Capítulo dieciséis.

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Muchas gracias por los comentarios del capítulo anterior :) Son fantásticos, y leo cada uno de ellos con mucha emoción. Lamento no poder responderos, pero espero que me entendáis T.T 

Por cierto, quería avisaros de algo: me gusta mucho enredar las cosas, así que no deis nada por sentado hasta que termine la historia :D ¡Lo siento! Jajajaja

Muchos besos, y gracias  por leer y votar (Y comentar) <3

Paula.


– ¿Estás segura de que tu abuela me recibirá bien, Grinch? –preguntó Edwin por quinta vez, mientras se pasaba las manos por aquella melena rubia que tenía. Yo levanté ambas cejas al ver un extraño nerviosismo refulgiendo en sus ojos azules.

No hice comentarios de ese estúpido apodo que me había colocado una semana atrás, cuando le había sacado a patadas de mi habitación.

–No me digas que le tienes miedo a una anciana, Meller –le dije con sorna mientras tiraba de la pequeña maleta que había traído. Nos sentamos en unas sillas de metal que había en el aeropuerto, esperando a que Sara y mi abuela aparecieran y se lanzaran sobre mí–. Ya has hablado con ella, y te ha dado el visto bueno para que pases las Navidades aquí... ¿Qué más quieres que haga?

El rubio frunció el ceño y tiró de mi gorro hacia abajo, tapándome el rostro en una señal muy infantil de cabreo.

–No sé por qué somos amigos, con lo gruñona que eres... Ahora mismo podría estar con Amanda en el Caribe, y no aquí... contigo –me espetó él con el ceño fruncido, picándome. Puse los ojos en blanco mientras me ponía bien el gorro, irritada porque nombrase a esa chica con la que se había acostado... repetidas veces.

–No fui yo quien te suplicó que vinieses, idiota –le gruñí mientras le golpeaba en el brazo, lanzándole miradas letales–. Eras tú quien quería conocer a mi abuela y ver mi casa.

Edwin puso los ojos en blanco, pero una lenta sonrisa empezó a extenderse por su rostro. Pícara. Salvaje. Suya.

–Estoy aquí por un solo motivo, Nadia –dijo él en un ronco susurro, intentando utilizar sus dotes de donjuán conmigo. Me tuve que contener para no reír al mantener fija la mirada en sus ojos, impasible–. Y es sencillo: vamos a vengarnos de El idiota americano.

Yo me eché a reír y negué con la cabeza, antes de levantarme de la silla. Acababa de ver una melena negra que sólo podía pertenecer a una persona: Sara.

–Vámonos antes de que alguien te escuche y piense que vamos a asesinar a alguien –bromeé, con el corazón en un puño. Edwin se echó a reír mientras caminábamos en dirección hacia Sara, que miraba a todos lados con desesperación, sin vernos.

Sin embargo, yo tenía mi mente dividida en dos. Edwin se había convertido en alguien esencial, en mi apoyo, en lo que conseguía mantenerme firme tras haberme alejado de todo lo que conocía. Consiguió ser mi ancla, y consiguió hacerme reír... Y no entendía por qué no podía sentir nada más por él.

Yo deseaba, ansiaba poder ver en él algo más. Era el hombre perfecto, el que jamás me haría sufrir porque era demasiado bueno, pero mi mente –o más bien mi corazón–, se negaba a entregarle el lugar que sólo Alex había ocupado.

Me sentía frustrada y dolida, pues estaba empezando a pensar que iba a pasar el resto de mi vida sin volver a enamorarme. ¿Cómo podía ser mi corazón tan cruel? ¿Por qué no podía entender que Alex ya no estaba disponible para mí?

