Capítulo diecisiete.

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¡PERDÓN POR NO SUBIR AYER! Resulta que sí escribí el capítulo ayer, pero se me apagó el ordenador sin guardar y el capítulo se fue a la basura.

Sin embargo volví a intentarlo... Y me volvió a pasar lo mismo justamente cuando terminé. Creo que la tecnología me odia, o al menos mi ordenador. *Suspiro* Bueno, aún así, aquí os dejo el capítulo, espero que os guste :) 

P.D.: ¡Gracias por los comentarios, os quiero! *u*


Estaba a punto de echarme a llorar de la emoción, lo sentía en lo más profundo de mi alma. Bajé del coche con la garganta apretada y miré hacia mi casa mientras sentía como mi teléfono vibraba sin parar en mi bolsillo, llegándome mensajes de todas aquellas personas que quería y que sabían que había vuelto de Alemania. Sin embargo, el único mensaje que esperaba –y que realmente no debería de esperar–, era de él. De Alex.

No obstante, sabía que ese mensaje era muy improbable –por no decir imposible– que llegara. Y en el fondo, dolía, porque todavía no me había acostumbrado a su ausencia.

De repente un silbido cruzó el aire de forma aguda, y tardé varios segundos en darme cuenta de que provenía de Edwin.

–Vaya, vaya... Tienes una casa muy bonita –dijo él mientras miraba hacia la casa. A pesar de que su tono era sincero, le miré escéptica.

–Pues no será porque es mejor que la tuya... –le dije con los ojos en blanco mientras caminaba hacia el pequeño porche. Recordé el maravilloso fin de semana que pase en su casa, y tuve que suspirar. Su casa era una lujosa maravilla.

Sin embargo, el bufó y me miró con irritación mientras arrastraba las maletas detrás de él sin ningún esfuerzo.

–Eres demasiado arisca, Nadia... Me hieres el corazón.

Me quedé mirándole fijamente, pero al final me eché a reír cuando él me lanzó un beso. Me di prisa en abrirle la puerta, y él pasó sin decir nada más, dejando las maletas en la entrada. Sonreí cuando vi como Sara dejaba un rastro de babas detrás de él y le di un suave golpe en la frente cuando pasó por delante de mí.

–Deja de babear tras él –le dije al oído cuando me miró con el ceño fruncido–. Recuerda que tienes novio, degenerada. 

Sus grandes ojos celestes brillaron divertidos, y negó con la cabeza.

–Tenemos una relación, pero eso no significa que sea ciega –la vi morderse el labio mientras observaba, a través de la puerta abierta, a Edwin. Él estaba mirando las fotos que había en las paredes, y al estar de espaldas a nosotras supe que su culo estaba siendo escaneado por mi mejor –y más salida– amiga. Suspiré y negué con la cabeza, aunque no podía quitarle la razón. Edwin era perfecto, en más de un sentido–. Mírale, si no fuese porque quiero a Mark, te aseguro que me lanzaba sobre él.

Yo me quedé boquiabierta ante su confesión, y ella pareció confusa por sus propias palabras. La vi tragar saliva y apartarse un poco de mí antes de negar con la cabeza.

–Olvida lo que he dicho –su voz sonó aguda, más alta de lo normal, y eso atrajo la atención de Edwin. Nos miró a ambas como si fuésemos marcianos.

–Sara –interrumpí a Edwin antes de que pudiese hablar, y ella me miró nerviosa y tensa– ¿Por qué no llevas a Edwin arriba, para que vaya instalándose? 

Sara asintió varias veces y le entregó al alemán una sonrisa nerviosa. Observé todavía sorprendida como Sara salía corriendo escaleras arriba, seguida de Edwin. Sin embargo, la mirada de él me aseguró que había notado la distracción.

Suspiré cuando desparecieron escaleras arriba. Pasando la mirada por mi hogar, me di cuenta de que mi abuela todavía no había entrado en casa... Y cuando miré hacia el coche se me paró el corazón. 

Mi abuela estaba apoyada sobre una de las puertas del coche, con una extraña expresión de fatiga y dolor en el rostro mientras se apretaba el pecho con una mano. Sin darme cuenta de lo que hacía, corrí hacia ella y le agarré la mano con preocupación.

