Capítulo 32

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El sonido estruendoso del cristal roto resuena por toda la casa, como un eco de la tensión acumulada. Mi padre ha destrozado la mesa, y el ruido reverbera en cada rincón, llenando el aire con una sensación de inminente caos. 

—¿Qué dijiste? —sus ojos chispean con furia, su voz retumbando como un trueno en la tormenta que se desata en su interior. 

Con un nudo en el estómago pero con valentía, le respondo: —Acabo de decir que amo a Emma Miller y que no me comprometeré con Isabella.

En un instante, mi cuerpo es lanzado contra la pared de la sala. Mi padre me sostiene del cuello, ahogándome con mi propia camisa en un puño. La rabia crece en mí, pero lo miro con desafío.

—¿Quién te crees que eres? ¿Con qué maldito derecho me dices que amas a esa cualquiera?

Intento zafarme de su agarre, pero es tan fuerte que me resulta imposible. Con odio, escupo mis palabras.

—No te atrevas a llamarla cualquiera. Ella es mi novia y la chica que amo. No me interesan tus opiniones.

Un dolor agudo atraviesa mi piel cuando su puño golpea mi rostro. Mi madre suelta un grito ahogado y corre hacia nosotros.

—Cuida tus palabras, Lucas Cash. Mientras vivas bajo mi techo, no harás lo que te plazca, y menos con una chica que conociste ayer y que no te llega ni a los talones.

Sentimientos encontrados resurgen en mí: ese intenso deseo de que mis padres me amen, de que mi padre me apoye y me dé consejos como hacen todos. Anhelo ser abrazado y felicitado por hacer algo bien. Mis ojos se humedecen ante esta realidad.

—Ya me cansé. El Lucas Cash de antes habría dicho que sí y lo habría aceptado sin más —aprovecho su confusión para empujarlo y liberarme de su agarre—. Pero este Lucas no lo permitirá y luchará por lo que ama y desea. Se acabó. Si eso sucede, me iré de esta maldita casa. Lo haré —mi decisión los deja atónitos.

Mi padre lanza un cuadro al suelo y me señala amenazadoramente.

—Si te vas de esta casa, olvídate de riquezas, coches, oportunidades o de todas las cosas que te hemos dado toda tu vida.

Mi corazón se parte y la rabia me inunda.

—Me importa un carajo toda esa basura. Lo que quería era su apoyo, su maldito apoyo una vez en la vida, su amor, no toda esa mierda.

Los gritos de ambos resuenan por toda la casa mientras salgo a toda prisa y subo las escaleras de dos en dos hacia mi habitación.

Cierro la puerta de un portazo y la aseguro con llave para que nadie entre.

Me recuesto en la cama, respirando profundamente con una presión en el pecho. Las lágrimas amenazan con salir, pero hoy no me lo permitiré. Reflexiono sobre lo que haré. Me iré de casa, ¿pero a dónde?

Paso mis manos por mi rostro con exasperación y pienso un momento; el único nombre que aparece en mi mente es el de Liam.

Tomo mi móvil y marco su número. Al segundo timbre contesta.

—Dime, hermano.

La voz de Liam resuena al otro lado, y yo suelto un suspiro.

—Necesito quedarme en tu casa.

—Claro, ven —responde sin dudar.

—Pero... no es solo por esta noche; necesito quedarme un tiempo. ¿No habrá inconvenientes con tu padre?

—Para nada, solo le avisaré. Ahora ven, te espero; iré sacando las cervezas.

—Mejor no; llegaré y dormiré. Gracias, hermano.

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