Sara había estado informándome sobre él –más bien, la había obligado a ello–, y gracias a eso me había enterado de que Isabella, la pelirroja, estaba teniendo una extraña amistad con Alex... Y a pesar de que mi estómago se revolvía a causa de los celos, lo entendía. Ella era la madre de su futuro hijo, y ella era lo bastante hermosa como para que pasara página. Sin embargo, me dolía muchísimo saber que, de los dos, había sido él –justamente el que lo había destrozado todo–, el que lo había superado.

De pronto, sentí como un fuerte brazo se deslizaba sobre mis hombros y me pegaba a un duro pecho, en señal de apoyo. Levantando mi mirada, me encontré con los brillantes ojos de Edwin... Con los ojos de mi alemán favorito.

–Vamos, florecilla... Tienes mucho que enseñarme de esta ciudad –me animó él, hablando por primera vez en un ronco inglés.

Su tono me hizo sonreír, a pesar de que no tenía ninguna gana de ello.

Un grito rompió mis confusos sentimientos, y pronto Sara me abrazó con la fuerza de un boxeador. Me eché a reír mientras la abrazaba, hundiéndome en su pelo negro. Ella estaba dando pequeños saltos mientras repetía una y otra vez: ¡Has vuelto!

Entre los gritos de euforia, se escuchó la moderada risa de mi abuela. Cuando Sara por fin me soltó, me hundí en la mirada de aquella mujer que tanto quería. El abrazo con el que me acogió no se hizo de esperar.

–Hola mi niña, ¿estás bien? –su voz, junto a ese tono tan maternal que ella tenía, hizo que quisiera echarme a llorar. A pesar de que era una pregunta inocente, sabía que escondía mil razones diferentes, pero con una misma raíz: Alex.

Yo asentí levemente sin querer profundizar, y cuando me di la vuelta para presentarles a Edwin, me contuve para no reír.

Sara miraba a mi alemán como si fuera un dios griego bajado de los cielos. Ella estaba boquiabierta mientras deslizaba su mirada por el cuerpo de Edwin sin ningún pudor.

Por otro lado, Edwin tenía un rostro inocente, con las manos metidas en los bolsillos y mirándome como un niño pequeño a la espera de una señal para poder moverse. Los ojos de él brillaban divertidos por el escrutinio de mi amiga, así que cuando ella me miró y balbuceó en busca de una respuesta, sólo pude decir con diversión:

–Sorpresa.

* * * * * * * * *

Ella había vuelto. Nadia estaba aquí, pero la confusión reinaba en mí. Mi madre me había pedido que la dejase en paz –todavía estaba furiosa, al igual que mi familia, por el daño que le había causado–, pero sabía que no podía cumplirlo.

Necesitaba verla una vez más, necesitaba empaparme de su imagen. Los dibujos que tenía de ella o las fotos no eran suficientes para calmar lo que sentía en el pecho, aunque sabía que iba a ser un maldito infierno volver a verla.

No tenía ningún derecho en buscarla, no tenía derecho a hacerla sufrir de nuevo, pero era un puto egoísta, y no iban a poder impedírmelo.

Pasándome las manos por el pelo, suspiré irritado y miré a Mark, que estaba sentado delante de mí mientras bebía de su cerveza.

–Confirmado, Grey –dijo con un tono extraño, como si estuviese tentado a no hablar. No obstante, le dirigí una fría mirada que él no pudo evitar, y continuó–. Nadia ha vuelto... pero no lo ha hecho sola.

La confusión reinó en mí, al igual que los celos. No podía ser, no podía creer que...

–Sara me lo acaba de decir, Alex –dijo con el rostro algo descompuesto, pues sabía que esto me iba a doler como el infierno–. Nadia ha vuelto, y ha traído a un compañero... Edwin, se llama. Lo siento, tío.

Apreté la mandíbula con fuerza mientras intentaba mantener el control. Estaba furioso, celoso, y en lo único que podía pensar era en gritar un por qué. Sin embargo ya sabía la respuesta: porque había sido un imbécil que la había dejado escapar.

Y me iba a odiar por eso, durante toda la vida.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora