Capítulo ocho.

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No podía creerlo. Escuchaba sin entender lo que Sara decía, intentando comprender por qué me sentía tan herida. Cerré los ojos con dolor y me contuve para no colgar. 

Me sentía así porque Alex me había superado con rapidez... Incluso había salido con Mark anoche mientras que yo lo único que había hecho era llorar sin parar entre los brazos de mi abuela. Al instante, me sentí furiosa conmigo misma, pero sobre todo con él. ¿Por qué jugaba así conmigo? ¿Por qué me dejaba de una manera que me hacía pensar que le dolía igual que a mí? ¡¿Cómo se atrevía a mentirme a la cara y luego salir con Mark por ahí la misma noche?! 

–Fue fantástico Nadia –decía una ilusionada Sara, entre susurros. Me la podía imaginar sentada en el suelo del baño, envuelta en su excéntrico albornoz rosa chicle, con una toalla envolviéndole el pelo y con sus gafas sobre la punta de su nariz, como una anciana... que me recordaba demasiado a mi abuela– ¡Madre mía que noche! Y eso que estábamos un poco bebidos... Si me llega a pillar totalmente ebrio creo que me habría matado ahí mismo del gusto... Aunque no puedo quejarme.

Yo me sonrojé en contra de mi voluntad. Sara era tan liberal, tan directa cuando le gustaba algo que acababa sonrojada cada vez que hablaba con ella sobre alguno de sus ligues. Sin embargo, había algo que necesitaba saber aunque estuviese cabreada –muy cabreada– con Alex. Cogiendo una gran bocanada de aire para insuflarme ánimos, hice algo que nunca antes me había atrevido a hacer: interrumpir a Sara.

–Sara, ¿está Mark contigo? –le pregunté débilmente, intentando que no notase el temblor de mi voz–. Necesito preguntarle algo, es urgente.

Al instante la imaginé con su ceño fruncido y la preocupación apareciendo en su gesto.

–Sí, espera está en mi habitación... –escuché como se revolvía y al momento supe que se estaba levantando. 

Escuché como habría una puerta –que seguramente era la del baño– y caminó rápidamente hasta su habitación, donde escuché una especie de ronroneo masculino que me habría sonrojado si no estuviese tan preocupada. De pronto escuché como alguien tocaba a la puerta de mi casa y mi abuela abría, pero cuando Sara me pasó con Mark me olvidé de todo.

–¿Nadia? –la voz de Mark sonó sorprendida– ¿Te pasa algo?

–Mark –dije mientras me aclaraba la garganta. Él debía saber dónde estaba Alex, pero realmente no sabía si quería saberlo– ¿Te puedo hacer una pregunta sobre... Alexander?

–Nadia...–dijo él, incómodo. Lo imaginé pasándose la mano libre por la nuca con una mueca en su rostro–. No sé si...

–Mark, por favor –le dije, incómoda yo también–. Sé que él... Bueno, sé que te lo habrá contado y... Yo sólo quiero saber si está bien, sus padres están preocupados.

Y yo también lo estoy... Pensé dolida. 

–Pues... él... Anoche bebió bastante –empezó a decir, pero se notaba que estaba nervioso y eso me dolió. ¿Qué había hecho?– Mucho más de lo habitual... Intenté llevarlo a casa pero él no quería y...

Él se quedó en silencio, como si no quisiera terminar la frase. Mi estómago se apretó y me obligué a mi misma para preguntarle:

–¿Y...? –susurré nerviosa–. No te quedes a mitades, Mark. 

Escuché como él resoplaba y cogía aire.

–La última vez que le vi estaba con una pelirroja muy guapa, quizá unos años mayor que nosotros –dijo molesto–, se estaban yendo cuando me encontré con Sara.

Hijo de puta... Ese fue el primer y único pensamiento que se repetía por mi cabeza. 

–Muchas... gracias, Mark –le dije con voz ahogada. Estaba en una especie de shock. Alexander se había ido con otra...– Despídete de Sara por mí, y por favor no le cuentes nada...

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