Leí por quinta vez la carta que tenía entre mis manos, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón latiéndome de forma alocada en el pecho. En mis labios brillaba una enorme sonrisa mientras que mi garganta me ardía por contener el enorme grito de emoción.
Había estado esperando durante meses una respuesta; rezando, deseando, pidiéndole al universo que me aceptaran... Y por fin, con aquella carta que había llegado esta mañana, mis deseos habían sido cumplidos.
La carta que contenía mi futuro, mi sueño, todo por lo que había estado trabajando y luchando desde que comencé la secundaria...
Volver a Alemania, y continuar con los estudios que mi madre, por culpa de mi nacimiento, no pudo acabar. Ese había sido mi sueño desde que lo supe... Pero ahora todo había cambiado, y la foto que descansaba sobre la pequeña mesita de cristal lo demostraba.
Alexander y yo nos habíamos tomado esa foto meses atrás para celebrar que hacía dos años que estábamos juntos, y que nada había sido capaz de separarnos. En la foto, Alex se estaba riendo de mí mientras me abrazaba por la espalda y hacía la foto sin que me diese cuenta, por lo que yo salía despistada pero según él, preciosa.
Mi mirada se clavó en su rostro y tuve que contener un suspiro enamorado. Con el reflejo del sol dándole en el rostro, sus ojos azules parecían todavía más claros de lo que ya eran, y aquel par de hoyuelos que tenía me volvían loca. ¿Cómo podía un hombre tan perfecto ser para mí?
Sin embargo, cuando miré de nuevo hacia la carta, la sonrisa se me borró poco a poco mientras empezaba a entender lo que significaba, la elección que suponía en mi vida.
Alexander... O mi sueño.
Un sollozo se escapó de entre mis labios, y las lágrimas que antes eran de felicidad ahora se tornaban amargas. ¿Cómo podía elegir?
¿Cómo no lo había pensado antes?Leí con rapidez el final de la carta, en la que me pedía que respondiese a esta solicitud antes de que comenzara el nuevo curso... En dos meses.
Tenía dos meses. Dos malditos meses para elegir algo que cambiaría mi vida por completo... Dos meses para contarle a Alexander que mi futuro ya no sólo estaba ligado aquí, sino que también estaba unido a un país que ni siquiera estaba en el mismo continente.
Cerré los ojos con fuerza mientras sentía ganas de gritar de frustración, y dejé caer la carta sobre la mesita de cristal.
¿Esto significaba el fin de nuestra historia?
¿Mi corazón sería capaz de aguantar el dejar a Alexander para cumplir la promesa que me hice a mí misma?
* * * * * * *
Habían pasado dos días desde que había recibido la carta y todavía no había encontrado el valor suficiente para contarle a Alexander lo que me rondaba la cabeza.
En cuanto llegué a mi casa me di cuenta de que mi abuela todavía no había vuelto de su paseo con Nerea. Sonreí inconscientemente. Nerea y ella se habían hecho muy buenas amigas, y ambas disfrutaban mucho torturándonos tanto a Alexander como a mí.
¿Quién habría podido imaginar que una anciana y una niña podrían ser tan malvadas cuando se unían?
Me eché a reír en medio del salón, sabiendo que debería parecer una loca riéndome por nada. Sin embargo, mi ataque de risa fue silenciado por el ruido del teléfono.
Cuando miré la pantalla y descubrí quién me llamaba, sonreí como una tonta y lo cogí al instante.
—Buenos días, preciosa —su voz ronca viajó a través del teléfono y sin necesidad de tenerle enfrente, supe que sus ojos brillaban de forma pícara. Suspiré como una tonta y me mordí el labio, ¿cómo podía enamorarme todavía más con sólo imaginarle? — ¿Qué tal llevas el día, has recibido alguna carta?
Al instante, mi felicidad se evaporó. Cerré los ojos con fuerza e intenté que mi voz no flaqueara, a pesar de que me empezaba a faltar el aire.
Sentí la carta —que llevaba siempre conmigo desde que la leí por primera vez— más pesada que nunca. Mi garganta se apretó.
¿Qué podía responderle? ¿Qué podía decirle para explicarle todo lo que sentía?
— ¿Nadia? —dijo de pronto con voz preocupada. Casi podía imaginarle con el ceño fruncido y los músculos tensos— ¿Qué te pasa, estás bien?
Yo maldije por lo bajo y negué con la cabeza de manera estúpida, ya que él no podía verme. Había tardado demasiado tiempo en responder, y ahora tenía los nervios a flor de piel.
—Sí, claro... Estoy... perfectamente —respondí con rapidez, con la garganta apretada y las ganas de llorar atacándome—. Es sólo que... Me acabo de dar cuenta de que no lo he mirado y... Será mejor que salga a comprobarlo, ¿vale? Te... Te llamo luego.
—¿Qué? ¡Nadia...!
Sin embargo, antes de que dijese nada, corté la llamada. Me quedé muda mirando la pantalla que acabó oscureciéndose. Maldije y tiré el teléfono sobre la mesa.
Me sentí la peor persona del mundo por mentirle, y cuando me dejé caer en el sofá quise morir. ¿Por qué me pasaba esto a mí?
Era verdad que había conseguido becas en universidades muy buenas para estudiar aquí, en Estados Unidos, pero no era lo que yo quería. No era lo que había soñado. Llevaba seis años de mi vida deseando, estudiando y sufriendo para poder conseguir la beca que ahora descansaba en el bolsillo de mi vaquero. Años atrás no habría dudado en aceptar, y ya tendría hechas las maletas para salir corriendo de aquí... Pero ya no.
Ahora, un hombre de ojos azules, pelo castaño rojizo, sonrisa pícara y cuerpo perfecto me había robado el corazón, y eso estaba haciendo tambalear todo mi futuro.
Mierda, ¿cómo iba a salir de este enorme lío?
* * * * * * *
Miré exasperado hacia el teléfono y puse una mueca al oír la línea cortada.
¿Qué era lo que le pasaba a Nadia? Llevaba dos días muy rara, huía de mí —o al menos lo parecía—, y cuando estábamos juntos había veces que se quedaba traspuesta mirando al suelo, con el ceño fruncido y el labio mordido.
Colgando el teléfono, suspiré y negué con la cabeza antes de mirar a Mark, que estaba sentado en el sofá de enfrente mientras bebía cerveza.
Mark había cambiado mucho desde que su relación con Marie se rompió; había decidido no seguir con sus estudios y ahora estaba trabajando en el bar de su padre, en donde se reunía con personas con las que no debería juntarse.
Tanto Nadia como yo habíamos intentado ayudarle pero el muy idiota estaba decidido a seguir en sus trece.
— ¿Problemas en el paraíso? —preguntó irónico con una sonrisa ladeada. Yo puse los ojos en blanco y me tensé, no iba a permitir que se entrometiera en mi relación con Nadia—. Demasiado estabais tardando...
Yo gruñí y levanté una ceja. Desde que Marie le había dejado, Mark había decidido que no iba a entrar en una relación nunca más, ya que todas acababan mal.
Y por supuesto, según creía él, la mía con Nadia también tenía un oscuro futuro.
—Cierra la boca, idiota —le espeté molesto, haciendo que él empezara a reírse.
—Lo siento, Alex, pero ya sabes lo que pienso —él sonrió y le dio un largo trago a la lata—. Nadia es una chica estupenda pero algo tiene que salir mal... Acuérdate de lo que te digo tío, siempre va a haber algo que se rompa... —le miré fijamente, diciéndole con la mirada que estaba a punto de llevarse un puñetazo, a lo que él sonrió y añadió—: Pero, sinceramente, espero que contigo no pase.
Yo aparté la mirada de él, cabreado. Era un completo imbécil, pero seguía siendo Mark.
No obstante, sus palabras habían creado un vacío en mi pecho que, ni cuando pasaron varias horas, logró irse.
Joder, ¿qué significaba eso?
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Nuestra historia continúa.
RomanceUna decisión que cambiaría mi vida; una decisión que sin duda lo haría. Mi futuro o mi corazón. Mi sueño o Él. Decidir, dejar y olvidar. Tres cosas que debía hacer, y en menos de dos meses. ¿Sería capaz Alexander de perdonarme? ¿Sería yo capaz de...