09

75 13 0
                                    


-Y recuerda... Nunca, nunca, salgas a la superficie, ellos buscan la perla más bonita del océano y no dudarán en alejarte de mi...

"Ellos" significaba humanos. Lio siempre había sabido que eran los humanos y peor, qué hacían los humanos con criaturas como ellos.

Lo había visto, delfines y ballenas bajando tan heridos que no había mucho que hacer por ellos. Plástico y basuras llegando cada vez más hondo, hasta donde vivía Lio.

Lio recordaba las cuevas en fondo del mar, rodeados de algas y arena suave, en su pequeño pedacito de roca estaban madre y él, pero el resto eran comunidad. Familia.

Hablaban un idioma que Lio había olvidado con los años, demasiado joven para hablarlo con fluidez, demasiado grande para olvidarlo realmente. La voz de madre era un recuerdo intacto en su memoria, afortunadamente, aunque solo pudiera recordar esas palabras de advertencia.

Madre tenía razón, cómo en todo.

Lio solo quería ver las luces en el cielo nocturno, un espectáculo lleno de magia al ver los puntos difuminarse hasta desaparecer. Para cuándo quiso regresar a su hogar, era demasiado tarde, encontró sus extremidades atrapadas en una red, y madre no fue capaz de escuchar sus gritos a esa distancia.

El tanque en el que lo pusieron era grande, lleno de arena y agua marina. Lio se acurrucó en una esquina, no había nada para ocultarlo y se sentía expuesto, aterrado al ver todos los rostros desconocidos observarlo con morbosa fascinación. Lloró y suplicó cuando aplicaron algo que ardió contra sus heridas, pero ellos no escucharon.

Volvió a rogar cuando los vio acercarse con las cosas afiladas, suplicando volver al agua porque no podía respirar, suplicando que se detuvieran porque lo estaban lastimando al tocar así sus escamas, suplicando que lo dejarán en paz cuando sus manos contra sus branquias las hacían arder.

Lloró múltiples veces; por estar solo, por estar en un lugar desconocido, por qué a nadie ahí le importaba su bienestar, por qué estaba cansado de manos extrañas tocando su cuerpo, haciendo preguntas para las que no tenía respuesta, por qué extrañaba su hogar, su familia.

Un día, lo liberaron, en medio de una noche de caos dónde el pequeño edificio que lo contenía acabó en llamas. Lio observó el fuego lamer la estructura hasta derribarla por completo, solo entonces se fue, emocionado de regresar a casa.

Pero estaba en un lugar distinto, dónde la salinidad era diferente y los peces eran diferentes y las algas eran diferentes. Ya no estaba cerca de su hogar, y no sabía cómo encontrar el camino de regreso.

Perdido y solo, navegó por el océano hasta encontrar una cueva submarina que le recordaba a la anterior. Se quedó, aceptando con cada ciclo solar que quizás nunca regresaría a casa, esperando que su familia estuviera a salvo.

Observó de lejos a algunos humanos, demasiado asustado para acercarse a ellos. Hasta que lo vió a él, solía pescar cerca del nuevo hogar de Lio, lo que le daba oportunidad de verlo sin llegar a ser descubierto. Se emocionaba cada que veía aparecer su bote, contento de observar desde lejos.

Aunque cada vez se acercaba un poco más, para ver si lograba captar un destello de su voz o una mejor toma de su cara. Incluso se atrevió a subir a su botecito en una ocasión, pasando sus manos por su rostro lo más suave que pudo para evitar dañarlo con sus garras.

Ese día el humano lo siguió hasta su casa, Lio estaba en el fondo, temblando de pánico. Pensando que él lo encerraría cómo lo habían hecho los suyos antes, pensando en que tendría que huir y lo triste que sería, pues le gustaba demasiado esa cueva.

Pero el humano solo lo miró asombrado cuando se atrevió a salir a la superficie. No gritó, no huyó, no trató de dañarlo. Lo tocó con una dulzura y suavidad que había olvidado hace tanto tiempo, recuerdos llenos de contactos indeseados y dolorosos.

El humano fue amable, y se quedó.

Le dió su nombre. Memo.

Y Memo siguió viniendo a verlo.

Memo le trajo objetos de su mundo, alimento, comodidades, conocimiento. Sobre todo, le trajo algo que había extrañado, compañía.

Se apego rápidamente, encantado con sus gestos al expresarse, al describirle objetos y lugares humanos, su suavidad cuando le hablaba y su delicadeza cuando acariciaba su rostro. Su interés por conocerlo y enseñarle su idioma para poder hablar.

Memo pasó de ser un simple humano a ser su humano.

Lio sabía que anhelaba un vínculo con Memo el día que le permitió tocar las escamas en su aleta.

Estaba nervioso, un agarre demasiado fuerte o áspero causaría dolor. Pero los toques de su humano fueron ligeros, amables y cariñosos. No lo veía como un monstruo sino como algo precioso y bello, algo digno de ser cuidado y amado.

Se había sentido abrumado por el cariño que le tenía, había nadado lejos en busca de aclarar su mente. Su alma necesitaba desahogarse y en medio del océano, tan profundo que a penas llegaba la luz del sol, Lio volvió a cantar.

El canto en un tritón era una forma de sacar sus sentimientos cuando eran demasiado pesados para sus almas. Un consuelo, un grito de alegría, un llanto, un empujón de valentía. Era tan natural como respirar el agua salada. Y ellos le habían arrebatado su canto cuando lo alejaron de su hogar.

Y fue un canto de tristeza, del hogar perdido y la inocencia arrebatada, del dolor físico y la tortura emocional que soportó, del cansancio de tener que seguir adelante, de la soledad que lo carcomía día con día.

Pero también fue un canto de esperanza, sobre días más soleados con colores más brillantes. Sobre reencontrarse a sí mismo y encontrar un nuevo hogar, un nuevo vínculo aunque fuera diferente, sobre el amor y el haber sobrevivido.

Por que Lio era un sobreviviente.

Y cantar le dió valor y fuerza.

Regresó a su hogar en caso de que su humano hubiera ido a verlo, pero faltaban soles y lunas para que viniera.

Así que Lio nadó, buscando entre corales y conchas marinas hasta encontrar lo que buscaba.

Su corazón lo supo cuando lo encontró. Era perfecto, ideal y bonito. De un violeta brillante que reflejaba la luz formando pequeños arcoiris.

Regresó emocionado a su hogar, escondiendo su hallazgo entre la arena y esperando a que su humano viniera a visitarlo.

Y su corazón contento cantó sobre el amor.

El amor que había recuperado.

El canto de la belugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora