Capítulo 16

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Emma

Toco dos veces la puerta de casa de Jess y espero con ansiedad a que alguien abra. Una melena rubia, muy parecida a la de Jess, aparece en la puerta. La expresión de Adara, su madre, me sorprende; su rostro muestra una confusión que me inquieta.

—Hola, cariño —me saluda Adara, pero su tono es rígido y eso me hace sentir un nudo en el estómago.

—Hola, Adara —le correspondo el saludo, pero me mantengo en el umbral de la puerta—. ¿Está Jess? Es que tengo prisa —me explico, notando que su expresión no cambia.

—Jess me dijo que iba a salir contigo; se fue hace un buen rato —su tono riguroso revela la molestia que siente. En ese instante, desearía que la tierra me tragara. Uff, Jess, ¿en qué lío me has metido?

Busco rápidamente una forma de salir de esta situación. Por suerte, una idea me llega —Si, Adara. Jess y yo quedamos para hablar. La verdad es que estaba ocupada y le dije que me esperara en ese lugar hasta que llegara. Vine por aquí por si no había salido para irnos juntas —su expresión se suaviza un poco, aunque no del todo. Obviamente, Adara no es tonta; es una excelente jueza de carácter y tiene el don de saber cuando alguien miente.

—¿Estás segura? No la quieras cubrir, Emma; conozco a mi hija.

Me muerdo ligeramente el labio, un gesto que hago cuando estoy nerviosa. Espero que no lo haya notado; Adara me conoce tanto como mi madre.

—Claro que no; ¿cómo le voy a mentir? Para nada, te estoy contando la verdad —me apresuro a asegurarle y me maldigo en mi interior por mentir.

—Eso espero, señorita. Anda, ve a verte con ella y no se demoren.

Me retiro rápidamente de su casa y camino por la acera. Adara es una mujer muy agradable y cariñosa, pero puede ser muy firme en muchos aspectos; tal como mi madre. Quizás por eso son mejores amigas.

Se preguntarán cómo Jess logra salirse con la suya a pesar de tener una madre tan recta. ¿La verdad? Aún ni yo lo sé. Lo que sí sé es que siempre se sale con la suya.

Me detengo en medio de la acera y le marco a Jess; nada. Le envío un mensaje diciéndole que no llegue tarde a casa y que me llame en cuanto pueda. Entro en el pequeño jardín de casa y busco en mi bolso las llaves. Justo cuando voy a girarlas en la cerradura, la puerta se abre y mi madre aparece al otro lado. Me asombra verla; a esta hora aún debería estar trabajando en el restaurante.

Observo su rostro y mi corazón se encoge al notar el cansancio evidente: sus ojos están hinchados y enrojecidos. Verla así me hiere por dentro y todas mis alarmas se disparan.

—¡¿Mamá, qué te pasa!? —exclamo con un pequeño grito ahogado. Mi madre toma un largo respiro y pasa sus manos por su cabello marrón recogido en una coleta mal hecha.

Me acaricia el rostro con ternura y me mira fijamente —Tranquila, cielo; estoy bien —su voz calmada solo aumenta mi preocupación.

—¡¿Te has visto la cara!? —intento respirar hondo para calmarme—. No me digas que estás bien cuando claramente no lo estás. ¿Qué te pasó?

Me toma los hombros con suavidad —Ven cariño, entremos; te lo contaré dentro.

Caminamos juntas hasta sentarnos en el sofá. Ella junta sus manos con las mías y clava su mirada en mis ojos.

—Mira cariño, lo primero será que me prometas que no harás nada ¿vale?

Los latidos de mi corazón se disparan ante sus palabras; tienen un significado inquietante y solo imaginar que alguien podría haberle hecho daño... no quiero ni pensarlo.

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