Capítulo treinta.

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Cortito, I know it. Siento la espera, pero me he encontrado en un momento de falta inspiración y pues... Esto es lo único que he podido conseguir :( Aún así, espero que os guste. En el próximo habrá una pequeña sorpresa :3 ¡Besos!

Att. Paula :3

Me levanté de la cama con una enorme y perezosa sonrisa en los labios. Desperezándome mientras sentía leves molestias en las ingles por la pasada noche, miré hacia el lado vacío de la cama y gemí, indignada con aquel responsable y sexy hombre que me tenía enamorada. El muy tonto me había dejado sola en su habitación, desnuda y con las sábanas enrollándose en mis piernas. Sonreí como una completa tonta.

Levantándome de la cama, caminé hasta mi ropa interior -que estaba tirada por la habitación- y me la puse, mirando hacia la intimidante imagen de la ciudad, que ya tenía el tráfico acumulado en sus calles. La pared de cristal era increíble, pero sentía vergüenza de estar tan expuesta... Aunque claro, estaba segura de que a pesar de la altura, los cristales no permitían que desde fuera se pudiese ver algo. Alex se habría encargado de ello. Y eso, por supuesto, trajo otra sonrisa a mis labios.

Cuando me puse unos pantalones deportivos de Alex y una de sus camisetas, caminé descalza y con una expresión de mujer satisfecha hasta la cocina... Y ahí me morí de placer.

Mordiéndome el labio, miré el cuerpo escasamente cubierto de Alex mientras él bebía de su café, apoyado en la encimera de la cocina. Inclinado hacia atrás, tenía sus tobillos cruzados mientras leía alguna cosa en su teléfono... Algo que desde luego, hacía que su ceño se acentuara y su expresión seria apareciera. Aunque por supuesto, seguía siendo condenadamente caliente sin camiseta y con unos pantalones realmente parecidos a los que le había quitado de su armario.

-Es de mala educación no saludar al entrar en un lugar, rubia -dijo él seriamente minutos después mirando todavía el teléfono; sin embargo, su voz no reflejaba lo mismo que su rostro-. Ven aquí.

Puse los ojos en blanco pero sonreí. Caminé lentamente hacia él y le quité la taza de la mano, bebiendo pequeños sorbos mientras observaba su expresión concentrada en el teléfono. Irritada, me contuve para no pegarle. Sabía que había acabado de leer hacía unos minutos, pues sus ojos no se movían, pero estaba segura de que estaba poniendo a prueba mis nervios. Tonto.

Aprovechando que él quería jugar a ignorarme, posé mi mano en la parte baja de su ombligo y jugué con sus abdominales, rozándolos con las uñas. A pesar de que él quiso aparentar indiferencia, acabó tensándose y dejando el teléfono sobre la encimera. Segundos después, estaba besándome profundamente, mezclando el café de nuestros labios.

-Buenos días -dije divertida con voz ronca cuando nos separamos-. ¿Has dejado ya el teléfono o puedo seguir?

Él hizo una mueca divertida y me besó la frente, quitándome la taza de las manos y llevándoselas a sus labios. Contuve la respiración mientras él bebía, y supe que lo hice por la caliente mirada que me lanzaba.

-Siéntate y déjame que te prepare el desayuno antes de que decida hacerlo yo primero -dijo él con voz ronca, haciéndome estremecer-. Porque te aseguro que voy a desayunar... Lenta y metódicamente.

Entré en combustión. Dando varios pasos hacia atrás, miré su mirada divertida y seductora. Estaba deseando que llegase a por su desayuno, porque la cena me había hecho más adicta a él que nunca.

Sentándome en la mesa, intenté ignorar el ardor entre mis piernas y observé como se movía con agilidad por la cocina. Habían pasado un par de minutos cuando él preguntó de manera casual:

-¿Y cómo conociste a... Edwin? -Se trabó en su nombre y yo me mordí el labio para no reír. Sonaba celoso, pero no iba a desaprovechar esta oportunidad... Iba a vengarme por ignorarme.

-La primera vez que lo vi fue en la puerta de la residencia de estudiantes -le conté mientras él se movía con comodidad por la cocina, sin mirarme-. Me quedé sorprendida cuando me preguntó con una sonrisa si iba a pasar... Luego simplemente se fue.

Me mordí el interior de la mejilla para no echarme a reír cuando él preguntó, curioso:

-¿Y cómo os hicisteis amigos?

Me encogí de hombros aun sabiendo que no me veía, sonriendo mientras lo recordaba. Ese recuerdo iba a ser el más extraño y divertido de mi vida.

-Una noche llamaron a la puerta de mi habitación, y cuando abrí... Me encontré a Edwin en camisa y boxers, con la ropa arrugada y una sonrisa confiada en la cara -solté una pequeña carcajada cuando él se quedó inmóvil, de espaldas a mí. Casi podía imaginar su mandíbula apretada.

-¿Entró en tu habitación... Desnudo?

-En boxers -corregí sus palabras forzadas y me crucé de piernas, observándole todavía inmóvil con los músculos de la espalda tensos-. Caminó hasta mi ventana y cogió sus pantalones. Al parecer, había tenido un mal final con una chica del piso superior.

Y me eché a reír cuándo él se giró y me miró con los ojos entrecerrados y una mueca en los labios.

-La próxima vez que el alemán entre en tu habitación desnudo... -Abrí la boca para corregirle, pero su mirada me advirtió que no lo hiciera. Me tapé la boca para no reírme cuando él dijo-: voy a partirle la puta cara.

Me mordí el labio y levanté una ceja, divertida. Él se cruzó de brazos con aquella expresión terca y celosa cuando caminé hacia él. Besándole la mandíbula conseguí que me abrazara, pegando nuestros cuerpos casi al máximo.

-No te enfades, gruñón -me burlé con una sonrisa-. Edwin no es como piensas.

-Va tras de ti -dijo él tercamente, frunciendo el ceño-. Me da igual como sea. Me cae mal.

Me reí con ganas y negué con la cabeza, sabiendo que era un caso perdido. Ayudándole a terminar, preparamos un desayuno abundante para ambos -que al final tuvo que terminarse él-, y pasamos el resto de la mañana hablando de todo lo que nos había ocurrido en ausencia del otro.

Me dolía el pecho cuando recordaba que a cada minuto que pasaba nuestra separación se acercaba, pues este regreso era algo temporal. Mirándole a los ojos, me incliné sobre su pecho para dejarle un suave beso en los labios, uno que intentaba trasmitirle todo el amor que sentía.

-Te voy a echar muchísimo de menos, Alex -le susurré dolida, sabiendo que él no podía abandonar su responsabilidad aquí.

-No pienses en eso, Nadia -dijo él severamente apretando nuestro abrazo-. Encontraré la manera de estar contigo, no voy a dejar que te vayas sola de nuevo... Con ese alemán rondándote.

A pesar del sordo dolor en el pecho, me reí ante su broma celosa. Era tan guapo que hasta dolía mirarle, y yo era tan masoquista que no podía dejar de hacerlo.

Pero bueno, estaba enamorada. Profunda e irrevocablemente.

Y me encantaba.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora