro de mí es contradictorio; siento miedo, un nudo en la garganta que me asfixia, pero al mismo tiempo, unas ganas inmensas de escribir sin parar, de volver a sentir esa calma que parece tan lejana, de que todo vuelva a estar bien.

Con la página del cuaderno en mis manos, termino de leerle a la doctora Larissa lo que escribí ayer con Lucas. Ella me sonríe con ternura y comienza a hablar:

—Me hace feliz saber que lograste cumplir parte de la tarea que te asigné. Liberar nuestras emociones y miedos puede ser muy difícil, pero no imposible. Que ese chico estuviera contigo lo hace aún mejor —dice con dulzura y lentitud—. Antes de hablar de él, ¿Lograste escribir estando sola?

—Lo hice. No fue mucho, pero me sentí mejor al saber que mis manos solo temblaron cinco minutos.

—Es normal que tus manos tiemblen; una parte de ti aún no se ha liberado de eso. Por inercia, es natural que una parte de ti continúe temblando. ¿Te gustaría leerme lo que escribiste?

Asiento y paso la hoja mientras leo la otra parte que escribí.

—Los colores son tenues; las nubes grisáceas flotan hermosas en el cielo. Con mi madre a mi lado, nos encontramos en la terraza de casa. Su mirada se pierde en ocasiones, como si buscara respuestas en un horizonte distante. Desearía tanto poder hacer algo por ella, liberar todo ese dolor que aún oculta para que pueda desahogarse —hago una pausa, sintiendo cómo mis ojos arden—. Mi madre ha sufrido muchísimo; se ha empeñado en encerrarme en una jaula, pero ella misma tiene una jaula interna. No hacer nada por ella me mata...

Termino de hablar con lágrimas acumulándose en mis ojos mientras Larissa me tiende un pañuelo.

—Eres muy valiente. Escucha, Emma: aunque no lo creas o sientas, estás haciendo mucho por tu madre. Estás sanando; le hiciste entender que te estaba encerrando en esa jaula y la estás ayudando a centrarse en ella misma. Estás mejorando tú y también la estás ayudando a ella.

Sonrío un poco ante sus palabras; antes de que me pregunte más sobre Lucas, las ganas de hablarle sobre él surgen solas.

—Lucas es mi novio —dije, sonriendo tímidamente mientras me acomodaba en la silla del escritorio de Larissa, que me escuchaba con atención. La luz suave del atardecer entraba por la ventana, iluminando el espacio y creando un ambiente cálido y acogedor.

—Al principio levanté mis muros, alejándome de él. Fingía ser un chico indiferente y muy común; ya sabe, esas cosas de fiestas y mujeres —hice una pausa, poniendo los ojos en blanco, lo que hizo reír a Larissa—. Pero la verdad es que eso era solo una fachada. Lucas no es común; es un chico diferente y especial. Su vida ha sido un verdadero caos, sus padres lo han controlado siempre y sus impulsos dictaban su comportamiento.

Mientras hablaba, podía sentir cómo la emoción comenzaba a brotar en mi pecho. Me acordaba de aquellos momentos de incertidumbre y miedo, pero también de las risas compartidas.

—Nos fuimos conociendo primero como amigos, pero con un amigo no sientes lo que yo sentía. Un día, él me confesó lo que sentía por mí y, aunque me moría de nervios, acepté.

—Se nota que lo quieres mucho; hablas muy bien de él —comentó Larissa, observándome con una sonrisa comprensiva—. ¿Qué hay con su fachada? ¿Sigue dejándose llevar por sus impulsos?

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