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-Lo encontramos en la playa, lo seguimos hasta capturarlo.

-¿Es el mismo? Se ve diferente.

-¿Y eso a quien carajo le importa? Nos van a dar mucho dinero por este hallazgo.

-Creo que no puede respirar mucho tiempo fuera del agua.

-No ha comido en tres días. ¿Cuánto tiempo crees que tarde en morirse?

-Solo tomaremos muestras de sangre, si logramos encontrar una maldita vena.

-Es más fácil quitarle escamas de la cola, eso es lo que haremos.

-¿Crees que deberíamos ponerle un analgésico? ¿Crees que puede sentir dolor?

-¿Crees que sabe hablar? Solo dice esas cosas extrañas.

-¿Crees que nos entiende?

-Es solo un monstruo.

Palabras y preguntas que perdieron sentido en la mente de Lio.

Ellos no entendían. Ellos no escuchaban. Demasiado cegados por sus egos para darse cuenta de sus desesperados intentos por obtener su atención.

Soles y lunas pasaron sin que Lio pudiera hacer algo más que llorar, suplicar, desconectarse de lo que sucedía y repetir el ciclo.

Un pinchazo en brazo, otro en el cuello, otro en la cola. Las branquias ardiendo. Regresa al agua. Trata de alimentarte. Repite. Repite. Repite.

Lio pensó que todo eso había quedado atrás, por eso cuando esperaba a su compañero, sentado sobre las rocas, volteó con una enorme sonrisa que se apagó cuando encontró a cinco humanos vestidos con trajes negros, todos con extrañas armas apuntando hacía él.

Le dispararon algo que lo adormeció demasiado como para poder pelear contra ellos. A penas fue consciente de como lo cargaron para llevárselo, le costaba mantener los ojos abiertos y el mundo daba vueltas. Cuando lo arrojaron al tanque, cayó hasta el fondo, sintiendo la arena y el agua salada.

-¿Le diste la dosis correcta? No se ve muy bien.

-Como si me importara, cumplimos con el trabajo, vámonos.

Lio escucha el sonido de una puerta al cerrarse, se escucha lejano, cómo cuando las ballenas cantaban a la distancia y él podía escucharlas comunicarse. Se queda en el fondo del tanque hasta que recupera el sentido.

Es una habitación blanca, parecida a la de su cautiverio anterior. Puede ver ventiladores a mitad de la pared y la forma de una puerta con uno encima. Lio nada hasta la superficie del tanque, sacando los brazos para observar mejor dónde se encuentra.

Hay mesas con instrumentos que lo ponen nervioso, cosas afiladas y agujas. Hay una alberca inflable en el suelo, llena de agua, con otra de esas mesas cerca. Hay una más grande un poco más allá, Lio cree que podría acostarse ahí con todo y su cola, traga al ver las esposas de cuero que tiene. Un lugar para contenerlo, entonces.

Vuelve al fondo, al menos ahora tiene un lugar donde esconderse. No es el mejor, pero servirá para darle un poco de consuelo. Lio se abraza a sí mismo, cerrando los ojos para evitar llorar.

Se siente pequeño otra vez, cuando estaba aterrorizado de los tiburones y se escondía en su cueva, con algas cubriendo su cuerpo. Madre siempre lo encontraba fácilmente, riendo y diciendo que su aleta había quedado fuera de las algas, Lio se acurrucaba más, solo logrando sacar más de su cola del escondite.

Madre reía, le quitaba las algas y lo abrazaba, madre decía que mientras ella estuviera, nada malo le pasaría jamás a su perla.

Lio extraña tanto a su familia.

Piensa en Guille, le duele el corazón pensar en su humano esperando por él para que nunca pueda llegar, cuando él siguió regresando a verlo, prometiendo regresar y cumpliendo cada vez.

También lo extraña tanto.

Extraña la felicidad que sintió a su lado, sabe que en este lugar no podrá sentir mucho más que dolor.

Lio comienza a cantar en voz baja, espera que si lo desea con suficiente fuerza, su grito de ayuda llegará a Guille.

Tiene que ser fuerte.

Tiene que regresar con él.

Los guardias encargados de dejar a Lio en el tanque caminaron por pasillos que se sabían de memoria hasta una oficina. En el escritorio había papeles, fotografías borrosas y una escama verde.

-El especimen está en el tanque, señor, tal como lo pidió.

Se coloca en medio del escritorio un fajo de billetes, uno de los guardias lo toma de inmediato, el otro duda.

-Señor, ¿esto... esto está bien? El... Eh... Bueno, parece estar un poco herido, ¿no deberíamos dejarlo en el mar? No parece una instalación adecuada para tener un... Lo que sea esa cosa.

El silencio en la habitación es asfixiante, el hombre sentado detrás del escritorio abre uno de los cajones, sonriendo al guardia.

-Si te dijera que es peligroso, que se alimenta de los humanos o que es un riesgo para el mar. ¿Te haría cambiar de opinión?

-Señor, solo creo que deberíamos tratarlo con más cuidado, le dimos un sedante usado para caballos. Usted dijo que iban a estudiarlo, no a torturarlo. Esto... Esto no es correcto. Renuncio.

El guardia se da la vuelta, no logra llegar muy lejos cuando se escucha un estruendo. El guardia cae sin vida al piso, un charco de sangre formándose debajo de su cabeza.

-Limpia ese desastre.

El otro guardia asiente, tomando el cuerpo para moverlo.

En su tanque, Lio canta con más fuerza.

El canto de la belugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora