Capítulo veintiuno.

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Cuando nuestras bocas se juntaron, un enorme vértigo creció en mi estómago... Y no era más que los dulces recuerdos. Sabía a café, a menta y a él. Su boca se movía frenéticamente sobre la mía, intentando recuperar el tiempo que habíamos perdido meses atrás. Una de sus manos viajó hasta la parte baja de mi espalda mientras que la otra se deslizó hasta mi nuca.

Nuestras bocas no se separaban ni un instante mientras me recostaba en la cama, con él sobre mí. Solamente tuvimos que separarnos cuando la falta de aire se hizo insoportable.

Abrí los ojos lentamente, para encontrarme tan cerca de los suyos que me sentí acorralada. Él estaba sobre mí, con nuestras narices rozándose y nuestros labios anhelando volver a encontrarse. La mano que tenía en su nuca viajó hasta mi mejilla y acarició mi piel con ternura, con amor.

A pesar de que esto estaba mal, no podía sentirlo así. Sabía que me había engañado, y todavía tenía aquella profunda herida abierta y sangrante... Sin embargo, no podía resistirme a él, ni aunque tuviese razones para hacerlo.

Él parecía tan arrepentido que me dolía. Sin darme cuenta de lo que hacía, mis manos viajaron hasta su pelo y lo atraje hasta mí, para fundirnos en un profundo beso.

Su ronco gemido reverberó en su pecho antes de deslizar sus manos por mi cuerpo, por mis muslos. Sus manos me hacían estremecer y desear cosas que no debía.

Un grito ahogado salió de mi garganta cuando se sentó en la cama, conmigo sobre su regazo... Pegándonos. Aproveché el momento para sacarle aquella camiseta que se amoldaba con comodidad a los músculos de su cuerpo. Segundos después, mis pechos estaban unidos a su torso, su erección rozando en la parte más sensible de mí a través del pantalón. Me mordí el labio para no gemir, aunque fue en vano. Cuando su boca viajó por mi cuello, dejando pequeños besos... Simplemente caí. Caí de nuevo en él. Y no había forma de poder evitarlo.

Su boca se paró sobre la parte alta de mis pechos, succionando mi piel con suavidad. Sus manos me acariciaban la espalda, las piernas, el rostro y los brazos casi con desesperación, como si no creyese que estuviese allí. Sin embargo, yo tampoco me lo creía. No podía pensar en nada -no debía hacerlo-, porque sino este momento se estropearía.

Y este era nuestro paréntesis. Nuestro momento en un mundo paralelo en el que sólo existíamos él y yo. Nuestro amor y dolor. Nuestros cuerpos y nuestras mentes... Simplemente nosotros.

-Nadia... -mi nombre salía de sus labios casi como una oración mientras me quitaba con delicadeza el sujetador. No sentí vergüenza cuando él los mimó, los besó y chupó. Simplemente me dejé llevar por el placer y por la suavidad de su pelo bajo mis manos-. No puedo estar sin ti, nena. Me volví adicto en el puto momento en el que te vi... E intentar superar una adicción que lleva conmigo toda la vida, es demasiado duro.

Inspiré con fuerza y eché la cabeza hacia atrás. No estaba preparada para esas palabras. No quería sentir como limpiaban las heridas, aunque fuese mínimamente.

Si él me resarcía... ¿Cómo iba a ser capaz de mantenerme lejos? ¿Cómo iba a poder estar con él cuando me iba a ir en unas pocas semanas?

-Alex... -le supliqué, paseando mis manos por su duro torso. Estaba lista para él. Llevaba demasiado tiempo sin una liberación... Sin él.

Él se rió entre dientes, roncamente, mientras mordía mi pecho con suavidad. Pequeñas descargas de placer se dispararon a través de mí, pero cuando de pronto me dejó caer sobre el colchón, alejada de cualquier calidez... Fruncí el ceño. Hasta que vi lo que iba a hacer.

Se desnudó con rapidez, sin dejarme tiempo para disfrutar de él. Mientras él se ponía la protección, me sentí algo intimidada. Tres meses sin él era algo que tener en cuenta, no sabía si...

Y mi hilo de pensamiento se perdió en cuanto su boca se posó en la parte interior de mis muslos. Cualquier signo de coherencia salió de mi mente mientras él repartía besos por los bordes de mi intimidad. Apreté las sábanas en mis manos cuando él me quitó las bragas. Aquellas malditas bragas de encaje.

Su mirada era oscura mientras me miraba. Tenía cada mano en cada una de mis rodillas, evitando que cerrase las piernas. Una necesidad se extendió por mi estómago mientras él deslizaba dos dedos entre mis pliegues. Gemí y cerré los ojos con fuerza cuando aquellos dedos me penetraron. Sus movimientos eran circulares, perezosos... Desquiciantes. Me dejó al borde del orgasmo varias veces, y me frustré tanto que acabé gritando su nombre.

-Sí... -susurró él. De pronto, tiró de mis pies hasta el borde de la cama y volvimos a la posición inicial, conmigo sobre su regazo. Mis uñas se clavaban en sus hombros, nuestros rostros respiraban entre sí. Él me daba el control... Y yo lo agradecí.

Cogiendo una gran bocanada de aire, empecé a introducirlo en mí. Me faltaba aire para respirar, pues me sentía tan dilatada que era una locura. Mi descenso fue lento, abriéndose paso con ciudado... Hasta que estuvo en mi interior por completo. Un gemido se escapó de nuestros labios, que se encontraron en un hambriento beso mientras empezaba a moverme sobre él.

-Te quiero... -susurraba él contra mi cuello, repartiendo besos por mi clavícula mientras él mantenía sus manos en mis caderas. Mis movimientos se habían vuelto frenéticos, en busca de una liberación.

Sin embargo no la conseguimos hasta que nuestra posición cambió, dejándole sobre mí.

Minutos después, nuestras respiración era agitada por culpa del placer. Salió lentamente de mí y se quitó el condón, abrazándome al instante.

-Te quiero -susurré, con voz ronca por el grito de hacía unos instantes-. Te quiero, y no sé como dejar de hacerlo.

-Pues no lo hagas, maldita sea -su voz era dura, dolida. Mis ultimas palabras le habían hecho daño-. Quiero que todo sea igual que antes...

Y yo también lo quería. Pero no era posible... Ya no.

Y cuando su teléfono vibró en el suelo, junto al pantalón y con una llamada entrante, estuve más convencida de eso que nunca.

En la pantalla brillaba un nombre. Un simple nombre que me llenaba de corrosivos celos.

Isabella.

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