Capítulo catorce.

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Las semanas pasaban rápidamente, sin darme tiempo a preocuparme por nada más que por estudiar.

Al parecer, las clases en alemán eran algo más complicadas, pero con el esfuerzo suficiente tenía claro que iba a conseguir el sueño que siempre había tenido: acabar mis estudios aquí.

La Universidad era una completa maravilla. Estaba completamente enamorada de ella, y aunque me había costado un poco, había conseguido hacer amistades nuevas que me daban el respiro que necesitaba para no ahogarme en esta enorme ciudad.

Sara me iba contando poco a poco todo lo que ocurría en casa, y aunque me resultaba algo doloroso, oía cómo me contaba que su relación con Mark empezaba a estabilizarse... Aunque no mucho. También me contaba las novedades en sus estudios y, aunque era un tormento para mí, había averiguado que aquella pelirroja había estado allí aquel día para hablar del hijo que estaba esperando... de Alex.

Cuando me dijo eso, entre maldiciones y lágrimas, tuve que cortar la vídeollamada. Sentía que me moría por dentro al descubrir que lo que me temía era cierto. Alex iba a ser padre. Él iba a tener un hijo y... no iba a ser conmigo.

Me pasé la noche llorando encerrada en mi habitación y sin querer pensar en nada. Incluso a miles de kilómetros, el dolor era capaz de encontrarme y de romper la poca paz que había conseguido obtener en aquel frío país.

Fue entonces cuando, de madrugada, lo oi. Eran pequeños golpes a mi puerta, y cuando me levanté para ver qué pasaba, no pude evitar sonreír extrañada al abrir la puerta.

El alemán de hace unas semanas estaba delante de mí... Desnudo. O realmente, casi desnudo. Tenía el pelo alborotado, marcas de carmín por la boca y varios arañazos en los hombros. Llevaba los calzoncillos puestos, y con su camisa evitaba que se le notasen sus partes. No llevaba pantalones y sus zapatos colgaban de su hombro. El extravagante alemán sonrió un poco más y señaló hacia mi ventana con los ojos azules brillando divertidos.

-Buenas noches, florecilla indecisa. ¿Puedo coger algo? Prometo no tardar mucho.

Yo me limpié el rastro de lágrimas y me contuve para no reír mientras asentía. Esto era lo más extraño que me había pasado nunca, así que cuando abrió la ventana y cogió un pantalón que se había quedado enganchado, no pude evitar preguntar:

- ¿Por qué tus pantalones cuelgan de mi ventana?

El rubio sonrió mientras se los ponía y me guiñó un ojo.

-Llevo varios días cortejando a una chica del piso superior, pero al parecer no le ha gustado que me haya confundido de nombre... Varias veces.

Yo me mordí las mejillas para no reir, pero fue imposible. Tenía a un sexy hombre vistiéndose en mi habitación mientras yo intentaba recomponer mi corazón roto. Sonreí tristemente al recordar mi dolor.

- ¿Puedo preguntar por qué lloras? -me preguntó mientras se sentaba en el suelo para ponerse los zapatos-. Por favor, si dices que no... No me tires la camisa por la ventana, debajo de ti duerme la dueña de la residencia. Esa anciana me odia.

Yo me eché a reír de forma agridulce y negué con la cabeza, antes de ayudarle a levantarse.

-Tengo problemas de amor. Graves problemas de amor. Críticos problemas de amor.

El rubio alzó ambas cejas y se sentó en la silla de mi escritorio mientras se ponía la camisa.

-¿Quieres hablarlo con un sexy desconocido? -Dijo con una leve sonrisa. De pronto, sonrió todavía mas-. Tengo una idea. Ven.

Yo fruncí el ceño mientras él me arrastraba hasta su habitación. Allí, nerviosa, observé como sacaba una botella de vodka de debajo de la cama y antes de salir de la habitación dijo:

-No hay nada mejor que esto para olvidar.

Yo bufé, algo dolida. Alex hizo lo mismo, y acabó siendo padre... Cerré los ojos cuando se me llenaron de lágrimas. ¡Qué más me daba! Le iba a pagar con la misma moneda.

Subimos unas estrechas y oscuras escaleras hasta llegar a una puerta. Al abrir, descubrí una enorme azotea. Las vistas eran preciosas, aunque no estaba segura de lo que iba a hacer. Mirando al rubio, me di cuenta de que ya le estaba pegando un trago a la botella.

Cuando me la pasó y vio mi duda, sonrió.

-¿Siempre eres así de indecisa? -me preguntó-. No voy a emborracharte y a matarte, aunque eso es lo que alguien diría antes de hacerlo... Bueno. Sólo quiero ayudarte, ya que tú me has ayudado a mí.

Yo fruncí el ceño. ¿Qué clase de persona era aquel hombre? Le vi reír cuando le pegué el primer y largo trago a aquella bebida. Tosí con fuerza y aspiré una gran bocanada de aire cuando sentí el fuego en la garganta.

-¡Muy bien, florecilla! -aplaudió con una sonrisa-. Y ahora, cuéntame. ¿Qué te pasa?

Miré sus ojos azules. Sus desconocidos ojos azules y me lamí los labios. No me gustaba el alcohol, pero sabía que no podría hablar de ello sin aquello. Así que bebí de nuevo y empecé a contárselo todo.

Le conté, entre tragos, cómo era la relación con Alexander Grey. Él se sorprendió al oír el apellido, pero no dijo nada pues parece ser que notó lo mucho que me había costado comenzar. Le conté todo lo que nos ocurrió, todo lo que conseguimos pasar juntos... Y lo que acabó rompiendo nuestra relación.

Para entonces, la botella estaba casi vacía y yo estaba llorando como un bebé, abrazada a aquel desconocido que se había esforzado en cuidar de mí.

-Le echo de menos -dije llorando, borracha y confusa. Estaba muy mareada y no podía levantarme del suelo- ¡Extraño a ese idiota...!

Edwin se echó a reír, de forma amarga.

-Te entiendo, florecilla, te entiendo a la perfección... -dijo achispado, abrazándome. De pronto, cogió la botella y se levantó del suelo con dificultad para después lanzar la botella al aire-. Esto es... tu... Culpa ¡Estúpido cupido, te odio!

-Maldito bicho volador -grité entre lágrimas, sin saber que decía-. ¡Te odio, también!

Después de mi grito desgarrado. Edwin me miró fijamente y yo a él. Pasaron minutos, o así lo sentí yo, hasta que él se echó a reír y yo con él. Esto era una locura.

-Vamos a dormir, florecilla... Mañana tenemos que madrugar -dijo él con voz ronca, borracha.

Yo asentí, y tras varios intentos me levanté. El camino de vuelta fue costoso, pero entre risas y tropiezos conseguimos llegar a mi habitación.

-Buenas noches, florecilla -dijo entonces él, sin ningún rastro de borrachera en su voz. Yo le miré extrañada mientras él sonreía-. Una botella de vodka no me afecta tanto como a ti, pequeña. Espero que estés mejor.

Yo me eché a reír y asentí mientras me tiraba sobre la cama. Ya me daba todo igual, sólo quería dormir... Dormir y olvidar.

Y al parecer, esa noche lo conseguí.

-Gracias, Edwin... -susurré antes de que saliese de mi habitación.

-De nada, florecilla. Hasta mañana.

Y por primera vez en meses
me dormí sin llorar. Sin recordar la expresión de dolor de Alex. Me dormí... Sin pensar.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora