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Ahora que las vacaciones de verano terminaron, hay mucha menos gente que viene por el tour sobre las lanchas. Memo agradece que haya terminado, demasiado harto de niños inquietos, gringos empeñados en comunicarse en inglés y la avalancha de gente de todos los años.

Sin mucho más que hacer, decide que es buen momento de sacar el botecito de pesca y probar suerte consiguiendo algo. Si el botín es demasiado pequeño, lo compartirá con sus compañeros, si es apropiado para vender, bueno, se hará, el dinero extra no le viene nada mal.

Su plan de pasar un día relajante pescando se ve un poco arruinado al ver que no tiene carnada suficiente. Suspira, sabiendo que debe regresar a su lugar de trabajo por más suministros antes de pensar en desatar el bote. 

Mete lo necesario en una mochila y venta de casa para caminar a su trabajo. Es una cabaña de madera bastante grande, tiene un muelle con varias lanchas de motor para llevar personas a dar una vuelta. La cabaña tiene espacio suficiente para la recepción, una habitación con curiosidades como conchas marinas o corales muertos, una habitación llena de todo tipo de suministros (por si alguien se cae de la lancha, alguien se ahoga o alguien decidió que lamer un pez era buena idea). Además de una pequeña tienda de regalos.

Y la habitación más grande es un espacio común, donde todos los que trabajan ahí pasan su tiempo descansando cuando no están tan ocupados. Memo pasa primero a la habitación del todo, como le suelen llamar, para tomar lo que le hace falta. Camina hasta la zona de descanso para encontrar a Andrés anotando en una libreta, haciendo el inventario.

—Wey, me llevo esto. —Memo levanta el balde, Andrés solo lo mira y asiente, levantándose y cerrando la libreta. Memo lo toma como su permiso para irse y comienza a salir de la habitación antes de que lo detengan.

—Oye, Memín, antes de que te vayas. El nuevo acuario está solicitando gente, ahora que no hay tanto turista, el jefe nos envió a nosotros ahí. Empezamos en dos semanas. 

—¿Un acuario? Si el pinche mar está como a diez metros de dónde pondrán esa cosa.

—Ya sabes cómo es la gente. Además, van a pagar mejor. Piénsalo, para la siguiente reunión podremos comprar un buen vodka y no un tonayan.

Andrés le da una palmada en la espalda antes de empezar a caminar hacia el muelle. Se burla en su mente, incluso con el ingreso de más, está seguro de que regresarán a tomar alcohol barato solo por la costumbre.

—Ahora vete antes de que te ponga a capacitar a los nuevos, Hirving y yo apostamos cien varos a qué Neymar es el primero en ahogarse. 

Andrés se aleja con una sonrisa, Memo se ríe un poco, retomando su camino. El sol está alto en el cielo, con pocas nubes ocultando ese azul tan bonito, puede ver varias gaviotas volando en su camino hacia los muelles. El calor no se siente tan sofocante por ahora y la brisa sopla más fuerte de lo habitual, para mañana, caerá una tormenta. 

Llega al muelle, encontrando su bote esperando por él. Es una cosa relativamente pequeña, suficiente para tenerlo a él y otra persona navegando sin problemas, nada demasiado ostentoso para su pasatiempo. A lo lejos, puede ver algunos de los yates de millonarios que intentan llenar el vacío de sus almas con lujos cada vez más extravagantes. 

Sube al bote, dejando caer su mochila en la cubierta y desatando la cuerda. Hay un par de hombres de mediana edad sentados cerca, bebiendo cerveza y charlando, su conversación llega hasta él al igual que lo hace la brisa salada.

—Te lo digo, algo está alejando a los peces.

—Y dale con eso, son malditos tiburones o una estúpida plaga.

—¿Tiburones? ¿Y por qué no se han comido a nadie todavía?

—Por última vez, imbécil, los humanos no somos parte de la dieta de los tiburones, en realidad ellos prefieren... 

Memo deja de escuchar su conversación más se aleja de la orilla, pero el hecho de que haya menos peces lo mantiene intrigado. No es raro que haya escasez de alguna especie, considerando la industria que hay detrás de la pesca y que el resto de animales tienen que comer. Aún así, es inusual.

Pronto, llega a su lugar preferido, alejado de la costa y cerca de una formación rocosa que no se ha atrevido a explorar. Imagina que hay una cueva dentro, por la cantidad y variedad de animales que suele encontrar cerca. Pero dado que está mucho más cerca del mar abierto que de la orilla, prefiere no tratar de acercarse.

Acomoda su equipo, bajando una roja de tamaño pequeño y tomando su caña, engancha con facilidad la carnada y pronto, está completamente sumergido en el ritual de esperar que algo muerda el anzuelo. 

Pasadas dos horas, se está adormeciendo. Ha capturado solo tres peces, lo que confirma que algo los está haciendo huir de su lugar habitual. Deja la caña a un lado, revisando que la red este en su lugar antes de acostarse sobre el suelo de madera, el techo del bote solo le cubre la mitad del cuerpo, pero es suficiente para él no quedar tostado de la mitad superior.

Entre el calor, el movimiento por las olas y el sonido del mar, Memo no tarda mucho en caer dormido. Ajeno al par de ojos que lo observan con curiosidad.

El canto de la belugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora