CAPITULO 36

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Maximiliano Russo.

Quisiera justificarme pero no hay palabra alguna que pueda hacer cambiar algo de todo lo he hecho, todo lo que me dijo Irina me ha dejado completamente en show.

«Mate a su bebé»

Siempre he querido creer que soy el bueno de la guerra cuando resulta que soy igual que ellos. Si, me deje llevar por el odio y la venganza pero nunca le habría hecho daño a su bebé de haberlo sabido, él solo pensar que ese Niño era de Dimitri las entrañas se me mueven con amargura pero aún así jamás le hubiera hecho algo. Solo quería darle un susto más no quería herirla.

—¡Joder! ¡Soy un idiota carajo!

Decir que estoy molesto conmigo mismo se queda corto con la rabia que siento. Verla irse tan destrozada me dejo un mal trago en la boca pero se que me lo merezco, salgo de mi trance para ir a darme una larga ducha para irme al trabajo. Al llegar a la central me chuzo con Megan quien me guiña un ojo cuando me ve, no sé lo devuelvo si no que camino directa a mi oficina. Hemos estado muy llenos de casos en esta temporada de invierno pero aún así no dejamos el caso de los zares atrás. Me pongo a trabajar tan rápido como llego a mi oficina, pasó el día entre papeles y casos para nada entretenidos.

Cuando me doy cuenta son pasadas las doce y yo sigo aquí, escuchó que tocan la puerta luego de dar la autorización, Megan entra contoneando las caderas más de lo debido.

«A la rusa le sale natural » pienso pero tan rápido como me doy cuenta aparto ese pensamiento.

—Solo quería desearte las buenas noches.

—Megan..

—No tienes nada que decir, desde lo qué pasó entre nosotros has estado muy distante.

—Meg..

—Solo quiero que sepas que también eres mi amigo más allá de todo eso, también trabajamos juntos y no quiero que esto sea incómodo—termina por fin.

—¿Ya puedo hablar?—asiente—. Soy yo el que tiene que disculparse contigo por mi actitud inmadura de ese día, no sé porque actúe así. Mereces algo mejor Megan.

—No digas eso—calla—. Nadie es mejor que tú.

  Se me acerca y yo me alejo un poco de mi escritorio, ella toma la libertad de sentarse frente a mi sobre mi escritorio abriéndose me de piernas, trago con pesadez.

—Megan..—gruño por la libertad que se está tomando—. No juegues con fuego, te puedes quemar.

—Me gusta arder.

No aprende...

Me atrae a su boca besándome con pasión y decido seguirle en juego, me centro entre sus piernas haciéndola gemir al sentir la fricción qué hay entre mi miembro y su coño, la exageración con la que esta mojada me hace querer voltear las ojos. Se me dije que no haría ninguna de estas cochinadas en mi oficina pero esta mujer no se quiere separar de mi. Quiero decirle que paremos porque se que me arrepentiré pero quizás un buen polvo es lo que me haga fatal para bajar toda esta tensión.

Gruño sobre su boca, bajando mis manos a su culo, debido a que lleva los Jean del uniforme nos toma trabajo quitárselo pero cuando lo logramos puedo ver su braga, agarro su caderas con posesión. Pero la sigo desnudando, como si fuera mi primera vez. Rápido y excitado. Quito su camisa dejando a la vista su sujetar a juego con las bragas por lo que paso mi lengua sobre sus tetas aún privadas de mi. Subo, repartiendo besos al rededor de su cuello con hambre.

Abro mi cremallera sacando mi miembro haciendo a un lado su braga empujandome en su interior con necesidad, su grito de sorpresa me hace casi sonreír pero mejor muerdo su cuello y la ayudo con sus movimientos sobre mi miembro, su interior es húmedo y apretado. La tomo para sentarnos en mi silla y así dejarla sobre mi para que esté más cómoda.

Amor color carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora