Capítulo dos.

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Perdón por haber tardado tanto en publicar, pero es que por fin me han dado las notas y... ¡tenía que celebrar que por fin he acabado! ;) Intentaré subir más seguido y, aunque es algo cortito, espero que os guste... ¡Muchos besos!

Salí de la ducha con el cuerpo completamente relajado. Después de haber sufrido casi un ataque de pánico cuando recibí la llamada de Alex, había decidido -después de la larga ducha- contárselo lo antes posible; Alexander merecía saberlo... Y yo necesitaba decírselo.

Pero, ¿cómo lo hacía sin echarme a llorar? No sabía como iba a ser capaz de contarle algo tan importante sin morir en el intento. Y sobre todo, ¿qué iba a hacer cuándo me preguntase sobre mi elección? ¡Todavía no tenía nada claro, y no quería precipitarme!

Necesitaba ayuda, el consejo de alguien para poder calmar el enorme caos que se estaba creando en mi cabeza. Deseaba que alguien pudiera decirme qué hacer, y sólo había una persona que fuese capaz de hacer eso... Necesitaba a mi abuela.

Cogí una gran bocanada de aire; llevaba una larga hora en la ducha, mi abuela tendría que haber vuelto ya de su paseo con Nerea.

Vistiéndome con rapidez, me puse un pantalón corto y una camiseta de tirantes; me peiné con rapidez y tras arreglar rápidamente el baño salí corriendo escaleras abajo.

-¡Abuela necesito tu...! -mi súplica se quedó atascada en la garganta cuando vi a Aria sentada en una silla de la cocina, con Nerea sobre sus rodillas.

Me quedé muda, levemente sorprendida. Siempre me pasaba lo mismo cada vez que las veía juntas, era muy extraño. También me ocurría al ver a Alexander y a Theodore, era como ver dos gotas idénticas de agua... Y en cierto modo, era algo espeluznante.
No obstante, la belleza seguía siendo un rasgo importante en la familia Grey.

Estos dos años parecían haber sido invisibles para Aria, pues seguía teniendo la misma belleza y amabilidad que cuando Alex y yo comenzamos a salir. La Doctora Grey era sin duda una magnífica mujer, y cuando recordé sobre la beca de Humboldt -la Universidad alemana en la que me habían aceptado-, mi estómago se apretó.

¿Cómo podía mirarle a la cara cuando estaba confusa sobre mi futuro? ¿Cómo estar con ella cuando mi decisión iba a influir en su único hijo? ¿Cómo esperar que me perdonase si al final decidía marcharme?
¿Y por qué me dolía tanto el corazón al imaginarlo?

De esas preguntas, de la única que sabía la respuesta era de la última, y la respuesta era porque, eligiendo lo que eligiese, mi corazón iba a salir dañado de una forma u otra.

Y eso era algo que, por mucho que intentase evitar, parecía imposible.

No quería dejar a Alexander, pero tampoco iba a dejar escapar mi sueño. Era mi único amor, contra la única esperanza que había tenido de tener un futuro prometedor, y aunque sabía que siendo la novia del nieto de Christian Grey iba a tener un buen futuro, no quería depender de nadie.
Quería ser libre... Y quería estar con él.

-Nadia, ¿me estás escuchando niña? -me preguntó mi abuela con el ceño fruncido y una pose amenazante- ¡Juventud! Cumplen los dieciocho y ya creen que pueden hacer lo que quieran y perderle el respeto a cualquiera...

Yo me sonrojé profundamente cuando Aria empezó a reírse, junto con Nerea.

-No creo que lo hubiese hecho a propósito, Kristina -me defendió Aria con una sonrisa comprensiva.

-Lleva un par de días en las nubes -se quejó mi abuela mientras le servía un vaso de zumo a Nerea.

-Vamos Kristina no seas tan cruel -se rió Aria-. Estoy segura de que tiene un buen motivo para ello... -ella me miró con una sonrisa feliz e inocentemente preguntó-: Dime Nadia, ¿te ha llegado alguna carta de alguna Universidad? Alex me ha dicho que llevas esperando mucho tiempo.

Inspiré con fuerza, intentando que no se me llenaran los ojos de lágrimas. Le lancé una rápida mirada a mi abuela, diciéndole con los ojos que no sabía cómo responder a eso. Sus profundos ojos verdes brillaron sorprendidos y, cuando estaba a punto de hablar -o de al menos intentarlo-, ella me interrumpió:

- ¡Qué va, querida! -dijo mi abuela, llamando la atención de Aria y fingiendo como sólo ella sabía-. No ha recibido ninguna carta, todavía. Está que se sube por las paredes.

Yo hice una mueca ante la mentira y mentalmente pedí perdón por todo esto. Aria no merecía que le mintiese, pero no sabía cómo se tomaría la noticia... o si guardaría mi secreto durante mucho tiempo. Los Grey tenían la cualidad de saber cuando alguien les estaba ocultando algo, y estaba segura de Alexander no tardaría mucho en preguntarme qué era lo que me ocurría.

Y esperaba que, para ese entonces, mi abuela hubiese podido entregarme las respuestas que buscaba y que necesitaba desesperadamente.

Aria se rió y cuando estaba a punto de decir algo, sonó su teléfono. Ella lo cogió al instante cuando vio quien llamaba.

-Theodore, ¿ocurre algo? -preguntó con urgencia. La Doctora que había en ella acababa de florecer, sin embargo cuando su marido le respondió de forma negativa, se relajó de forma notable y sonrió con amor cuando oyó lo que él respondía-. Eso no es cierto, siempre me preocupo... aunque no me llames.

Sonreí levemente al darme cuenta de lo cierto que era eso.

-De acuerdo, voy ya -dijo con una sonrisa tonta. ¿Todos los Grey tenían ese mismo efecto aturdidor?-. Sí, claro. De acuerdo, adiós... Te quiero.

Segundos después, colgó el teléfono con una enorme sonrisa en los labios y con los ojos brillantes.

-Ah, el amor -dijo mi abuela, soñadora y a la vez burlona-. Lo que daría por tener un romance como el vuestro -me incluyó, y yo me sonrojé.

Sin embargo, Nerea puso cara de asco y negó con la cabeza.

- ¡Qué asco! -dijo ella mientras se cruzaba de brazos- ¡Jamás tendré novio! ¡Puaaj! -Mi abuela, Aria y yo nos echamos a reír al darnos cuenta de que todas a su edad decíamos lo mismo. ¿Quién querría con ocho años tener una complicada relación amorosa? - ¡Los besos son asquerosos!

Nuestras risas aumentaron y, cuando Aria pudo coger aire, lo que dijo sólo pudo aumentar nuestras carcajadas:

-No sabes lo feliz que vas a hacer a los hombres Grey con esa declaración -dijo riéndose y negando con la cabeza.

-Más bien, agradece que no te hayan escuchado...-añadió mi abuela mientras Aria se levantaba con su hija en brazos- ¡O te lo tendrán en cuenta de por vida!

Aria asintió y luego le dio un beso en la mejilla a Nerea, que había puesto cara de enfurruñada. Dejó a su hija en el suelo mientras decía:

-Nosotras nos marchamos ya, me temo. ¡Ted me reclama!

Yo sonreí levemente cuando Nerea, después de darle un beso a mi abuela, me lo dio a mí. Antes de que se alejara de mí, le susurré:

-Los besos no son tan malos cuando te los da alguien a quien quieres, cariño -ella puso cara de asco y yo sólo pude sonreír-. Cuando tengas novio lo entenderás... Pero intenta que no sea muy pronto, ¿eh? No quiero ver a los Grey pidiendo permisos para matar.

Nerea se echó a reír y luego salió corriendo hacia el coche. Aria, después de despedirse de mi abuela, también se acercó a mí y con sus ojos brillantes me dijo de forma confidencial:

-No sé qué es realmente lo que te pasa, cariño, pero guardarlo nunca soluciona nada -sonrió de forma maternal cuando mi rostro se descompuso por la sorpresa-. Adiós, Nadia... Espero que la próxima vez que nos veamos me lo digas, ¿eh?

Yo me sonrojé y bajé la mirada antes de asentir lentamente. Aria siempre había sido una mujer muy receptiva, y cuando salió de mi casa, me lamenté por no haberle pedido consejo a ella también.

Suspirando, me di la vuelta y el corazón casi se me paró al ver a mi abuela parada delante de mí, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Tragué saliva cuando dijo con voz seria y en alemán:

- ¿Me puedes explicar por qué he tenido que mentirle a mi doctora?

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora