Capítulo treinta y ocho.

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¡Último capítulo! :( Espero que os guste y no os decepcione <3 Muchos muchos muchos muchos besos, ¡Os quiero! ¡Gracias!

Paula.



Salí de la ducha con el corazón encogido. Eran las seis de la mañana y el vuelo iba a salir a las ocho y cuarto... Sin embargo, una parte de mí sabía que no iba a poder irme sin despedirme de Alex. Y él no había estado en la cama cuando me había despertado; eso todavía me dolía.

¿Por qué se había ido justamente ahora? Entendía perfectamente que no hubiese estado preparado para esto, yo tampoco lo estaba, pero eso no le daba ningún derecho a irse. Me aparté una rebelde lágrima de la mejilla y negué con la cabeza, sintiendo como mi pecho ardía por las ganas que tenía de llorar y de gritar furiosa.

–Estúpido Alex –mumuré cuando volví a la habitación, ya completamente vestida. Me había puesto unos vaqueros negros junto con una sudadera que era de él pero que ya no tenía derecho a reclamar–. Cómo te atreves a irte ahora, idiota...

Repasando que no hubiese dejado nada en aquella habitación en la que habíamos conseguido tener nuestra última noche juntos, caminé lentamente por el pasillo y bajé las escaleras sin hacer ningún ruido: no quería despertar a nadie, no después del ajetreado día que habían llevado ayer.

Sin embargo, mi boca se abrió cuando entré en la cocina y los vi. Allí, estaban todos reunidos, con un enorme y maravilloso desayuno sobre la mesa. En cuanto entré, todos me miraron sonrientes y mi pecho se apretó con todo el amor que sentía por ellos. Por todos ellos.

Mi abuela, Christian, Anastasia, Theodore, Aria, Phoebe, Brandon, Nerea, Triana... Todos. O más bien, casi todos. ¿Dónde demonios estaba Alexander?

Me mordí el labio para no hacer una mueca dolida... pero mi abuela lo notó y suspiró.

–Vamos, Nadia, siéntate –me invitó ella, golpeando en una silla vacía que estaba a su derecha–. Hemos preparado todo esto para ti.

Yo sonreí emocionada y asentí con lágrimas en los ojos. No iba a pensar en Alex... no iba a entristecerme... Ya tendría varios meses para enfurecerme todavía más y hacerle pagar por su idiotez.

* * * * * * * *

Terminamos de desayunar entre risas y bromas. Habíamos estado una hora comiendo, recordando buenos momentos y escuchando las quejas de Nerea sobre tener que empezar el colegio otra vez. Casi me habían hecho olvidar que en una hora y cuarto estaría subida en un avión, alejándome de nuevo de ellos... hasta que la puerta de la cocina se abrió y entró Alexander. Apreté los dientes para no gritarle delante de todos.

Sus ojos se clavaron en mí al instante, y yo me levanté de la mesa con furia pero con un extraño alivio recorriéndome. Él había vuelto a tiempo... pero eso no significara que no me hubiese cabreado como el infierno. Pidiéndoles permiso a los demás, casi pude ver una sonrisa burlona en las mujeres de la mesa cuando salí de la cocina, seguida de un silencioso Alex.

Llegamos al comedor y miré sobre mi hombro a aquel hombre terco y orgulloso; él no dijo nada durante largos segundos en los que simplemente aproveché para memorizar los rasgos de su rostro. Sin embargo, no tardé mucho en explotar.

–Idiota, estúpido, egoísta –le dije entre dientes, apretando la mandíbula mientras los ojos se me llenaban de lágrimas– ¿Cómo te atreves a irte así? ¿Por qué no me dijiste que te ibas? ¡Pensé que no ibas a volver!

Su rostro permaneció inescrutable, sin embargo pude notar como la seriedad de sus ojos se aligeraba. Sentí aquello como una patada en el estómago. ¿Se atrevía a burlarse de mí, el idiota?

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora