Capítulo cinco.

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¡Lamento la tardanza! Sé que estoy tardando más de lo habitual en subir pero es que por razones que todavía desconozco (en serio, no sé por qué), he comenzado a subir otra historia y ahora me encuentro con que tengo que actualizar en ambas, y es muy costoso para mí saltar de una a otra sin mezclar conceptos...

Mientras escribía este capítulo, he escrito varias veces el nombre de personajes que ni siquiera pertenecer a esta historia... ¡Así que imaginaos como estoy! 

Jajaja bueno, era sólo eso. Espero que os guste, y lamento que sea tan corto... ¡Y no odiéis a Alex! En el fondo es un buen chico...

Sus palabras se repetían lentamente en mi cabeza, intentando encontrarle el sentido a todo esto.

Dejarlo.

Él quería... dejarlo.

Miré aturdida y con el corazón destrozado como él se inclinaba levemente y depositaba un suave y tembloroso beso sobre mi mejilla. El roce de sus labios sobre mi piel hizo –como siempre– que me estremeciera, pero fue la manera en la inspiró con fuerza la que trajo nuevas lágrimas a mis ojos. Hoy estaba siendo el peor día de toda mi vida.

–Será mejor que me vaya –dijo con voz ronca y la mirada perdida fija en un punto alejado de mí–. Yo no... No creo que deba estar aquí ahora.

Mi respiración se atascó cuando él me miró con esos grandes y profundos ojos azules, tan eléctricos y descarnados que pensé que me iba a volver loca. Su mirada estaba gritando de dolor, al igual que yo deseaba hacerlo. ¿Por qué todo se había vuelto tan complicado? ¿Por qué mi mundo quería destrozarse justamente cuando parecía que todo se había arreglado?

Había pasado toda mi vida odiando a la persona que ahora amaba, y cuando por fin me di cuenta de que lo hacía y podía probar el amor y la felicidad que él me daba... El destino ponía delante de mí la peor elección del mundo.

Me había prometido a mí misma que me marcharía, que conseguiría la beca de Humboldt y que le demostraría al mundo que no necesitaba la ayuda de nadie para labrarme un futuro... Sin embargo, ese sueño se estaba convirtiendo en una de mis peores pesadillas.

No sabía qué iba a hacer, pero en cuanto Alex apartó la mirada de mí y comenzó a caminar hacia la salida, supe que tenía que haber otra forma... Que no quería perderle, y que no iba a hacerlo.

Me levanté con la intención de pararle, pero por razones que no conseguí descifrar, no lo hice. Seguía sin saber lo que haría y no quería que él sufriera por esto. ¿Estaba mal pedirle que estuviese conmigo, incluso cuando había una posibilidad de que me marchase? 

Supe la respuesta en cuando la puerta se cerró. Me sentí dolida y frustrada como nunca antes.

Amargas lágrimas salieron de mis ojos y viajaron por mis mejillas sin rumbo fijo. No sé cuánto tiempo estuve así, mirando por el mismo lugar por el que Alex había salido, pero cuando unos cálidos brazos me abrazaron desde la espalda volví a la realidad.

–Se ha ido –susurré con dolor y estupefacción–. Él me ha... Me ha...

–Debes entenderle, cariño... –me dijo mi abuela, obligándome a mirarla. Me limpió las lágrimas de los ojos y sonrió con la tristeza que mi ruptura con Alex le producía–. Él no quiere ser un impedimento para ti, él quiere que cumplas tu sueño y seas feliz.

–Pero yo...–gemí con dificultad y me eché a llorar sobre sus hombros.

Aunque no pude acabar la frase, sé que ella lo entendió a la perfección. Yo no quería dejarle, yo no quería ver como encontraba a otra chica que le hiciese feliz... ¡Yo quería estar con él, y cumplir mi sueño!

–Todavía tienes dos meses para pensártelo, Nadia –dijo mi abuela besándome la frente–. Todavía puedes encontrar la manera de solucionarlo... O elegir.

Asentí con la cabeza, sintiendo como esta me pesaba por culpa de las lágrimas. Tenía dos meses... Dos malditos y cortos meses para encontrar la solución que podría cambiar mi vida.

* * * * * * * * *

Me bajé de la moto con ganas de gritar por el dolor que sentía en el pecho. Había pasado mucho tiempo desde que había salido de la casa de Nadia, con las lágrimas a punto de salir de mis ojos y el corazón sangrante. Jamás había llegado a pensar que algo podía doler tanto como me estaba doliendo esto, pero sabía que era lo mejor para ella.

Era su sueño, su maldito sueño. Ella deseaba estudiar en Humboldt, en el mismo lugar en el que estudió su madre... En honor a ella. Sabía que quería estudiar lo mismo que estudió para honrarla, pero me estaba costando horrores no maldecir su decisión. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? ¿Por qué me tenía que enamorar de la única chica que tenía raíces en otro maldito continente?

Y lo peor de todo es que todavía quedaba dos meses; dos malditos meses en los que tendría que aguantar la necesidad de buscarla, de besarla, de convencerla para que se quedase conmigo... Porque yo no podía irme y tampoco quería que se fuese. Era un maldito egoísta, pero era la verdad: todo lo que tenía estaba aquí... hasta que ella se fuera. Cuando eso pasase, jamás volvería a ser igual. Cuando Nadia se marchase, no iba a tener ninguna relación más.

Al final, después de todo lo que habíamos pasado aquella endiablada rubia y yo, Mark había tenido razón: nuestra relación había estado condenada al maldito desastre desde que comenzó, desde que me miró con aquellos grandes ojos verdes y consiguió conquistarme.

Me senté en el maldito bordillo de la acera y observé con las lágrimas contenidas la soledad de la calle. No sabía cuánto tiempo había pasado exactamente, pero la noche se había abierto paso mientras conducía por las calles de la cuidad.

Apreté los dientes con furia. Tenía ganas de golpear, de sangrar, de descargar toda la frustración que tenía dentro de mí... O al menos, de beber tanto que el dolor se aplacase hasta el punto de que no recordase por qué me dolía.

Y joder, iba a hacerlo. Total, ya no tenía nada que perder.

* * * * * * * *

– ¿Estás seguro de que quieres estar aquí? –Me preguntó Mark cuando entramos al ruidoso y oscuro local–. Aunque sabía que pasaría, sé que no debes estar bien... Quizá deberíamos...

Yo gruñí y negué con la cabeza mientras caminaba hacia la barra, que estaba atestada de adolescentes y adultos pidiendo copas.

En menos de una hora –y tras llamar a Mark para buscar su apoyo–, habíamos acabado entrando en el primer local que habíamos visto. Tenía ganas de beber, de olvidar todo lo que había pasado horas atrás. Quería arrancarme la imagen del rostro dolido de Nadia, y la de sus lágrimas cayendo descontroladas desde sus grandes ojos verdes.

Quería que desapareciera de mi mente aunque sólo fuese un momento, e iba a conseguirlo... Aunque tuviese que reemplazarlo por el de cualquier otra.

–Sólo ocúpate de pedir, Mark –le dije amargamente mientras observaba a las mujeres que nos miraban lujuriosas–. Tenemos una larga noche por delante.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora