Lucas
Entré a la habitación del hospital con los nervios a mil, el corazón latiendo desbocado en mi pecho. A pesar de mi deseo ferviente de hablar con Liam, de saber cómo está y de asegurarme de que todo sigue bien entre nosotros, el impacto de lo sucedido se había impregnado en cada rincón de mi ser.
Al cruzar el umbral, el olor a medicinas me envolvió. Observé la habitación: las paredes eran de un azul marino casi blanco, un tono que intentaba ser calmante pero que solo acentuaba la frialdad del lugar. No era grande, pero tampoco tan pequeña; era lo justo para un hospital, un espacio donde la vida y la muerte parecían danzar en una extraña armonía.
Mi mirada se centró directamente en el chico que yacía en la cama. Su rostro estaba pálido, como si toda la vitalidad le hubiera sido arrebatada. Los labios y pómulos estaban hinchados por las heridas de la pelea; su mirada, vacía y perdida, se mantenía fija en el techo.
Con pasos pequeños y temblorosos, me acerqué a él hasta llegar a su lado. Me senté en la cama, sintiendo cómo el colchón se hundía ligeramente bajo mi peso. Su mirada, antes distante, se centró en mí; sus ojos color marrón claro estaban cargados de tristeza y dolor.
—Liam, yo... —intenté hablar, pero mis palabras se trabaron en mi garganta.
—No es necesario —respondió él con una voz rota y quebrada—. Sé que no sabías nada, estabas igual de impactado que yo.
Lo miré fijamente a los ojos sin poder articular respuesta. Al acercarme más para examinar sus heridas, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Liam nunca había sido de meterse en peleas; esto... era demasiado para él.
—¿Qué sucedió anoche? —logré preguntar con esfuerzo.
—Anoche... —suspiró él, volviendo su mirada al techo —. Estaba tan impactado. Todo se quedó grabado en mi mente. La verdad, no sé ni cómo, pero acabé llamando a Jess. Le pedí que viniera a un lugar y lo hizo. Cuando llegó, yo... no la traté bien. Y cuando se quiso ir, unos chicos se metieron con ella. No pude aguantarlo. La verdad es que yo provoqué la pelea y no me arrepiento.
Mis ojos se abren en sorpresa ante sus últimas palabras. El aire en la habitación se vuelve denso, como si un peso invisible nos aplastara.
—¿Qué acabas de decir? —pregunto, tratando de procesar la intensidad de su confesión.
—Me metí en una pelea y no me arrepiento. Lo volvería a hacer. Prefiero mil veces ser golpeado por personas desconocidas que recibir esos golpes de personas que consideraba mi familia.
Sus palabras tienen un eco doloroso, pero este no es el Liam que yo conozco.
—Liam, eres mi mejor amigo; más que eso, eres un hermano para mí. Tú no eres así. Sientes dolor, ira y decepción, pero tú no actuarías así ni pensarías de esa manera.
—Ese Liam que conoces está quedando atrás —dice con seriedad, como si mis palabras fueran solo ruido en el fondo.
El silencio pesa entre nosotros, y siento cómo la tristeza se asienta en mi pecho.
—No dejes que los errores de nuestros padres tomen el control de tu vida —le animo, aunque sé que mis palabras pueden no ser suficientes—. Este momento pasará y, por más doloroso que sea, podrás superarlo. No cambies por esto.
—Lo dices porque no fue tu madre la que murió por culpa de una mujer que considerabas otra madre para ti —susurra, su voz dura como el acero. Por más que lo niegue, sus palabras me atraviesan como dagas.
—No fue mi madre la que murió, pero si la que provocó una muerte y viviré con eso siempre.
Cierra los ojos con fuerza, negando lo inevitable —¿Perdóname, sí? Sé que estoy siendo un imbécil; lo fui contigo y lo fui con Jess.
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Vidas entrelazadas
Teen FictionPara Emma comenzar su vida como universitaria supone enfrentarse a los consejos negativos de su madre sobre el amor y a perseguir sus sueños Lucas ha vivido toda su vida bajo las decisiones de sus padres, y encontrarse a sí mismo es tan difícil que...