Capítulo diecinueve.

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Sentí como mi estómago se retorcía y las náuseas volvían a mí. Agachándome sobre el pequeño y sucio váter, vomité todo el alcohol que había ingerido. Maldije en ese instante a todos los idiotas que se habían atrevido a invitarme a beber, y me maldije a mí misma por haber aceptado. ¡Y luego estaban aquellos dos, Sara y Edwin, que me habían dejado beber sin control aún sabiendo que no lo asimilaba nada bien.

La vergüenza volvió a mí cuando revisé el teléfono y recordé la estúpida conversación que había tenido con Alexander exactamente hace veinticinco minutos. ¿En serio le había pedido que me trajera papel? Me golpeé en la frente, pero al instante gemí de dolor y quise llorar. Me dolía tanto la cabeza que, incluso con las enormes paredes del baño, el ruido de la música me destrozaba por dentro. 

Intenté ponerme de pie, y con esfuerzo lo conseguí. Bajé la tapa del baño y me senté encima, apoyando la sien sobre la fría piedra negra de la pared. Con ojos entrecerrados, pude leer varios números de teléfono y algunos nombres escritos en la puerta cerrada del pequeño espacio.

Cerrando los ojos, gemí de dolor. Sabía que tenía que salir de aquí antes de que Alex llegara. No quería que me viera así, pero cuando la puerta exterior del baño se abrió y escuché varios gritos de mujeres enfadadas, supe que era demasiado tarde.

–¡Sal de aquí, ahora mismo! –gritó una mujer, mientras oía como se iban abriendo las puertas de los ojos váteres. Cuando Alex dio conmigo, ni siquiera tuve el valor de levantar la mirada– ¿Es que no me has oído? ¡Lárgate!

Con la cabeza gacha, pude observar como Alex se daba la vuelta y encaraba a la pequeña barbie.

–Sal de aquí, ya –su voz sonó tan seria y tan ronca, que casi me estremecí. Sin embargo, tenía tanto cansancio dentro de mi cuerpo que no era capaz de hacer nada más que gemir levemente por el dolor de cabeza.

Cuando la barbie obedeció, seguida de varias amigas que eran copias muy malas de ella, vi –con los ojos entrecerrados–, como Alex se acuclillaba delante de mí. Posando su mano en mi mejilla, levantó mi mirada hacia él. El impacto de sus ojos fue como increíble. Sentí como mis mejillas se enrojecían, como mi boca se entreabría. Él estaba mucho más guapo que nunca.

No sabía si era porque había pasado tres meses alejada de él, pero este nuevo Alex era... nuevo. Sus ojos azules tenían un tono más oscuro, más serio, pero cuando me regaló una pequeña media sonrisa, sus ojos se aclararon. Me mordí el labio cuando sentí un deseo irrefrenable de besarle.

–Lo siento Nadia... –susurró él, acariciándome lentamente la mejilla con el pulgar. Su sonrisa aumentó un poco–. No te traído papel.

* * * * * * * * * * 

Sus mejillas enrojecieron ante mi pequeña broma, y yo sentí que volvía a caer embrujado por su belleza. Incluso con el pelo revuelto, el maquillaje de los ojos corrido –dándole una expresión fiera– y con la piel pálida por las náuseas que seguramente el alcohol le había traído consigo, seguía siendo la mujer más preciosa que jamás había conocido.

Con esfuerzo, conseguí que se pusiera en pie. Intenté disimular mi sorpresa al ver los enormes tacones que ella llevaba –y que por culpa de ellos le estaba haciendo tambalear–, así que por ley debían de ser de Sara. Suspiré cabreado con aquella morena. ¿Cómo era capaz de alejarse de Nadia, dejándola así? 

Nadia dejó caer la cabeza hacia delante con un gemido bajo de dolor. Se tambaleó cuando intentó caminar, así que me acerqué a ella y pasé mi brazo por su espalda, sosteniéndola. Ella se agarró a mí con fuerza, y yo tuve que contenerme para no gemir. Su cuerpo estaba oculto debajo de un vestido azul marino, que hacía resaltar el color de su pelo y sus ojos. Parecía una maldita modelo, y me estaba volviendo completamente loco. 

Conseguimos salir del baño, y tuve que maldecir. Para llegar a la salida teníamos que atravesar la pista, y estaba tan abarrotada que me sorprendía que se permitiese entrar a tantas personas en el local. Sin embargo, esperar no era una opción, pues notaba como Nadia se tambaleaba cada vez más. 

Con esfuerzo y varios empujones, conseguí llegar a la salida. Al parecer, el aire frío y la ausencia de música –al menos, no tan fuerte como dentro–, consiguió que Nadia mejorara mínimamente.

–Alex yo... –empezó a decir Nadia, mirándome con aquel par de gemas verdes que eran sus ojos. Sentí una electricidad recorriéndome la espalda, y me contuve para no sonreír. A pesar de estar furioso con ella por hacer esto... Era ella, maldita sea. La tenía tan cerca que...

– ¡Nadia! –dijo de pronto la voz de un hombre, profunda, ronca... Alarmada. Miré con el ceño fruncido como se acercaba, con el pelo rubio y los ojos azules. Cuando se acercó a nosotros, agarró a Nadia del brazo, la separó de mí y agarró su rostro con ambas manos, inspeccionando que estuviese bien. Tuve que apretar los puños para no soltarle un puñetazo.

Es él. Dijo aquella voz que reinaba mi mente y que estaba únicamente para una cosa: odiar profundamente a aquel hombre que, sin duda alguna, era el alemán que había estado con Nadia durante tres meses. Apreté la mandíbula.

– Aléjate de ella –la advertencia salió de mis labios sin apenas haberlo procesado.

– No eres nadie para decirme qué tengo que hacer con ella, Grey –mi apellido salió de sus labios como un insulto. Gruñí furioso al ver el asco brillando en sus ojos. Supe que él estaba al tanto de todo lo que nos había sucedido a Nadia y a mí.

– Soy el que la ha sacado de ese puto local, borracha y sola –di un paso amenazante hacia él, viendo como Nadia se llevaba las manos a la cabeza–. Y voy a llevármela a un puto lugar seguro, quieras tú o no.

El alemán abrió los labios para replicar, pero antes de que algo pudiera salir de su boca, una voz aguda y aliviada llegó a nosotros.

–¡Oh, Dios, Nadia! ¿Estás bien? –Sara apareció de la nada y abrazó a Nadia con fuerza, haciéndola tambalear.

–No, Sara, no está bien. ¿En qué coño estabais pensando? –gruñí, fuera de control–. Sabes lo mal que le sienta el alcohol, ¿y tú la dejas sin supervisión? ¡La he encontrado en el puto baño, sola, mareada y borracha! ¡Podría haberle pasado cualquier cosa!

Sara abrió la boca, consternada y preocupada. Estaba furioso con ellos. Con los tres. ¡Con todos! 

–Lo siento mucho, yo pensé que ella estaba bien... La veía bailando con los chicos y...

Los celos me cerraron la garganta, pero me contuve para no soltar una maldición.

–Me la llevo –les avisé, mientras agarraba la mano de Nadia. Su rostro había perdido todo el color, y parecía al borde del desmayo–. Mañana la llevaré a su casa. 

Sara se quedó en silencio, escaneándome con los ojos. A pesar de que parecía querer discutir, sólo tuve que mirarla fijamente para que se guardase sus palabras. Porque no habrían servido para nada.

– ¿Vamos a dejar que se la lleve? –preguntó el imbécil, impactado y furioso.

–Sí –dijo Sara sin más, mirándome mientras llevaba a Nadia hacia el coche. Lo último que oí de su estúpida conversación antes de subir al coche fue–: Es lo mejor que podemos hacer.


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