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Un mes después de separarse de Lio, dos semanas después de conversar con su padre, Memo está despidiéndose de sus amigos.

Sus cosas están ya en su maleta. Empacó con especial cuidado sus regalos, los peluches también vienen con él, no podía soportar dejarlos en su casa. Sus amigos le ayudaron a decidir que llevarse y que dejar, levantando sus ánimos.

Están todos en el aeropuerto para despedirlo. Julián y Kevin hicieron un cartel que dice "Adiós Memo" con un dibujo de todos ellos sonriendo dentro de un corazón gigante. Memo lloró un poco en cuanto lo vio.

Todos fingen que no están llorando ligeramente cuando se abrazan. Memo sabe que es temporal, quizás no vayan a ir al mismo lugar que él, pero estar aquí les está empezando a traer malos recuerdos a todos. Es solo cuestión de tiempo para que encuentren su camino.

Memo sube al avión con un nudo en el estómago, los nervios de saber si está haciendo lo correcto lo hicieron dudar múltiples veces los días anteriores. Millones de preguntas sobre el futuro para las que no tenía respuesta, la más angustiante de todas: ¿Y si Lio quería buscarlo y no lo encontraba?

Pero Memo no se permitía pensar en eso. Lio sabía que su separación sería permanente, hasta que pudieran reencontrarse en la siguiente vida.

Adaptarse al cambio es complicado, Memo tiene frío todo el tiempo, constantemente despierta confundido de porque no está en su casa antes de recordar que ya no vive ahí, ha visto el agua congelarse más que calentarse.

Pero tiene sus buenos momentos.

En la noche, cuando no hay ni un ruido y solo es él, existiendo. La bonita repisa dónde descansan la amatista, el cascarón de tortuga, la perla, la concha marina, el cuerno del narval, la escama celeste nacarada de Lio. Incluso el coral está aquí en una pecera.

Los peluches de Lio también están en una repisa, excepto la beluga, que ocupa un lugar en la cama de Memo, tratando de suplir la ausencia de su tritón. A veces, Memo la abraza con suficiente fuerza y por un segundo, puede imaginar que tiene a Lio entre sus brazos.

El paisaje también es bonito, es de las cosas favoritas de Memo. Está cerca del mar, también tiene un botecito y es libre de explorar siempre que se le antoje.

El trabajo también es bueno, con los pingüinos, focas y delfines. Memo admite que le gusta poder estar cerca de los animales, ayudando incluso en el manejo de algunos ejemplares que serán devueltos a la vida silvestre.

Está bien.

Incluso en las noches cuando el anhelo de volver a ver a Lio parece asfixiarlo, está bien. No podía soportar seguir en el pueblo, recibiendo preguntas indiscretas de parte de su familia. Aquí, tiene un nuevo comienzo.

Puede imaginar a su tritón nadando por el agua salada, con su enorme y dulce sonrisa en el rostro, quizás Lio consiga una mascota pulpo. Quizás Lio se detenga a veces y piense en él.

Lo extraña.

Y cuando observa la luna en lo alto del cielo, se consuela sabiendo que Lio tiene la misma vista.

Piensa mucho en Lio.

Se pregunta si prefiere aguas más frías o más templadas. Que tan profundo en el océano prefiere estar. Si encontró a su familia.

Habla de él en el trabajo, diciendo que es el amor de su vida pero la vida misma fue la que los separó. Aún mantiene la esperanza de volver a verlo, para poder estar juntos.

Todos parecen enternecidos por la historia de cómo un simple pescador conoció a un turista por casualidad, días de convivencia los acercaron hasta que los sentimientos fueron imposibles de ignorar.

Memo cuenta que fue Lio quien dió el primer paso, después de ahí, todo fluyó de manera natural. Empezaron a vivir juntos tiempo después y fueron los más felices en su pedacito de cielo. En su pequeña burbuja.

Todavía se le corta la voz cuando cuenta que Lio extrañaba su país, Argentina, que estaba enfermando y debía regresar pero Memo no podía seguirlo. Así que lo dejó ir.

Algunos le preguntan si fue difícil decir adiós.

Y Memo nunca responde.

Fue lo más difícil que tuvo que hacer en toda su vida y al mismo tiempo lo más sencillo.

Separarse del amor de su vida fue duro, saber que no volverán a verse cuando ya tuvieron la suerte de coincidir, dolía. Dolía tanto como una herida física y a veces Memo se preguntaba cómo aguantaba tanto sufrimiento.

Pero sabía por qué.

Por amor.

Por el amor tan grande que le tenía a Lio. Su prioridad era que estuviera seguro, sano, feliz.

Por eso dejarlo ir fue fácil, porque sabía que estaba haciendo lo mejor para él al dejarlo libre.

Lio merecía eso, su libertad.

Después de ser cazado, de su tiempo en cautiverio, lo que más merecía era la oportunidad de ser verdaderamente libre.

Y Memo, mientras contemplaba el cielo nocturno, podía imaginarse a su tritón riendo mientras nadaba entre las algas.

Libre.

El canto de la belugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora