Capítulo veintinueve.

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¡LO SIENTO! Perdonadme por haber tardado tanto en subir, he tenido varios asuntos que hacer y lo lamento :( espero que este cap. os anime ;) Gracias<3

Cerré los ojos con fuerza al sentir la boca de Alexander moviéndose ágilmente por mi cuello. Echando la cabeza hacia atrás, pequeños gemidos salían de mis labios mientras la niebla de placer nos envolvía a ambos.

Sentía la humedad entre mis piernas mientras me sentaba sobre su regazo. Hundiendo las rodillas en el cómodo cojín del sofá, llevé mis manos hasta su nuca mientras él torturaba sensualmente la carne tierna de mi cuello. Pronto sentí sus manos  sobre mis nalgas, pegándonos todavía más.

El calor se extendió por mi cuerpo a la vez que sus manos recorrían mi espalda y desabrochaban mi sujetador. En cuanto liberó mi pecho, lanzó el sujetador por encima del sofá y empezó a mimarlos con los dientes y la lengua, haciéndome reír de puro placer.

–Alex deberíamos... –Solté un pequeño gemido cuando mordió mi pecho– deberíamos hablar.

–Uhm... –asintió levemente sin apartar la boca de mi cuerpo y me eché a reír, feliz. Estaba ignorándome de buena manera, distrayéndome con su toque.

–Alex... –le urgí mientras hundía mis manos en su pelo y conseguía que me mirase al rostro. Estaba jadeante y excitada, pero teníamos que hablar, terminar con todas nuestras dudas y miedos–. Hablar, ¿recuerdas?

Su rostro estaba mezclado con el placer y la excitación. Un pequeño rubor cubría sus mejillas y sus ojos brillaban de manera oscura. Suspirando, recostó su cabeza en el respaldo del sofá y posó su mirada en mis marcados pechos, me sonrojé con fuerza mientras me repasaba con posesión y amor. Me lamí los labios y sonreí levemente cuando pasó sus dedos por las marcas que había hecho su boca y me estremecí.

–Hablar –repitió él con incredulidad y la voz ronca, intentando centrarse al igual que yo. Era difícil hacerlo mientras sentía su erección rozando contra la parte húmeda y caliente de mi cuerpo– ¿En serio crees que puedo hablar contigo así?

Un gemido escapó de entre mis labios y él se lamió los suyos. Un cálido placer surcó mi entrepierna cuando sus manos se posaron en mis caderas.

–Yo tenía pensado hablar –me quejé con una pequeña sonrisa, abrazándole para ocultarme de su mirada y disfrutando del tacto suave de sus manos en mi espalda–. Luego me has mirado así y me olvidé.

Él gimió roncamente mientras pasaba sus dedos por mi espalda desnuda. Me estremecí a la vez que apretaba nuestro abrazo, dejando pequeños besos por su cuello.

–Hablar... –susurró de manera ronca–, hablar –me reí de su tono incrédulo y le mordí suavemente el lóbulo de su oreja–. De acuerdo, hablaremos de por qué quieres dejarme morado los...

–¡Alex! –le censuré sonrojada antes de que acabase la frase, tapándole la boca con la mano–. Eres un cerdo.

Él se rió con mi mano todavía tapándole la boca. Sus ojos azules brillaban de manera oscura y divertida, provocándome al apretar la carne de mis nalgas. Sonrojada, intenté golpearle en el pecho pero no lo conseguí; segundos después, estaba acostada con mi espalda sobre el sofá y Alex sobre mí. Parpadeé lentamente mientras el movimiento de su garganta me hipnotizaba, con el calor recorriéndome como lava ardiente. Me mordí el labio instantes antes de que su boca cayese sobre la mía, agarrando mis manos sobre encima de mi cabeza. Le devolví el beso con la misma intensidad y gemí indignada cuando él se separó, lamiéndose los labios.

–Hablar, ¿recuerdas? –Repitió mis palabras con diversión, y supe que si él no tuviese mis manos agarradas le habría golpeado.

Tragué saliva  cuando él se levantó y caminó hacia la camiseta, tirándomela al rostro. Me la puse bajo su atenta y ardiente mirada.

–Bien... Ahora, ¿de qué exactamente quieres hablar? –Preguntó con un tono irritado pero divertido.

Y con esa pregunta, mis nervios se desataron. Cruzándome de piernas y jugando con el borde de la camiseta, estuve a punto de echarme hacia atrás, pues sabía que mis dudas iban a romper esta maravillosa y caliente atmósfera. No obstante, tenía que saber las respuestas.

–¿Qué va a pasar, Alex? –susurré con la garganta apretada.

Su expresión seria apareció al instante, y me maldije mentalmente por haber alejado al Alex juguetón de la superficie.

–¿A qué te refieres?

–A todo –aclaré nerviosa bajo su penetrante mirada, su mirada Grey–. A Isabella, a su enfermedad, a su bebé. A nosotros... A mis estudios...

Me callé en el instante en el que vi que su mandíbula se apretaba y sus ojos se enfriaban. Nerviosa, no supe si debía acercarme a él o mantener la distancia prudencial que él mismo había creado entre ambos. Segundos después de un suspiro, él se sentó en el sillón que había más alejado de mí y me miró con aquel par de ojos azules, reprochándome.

–No quiero hablar de Isabella en este instante, no mientras tengo una puta erección por tu culpa –sus bastas palabras resonaron dentro de mis oídos, calentándome de nuevo–. Me enfurece pensar en ella, en su maldita mentira, y me enfurece todavía más que tú estés pensando en ella después de todo lo que ha pasado.

Mi garganta se apretó cuando él se pasó las manos por el pelo y le imité, intentando arreglarlo.

–Yo... no sé qué pensar –susurré lamiéndome los labios y frunciendo el ceño, recordando todo lo que había pasado y el dolor que todavía me hacía estremecer–. El engaño de Isabella me hizo mucho daño, y cuando supe la verdad no quería ni mirarla pero... –lo que iba a decir era duro, lo sabía, pero Alex tenía que recapacitar– si yo hubiese sido ella, si hubiese estado en su situación, habría hecho exactamente lo mismo. No dejaría que mi bebé corriese peligro y... tú eres el único que puede darle algo de esperanza a su vida.

El silencio se extendió por el salón. Me mordí el labio cuando él agachó la cabeza y negó lentamente, suspirando y mirando hacia el suelo. Sin poder evitarlo, me levanté del sofá y caminé hacia él, arrodillándome entre sus piernas y cogiéndole el rostro con ambas manos para que enfrentara mi mirada. Me quedé sin respiración cuando sus preciosos ojos me traspasaron, brillando con una amalgama de sentimientos entre los que destacaban la confusión y el dolor.

–Me he sentido como un puto imbécil. Había perdido mucho por ese engaño, mis padres, amigos... a ti –susurró él, con el ceño fruncido–. Estoy jodidamente furioso con ella por haberme alejado de ti y de todos, pero sobre todo me duele que me haya mentido desde el primer puto instante –él se quedó en silencio, recordando, y después soltó una pequeña carcajada irritada, sin humor–. Llegué a considerarla una amiga. Una amiga que iba a ser la madre de mi hijo. ¿Cómo puedo perdonarle que me haya hecho esto?

Suspiré y negué con la cabeza, sintiéndome fatal al oír el dolor en su voz. Juntando mi frente a la suya, le susurré las verdades que él necesitaba escuchar.

–Da igual lo que haya hecho, da igual todo lo que pasó. Isabella te necesita, su bebé te necesita... Eres el hombre más maravilloso que he conocido nunca, y sé que por mucho rencor y odio que hayas acumulado en estas horas, acabarás ayudándola a ella y a ese bebé –sonreí con amor cuando su ceño se acentuó, recordándome a un niño malhumorado y terco–. Y por eso te quiero como a nadie, mi Grey gruñón.

Él gimió de manera indignada contra mis labios cuando me alcé para darle un suave beso... Que pronto evolucionó a un salvaje y ardiente beso, controlado por mi amado controlador Alexander Grey. Riéndome entre dientes cuando él susurró que era una manipuladora, me senté en su regazo y sonreí, enmarcando su cara entre mis manos.

–¿Por dónde lo habíamos dejado...? –susurré con expresión inocente minutos después, dando por finalizada la dolorosa conversación.

–Creo que era en el momento en el que tu camiseta iba fuera –dijo con renovada diversión, quitándome la única prenda que llevaba a parte de las bragas. Sus ojos relucieron de manera oscura mientras me escaneaba–. Oh, desde luego que sí.

Yo me eché a reír y me mordí el labio, pasando mi pulgar por su boca.

–Sí... desde luego que sí –repetí antes de lanzarme a su boca, besándole y comenzando una guerra ardiente en la que iba a pelear con uñas y dientes.


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