– ¿Abuela qué te pasa? –pregunté algo histérica mientras repasaba su rostro en busca de alguna señal.

Sin embargo, ella negó con la cabeza y se irguió un poco, entregándome una débil y falsa sonrisa.

–No es nada, cariño... La emoción de tenerte en casa, nada más –su voz sonaba dulce, demasiado dulce... Y supe que mentía. Mi preocupación aumentó cuando siguió dando vanas escusas–. Además, ese chico que has traído contigo es muy guapo... Me he alterado al verlo y todo.

A pesar de que intentaba que su voz sonara pícara –como siempre sonaba–, sabía que algo iba mal. Mientras la seguía muy de cerca hasta el interior de casa, pude notar que sus pasos eran más lentos que de costumbre. Me empezaron a escocer los ojos.

–Abuela –mi voz sonó algo rota cuando la ayudé a sentarse en el sofá–. Dímelo, por favor. Necesito saberlo.

Sus grandes ojos verdes me miraron con pena, y negó con la cabeza, besándome la mejilla suavemente.

–Estoy pasando una mala racha, cariño. No es nada, sólo necesito descansar y saber que tú estás bien –su voz sonaba cansada pero su sonrisa era radiante–. No es necesario que te preocupe por problemas de una vieja...

–Eso no es... –empecé a quejarme, pero de pronto se escuchó como bajaban con rapidez las escaleras.

Sólo me dio tiempo a levantarme del sofá cuando vi aparecer a Edwin y a Sara con una sonrisa cómplice en los labios. Me estremecí y negué con la cabeza, temiéndome lo peor.

–¿Qué habéis hecho? –les pregunté a ambos, en un tono que casi rozaba el de una madre cabreada. Me crucé de brazos, y por el rabillo del ojo observé como mi abuela aprovechaba y salía del comedor. Suspiré.

–Nada –dijo un indignado Edwin, acercándose a mí y abrazándome por la cintura– ¿Cómo eres capaz de pensar que somos capaces de hacer algo malo?

Le di un codazo en las costillas, y él se separó de mí mientras jadeaba. Hizo varios pucheros y me señaló con un dedo mientras miraba hacia Sara.

– ¿Ves cómo me trata? ¡Debería denunciarla por maltrato! –gimoteó un poco y se sobó las costillas, haciendo a Sara reír.

– No soy tonta –gruñí mirándoles con los ojos entrecerrados–. Os conozco demasiado bien como para saber que juntos sois peligrosos. ¿Qué habéis planeado en los cinco minutos que os he dejado a solas?

– Nadia –la voz melosa de Sara me envolvió–. No hemos planeado nada... muy malo. Sólo vamos a demostrarle a Alexander Grey que contigo no se juega –su voz sonaba vengativa y yo suspiré. Todavía estaba rencorosa por el trato que había recibido en la casa de los Grey, y a pesar de que había aceptado el comportamiento de su padre, jamás iba a perdonar que Alex hubiese estado allí con... Isabella–. Tú, Edwin y yo. ¿Qué te parece?

Yo me quedé varios segundos en silencio, recapacitando. Una parte de mí –la que todavía lloraba y sangraba por lo que Alex había hecho– deseaba vengarme, hacerle sufrir. Sin embargo la parte racional, la que lo entendía, me decía que era una locura y un sufrimiento innecesario. Además, él había pasado página... Yo no era nadie para hacerle retroceder.

–No, de verdad –dije en tono cansado, pero todavía preocupada por mi abuela–. No quiero problemas... Yo... he vuelto para intentar acomodarme a esta situación, y sé que Alex ya no es parte de mi vida, en cierto modo. Él me ha olvidado, creo, y yo debo hacer lo mismo porque es lo mejor. Para mí y para él. ¿Lo entendéis?

Ambos se miraron por varios segundos, y asintieron. Sin embargo, los conocía como si los hubiese parido, y no tenían en mente quedarse quietos. Ni por un instante.

Suspiré. Iban a ser una vacaciones muy moviditas.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora