Capítulo treinta y tres.

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¡Losientolosientolosientoooo!
Se que llevo mucho tiempo sin subir, pero es que estaba centrada en acabar la otra historia y no tenía tiempo para escribir esta ;( además, he empezado las clases hace poco y pfff, ya tengo un montón de trabajo encima... ¡Y ni siquiera tengo hojas! Horrible jajaja
Bueno, espero que me perdonéis con este cap. <3 ¡Besos!
Paula.

Sonreí levemente cuando apareció Sara ante mí del brazo de mi mejor amigo. Ella llevaba un vestido elegante azul marino, y cuando se acercó a mi tuve que aguantarme para no echarme a reír. Su rostro brillaba de manera avergonzada, culpable e incómoda... Por lo que sabía que Nadia le había contado toda la verdad.

–Alex –susurró mi nombre, sin mirarme a los ojos. Mi sonrisa se ensanchó cuando apretó el agarre que tenía sobre el brazo de Mark; él me miró sonriente–. Siento mucho lo que te dije... Bueno, lo siento por todo.

Mi sonrisa se suavizó cuando noté que decía la verdad. Sara era orgullosa, y sabía que le había costado un mundo decir aquellas palabras.

–No importa, Sara –negué con la cabeza, quitándole la importancia que realmente tenía–. Ya está solucionado.

Ella me miró por fin y sonrió levemente.

–Gracias –respondió ella, inclinando la cabeza. Segundos después se soltó del agarre de Mark y le dio un pequeño beso en los labios, sonriente–. Voy al jardin, creo que acabo de ver a alguien que conozco.

Mark asintió y le siguió con la mirada hasta que se perdió entre la gente. Mirando alrededor, me lamí los labios mientras deseaba que Nadia apareciese; desde que lo habíamos arreglado todo, estaba ansioso por estar con ella y recuperar el tiempo perdido.

–Todavía no ha llegado, desesperado –dijo Mark con una risa entre dientes. Fruncí el ceño mientras miraba la copa que tenía en su mano... Y que segundos atrás no tenía–. Kristina está algo enferma, pero estoy seguro de que esa anciana es más fuerte que todos nosotros juntos. Aparecerán pronto... Aunque según me ha dicho Sara, tu querido alemán viene con tu chica.

Hice una mueca y entrecerré los ojos. Le había contado todo lo que había pasado, incluido lo relacionado con ese idiota rubio, y llevaba horas burlándose de mis celos.

–No me hagas golpearte en Navidad, Mark –le amenacé mientras caminábamos por la sala. Había gente muy conocida en el salón de mis abuelos, y agradecía que mis padres estuviesen desviando la atención de mí–. Estamos rodeados de gente importante, me molestaría tener que salir en los periódicos mañana.

Él se rió y me miró con una ceja alzada.

–No estés tan seguro de que podrías ganarme, Alex... Te estás convirtiendo en un empresario sedentario –se burló él–. Seguro que has engordado.

Aunque quise aguantarme, no pude y acabé riéndome entre dientes.

– Tranquilo, Mark, sigo entrenando diariamente... Podría patear tu culo fuera de mi casa sin problemas –me burlé mientras me cruzaba de brazos. Mark se echó a reír, hasta que de pronto una dulce voz, su dulce voz, nos envolvió.

–Sí, realmente él podría.

Me giré al instante con una sonrisa cuando su tono divertido me despertó. Se me secó la garganta cuando deslicé mi mirada por su cuerpo, que estaba cubierto por un precioso y elegante vestido que hacía resaltar el verde de sus ojos, y su cabello rubio se deslizaba por su espalda como una cascada luminosa.

Segundos después la atraje a mis brazos y besé sus labios lentamente; sabía que varias personas nos estaban observando pero sólo nos separamos cuando oi la voz divertida de Kristina.

–Feliz Navidad a ti también, chico –se burló ella haciendo reír a Mark mientras nos observaba varios pasos atrás; tenía a Nadia entre mis brazos. Pequeñas arrugas surcaron sus ojos cuando sonrió –. Me alegro de verte de nuevo, chico.

Sonreí cuando se acercó a mí, y besé su mejilla.

–Feliz Navidad, Kristina. Me alegro de verte también –mi sonrisa se ensanchó cuando recordé la conversación que tuve esta tarde con Nerea–. Mi hermana quiere verte, está en el salón de juegos junto con mi prima y varios niños más. Creo que te quiere presentar a su amigo.

Su sonrisa se ensanchó.

–Es el chico que le gusta, tiene nueve años y va a su clase... ¡Por fin podré ponerle cara! –Fruncí el ceño confuso mientras ella desaparecía entre las personas con una sonrisa satisfecha.

Escuché la risa de Nadia cerca de mí y la miré fijamente, horrorizado.

–Una niña de ocho años no puede enamorarse, ¿no? Es... –Hice una mueca–. Voy a alejar a ese niño de mi hermana.

Su sonrisa se ensanchó y negó con la cabeza, agarrándome del brazo.

–Deja a tu hermana tranquila, Alexander –me reprendió ella con un ceño divertido–. Lo peor que pueden hacer con esa edad es tirarse del pelo. Tú y yo lo hacíamos, ¿te acuerdas?

Intenté no sonreír, pero fue imposible al recordarlo. Nos habíamos llevado tan mal, que la profesora había tenido que sentarnos en cada punta de la clase y ni siquiera así había evitado que nos peleáramos.

–Te corté un mechón y tuviste que llevar pelo de chico durante dos años, hasta que te creció de nuevo –dije intentando no reírme. Ella hizo una mueca divertida y me golpeó suavemente, disimulando.

–Y yo me vengué –dijo con una sonrisa de autosuficiencia–. Te eché pegamento en el pelo y tuviste que raparte, también. Estuve riéndome durante meses.

Me reí entre dientes y la abracé más contra mí, besándole los labios.

–Siempre fuiste muy cruel conmigo.

Ella alzó una ceja al oír mis palabras, y cuando abrió la boca para contestar una voz profunda y ronca la interrumpió.

–Nadia.

Escuchar su voz me irritó. Casi me había hecho esperanzas de que no viniese, pero cuando le miré tuve que contenerme para no hacer una mueca.

Edwin estaba delante de nosotros, vestido con un traje elegante y  con el pelo algo húmedo.

–Edwin –dijo Nadia, saliendo de entre mis brazos y mirando al alemán sorprendido–. Has venido.

–Te dije que lo haría –él sonrió, aunque sus ojos no lo demostraron. Nadia se acercó para darle un beso en la mejilla y apreté la mandíbula cuando él me miró mientras ella lo hacía–. Alex.

–Edwin –le respondí secamente a su saludo. No podía evitar recordar que él iba detrás de mi novia–. Me alegro que hayas venido.

La tensión aumentó ante mis palabras irónicas. Nadia se sonrojó y me miró con una expresión irritada.

–Alex... –comenzó a reprocharme ella, pero el alemán le interrumpió.

–No pasa nada, Nadia –él le acarició la mejilla, provocándome, y sonrió–. Te dejaré con él, si me prometes un baile más tarde. Tengo que pedirte algo, ¿de acuerdo?

Nadia le miró confusa, y yo quise gritar que no. Apreté la mandíbula y los dientes, y atravesé a aquel imbécil con la mirada cuando ella asintió.

Segundos después, él desapareció y Nadia me miró con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

–¿Pero se puede saber qué te pasa?

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora