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Extra 3.

Nunca creyó en Dios

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Nunca creyó en Dios... Hasta que lo conoció a él.

Amaba el mar, esa gran masa de agua siempre se robaba su mirada y lo mantenía despierto todas las noches, observando las olas moverse tranquilas. Un ecosistema completamente diferente y nuevo por descubrir, tantas maravillas por encontrar. 

Nunca imaginó lo que podía habitar en las profundidades. 

Piensa que ha tenido una buena vida, un poco vacía y solitaria siendo sólo él y su mansión en el mar, pero no va a quejarse de eso. Tiene todo el tiempo libre del mundo para dedicarlo a su pasatiempo favorito, estar cerca del océano. 

Eso hace, un día caluroso sin nubes en el cielo, camina con tranquilidad por la arena hasta llegar a su lugar especial. Es una cueva que ofrece sombra y frescura, alejada de la vista de turistas o personas que puedan elegir pasar el rato en esa misma playa, su pequeño lugar privado.

Solo que ese día en particular, ya hay algo o alguien ocupando su lugar.

Nota primero la aleta, nada parecida a la de los tiburones, delfines o ballenas que ha visto en sus treinta años de vida. Ha buceado y nadado con diferentes animales marinos, pero nunca había visto nada igual.

La aleta se conecta a una cola con escamas que brillan en color verde esmeralda. Atraído por su brillo, está por inclinarse para tocarla cuando la criatura se da la vuelta, un par de ojos celestes se fijan en los suyos y su corazón se salta un latido.

Es hermoso.

Y quizás lo mira más tiempo del que debería, escucha una risa seguida de una voz que lo hace sentir hipnotizado.

—¿Qué? ¿Nunca has visto un delfín, pendejo? 

No sabe que lo sorprende más, el hecho de que hable tan fluido o el insulto. 

—No eres un delfín. 

Él (espera que sea un él) resopla, aparentemente divertido. —No. 

Se estira, la aleta se entierra en la arena y su parte superior resalta por su color grisáceo. No puede dejar de mirarlo, asombrado por el verde brillante de su cola y como se transforma en piel humana que parece suave. 

—¿Quieres mirar más de cerca? Prometo que no muerdo.

Con esos dientes afilados, cree que muerde mucho. Aún así, se acerca, mirando las branquias rojizas en los bordes abrirse y cerrarse con dificultad.

—¿Por qué estás fuera del agua? No puedes respirar bien. 

Su cola se mueve, nota que está atorado en un montón de hilo que antes fue una red de pesca, sus escamas se han levantado en algunos pedazos y gotitas de sangre salen a la superficie.

—Tengo una idea. Tú me ayudas a salir de este aprieto. Y yo te doy la maravillosa oportunidad de irte con el conocimiento de que me viste —anuncia, contento, toda su dentadura de tiburón a la vista cuando sonríe—. Vamos, ayudar a una sirena o a un tritón te concede un deseo. 

El canto de la belugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora