Capítulo nueve.

4.1K 305 19
                                    

Bajé los escalones que me quedaban por miedo a desmayarme por la fija mirada de Alexander. Sus brillantes ojos azules brillaban con dolor, pidiéndome perdón por todo... Por engañarme. Su fuerte mandíbula estaba apretada, y su rostro reflejaba toda la impotencia que sentía en este mismo instante.

Me dolía mirarle, me dolía observar sus rasgos masculinos y rasgados por un calvario que yo conocía muy bien, y que llevaba sufriendo desde que recibí mi admisión en Humboldt.
Una parte de mí estúpidamente quería abrazarle, besarle, llorar por el daño que su traición me había causado. Me sentía traicionada; había sido traicionada por el primer y único hombre que había querido y que, para desgracia de mi salud mental y emocional, todavía quería.

–Esto... –dijo mi abuela, lamiéndose los labios y mirándonos de manera nerviosa. Tanto la mirada de Alex como la mía se habían quedado enganchadas, y el doloroso silencio estaba diciéndolo todo de una manera brutal–. Creo que lo mejor va a ser que Nerea y yo salgamos a la calle, a tomar el aire mientras habláis.

–No –negué con la voz rota impidiendo que mi abuela actuara, peligrosamente cerca de las lágrimas–. Él y yo no tenemos nada de lo que hablar, ayer se dejaron las cosas muy claras.

Mi abuela frunció el ceño y me miró de manera reprobadora, sabiendo que estaba comportándome como una niña herida. ¡Bueno, y lo estaba! Ella no podía obligarme a hablar, pero sin embargo no le costó mucho agarrar a Nerea –que Alex había dejado en el suelo al verme–, y la sacó de la casa, ambas mudas. Cuando la puerta se cerró de golpe, estuve a punto de romperme.

Estaba a punto de llorar. Iba a romper mi propia promesa de no volver a hacerlo por él, y ni siquiera había pasado media hora desde que se lo había jurado a mi lloroso reflejo. Era débil, por él lo era... Y eso me destrozaba. Pero ya no más.

–Nadia... –la voz de Alex sonó destrozada, y casi llegué a pensar que sufría... Pero, ¿cómo iba a hacerlo después de haberme traicionado así?–. Déjame que te...

Yo negué con la cabeza, casi suplicándole con la mirada que no se acercase. Que no hablase. Que no mintiese. No tenía fuerzas para nada más. Desde que recibí esa carta mi mundo había sido un caos, pero había llegado a pensar que valía la pena dejar mi futuro atrás por seguir mi relación con él. Pero no. Ya no. Él me había superado con rapidez, y aunque no lo hubiese hecho, me había traicionado en el primer momento... Y yo no podía perdonárselo.

No iba a hablar más. Escucharía, y después con mi corazón roto y mi alma en vela, cogería ese avión y haría borrón y cuenta nueva... O al menos lo intentaría. Por mí y por mi madre.

–Habla. No tengo todo el día –mi voz sonó fría, pero también demostró todo el dolor que sentía y que no podía omitir ni ocultar. Esto me estaba matando.

Él gimió con dolor y dio varios pasos hacia mí, pero alcé la mano para detener su avance. No podía tenerlo cerca.

–No hagas esto, Nadia, no hagas como si nada hubiese pasado entre nosotros. No... No vuelvas a la frialdad de antes, no puedo soportarlo –me dijo él, atormentado. Se pasó las manos por la cara con expresión de derrota y simplemente se quedó ahí, temblando levemente mientras yo intentaba mantener la compostura. 

–Yo tampoco puedo soportar que te hayas acostado con otra la misma noche que me dejaste, Alex. No puedo soportar que preocuparas a tu familia, que me preocuparas a mí, por tus malditas ganas de tirarte a otra –sonreí con la barbilla temblando por las lágrimas que no dejaba derramar. Jamás había hablado así, y la mirada estupefacta y dolida de Alex me lo demostraba. Pero qué más daba–. Te fuiste con Mark a celebrarlo, ¿no? Por fin eres libre... ¡Ya puedes volver a tu antigua vida de mujeriego egocéntrico! 

– ¡Nadia! –gritó él, furioso y dolido. Estaba a pocos centímetros de mí, y su rostro relucía estupefacto–. Estás siendo injusta, joder. Yo nunca salí con la intención de celebrar una puta mierda, ¿me entiendes? ¡Estoy destrozado! ¡Tú te quieres ir, me quieres dejar por tus estudios y ni siquiera puedo hacer nada por irme contigo! ¡Tu abuela me explicó el sueño que tienes desde la adolescencia, y pensé que yo no era nadie para prohibirte cumplirlo... Por eso te dejé! –su respiración se había acelerado, e incluso podía ver las lágrimas en sus ojos–. Nunca quise acabar como acabé. Sólo... Sólo quería olvidarlo todo por un maldito instante.

Y estaba perdida. Mis lágrimas ya caían, quemándome el rostro y haciéndome doler de nuevo. Sin embargo, mientras cerraba los ojos e inspiraba con fuerza, sabía que todavía no estaba preparada para perdonarle. No sabía si alguna vez lo estaría para hacerlo...

Yo sólo había estado con él, había depositado toda mi esperanza, mis sueños, mis secretos... en él. Y él se había acostado con otra mujer el peor día de mi vida. Yo no corrí a refugiarme en los brazos de otro hombre, o en una botella de alcohol... ¡Maldita sea, incluso había estado pensando en perderlo todo por él!

–Lo siento Alex... Siento que todo esto haya... terminado así. Siento que te haya hecho daño, pero quizá es mejor así –mi voz sonaba fría, distante... Rota. Incluso notaba diferentes las lágrimas que ahora corrían por mis mejillas: las lágrimas de una derrota. De una rendición–. Mi decisión está tomada, y ya es segura... Me iré. Me iré muy lejos y quizá decida no volver nunca –miré los profundos ojos de Alex, que rebosaban de lágrimas al igual que los míos. Su rostro descompuesto por el dolor me dolía–, y lo mejor es que tú rehagas tu vida... Y yo la mía.

Me costó horrores no dejarme caer al suelo, a pesar de que sentía que mis piernas no me sostenían. Un dolor empezaba a nacer en mi cabeza, y sabía que no iba a estar preparada para esto. Ni ahora ni nunca... Sin embargo, no quería despedirme sin haber probado por última vez el sabor dulce de sus labios.

Cerrando los ojos y haciéndole caso a mi necesitado y dolido corazón –pues mi mente me estaba advirtiendo que iba a ser una tortura–, me puse de puntillas y rocé mis labios con los suyos en un suave beso de despedida. Él gimió y cerró los ojos, tensándose levemente antes de abrazarme con fuerza y besarme profundamente, controlándolo todo.

Nuestras bocas se encontraban de manera desesperada, intentando recordar cada hueco de la otra. Mis manos se habían hundido en su pelo y yo acercaba a mí a pesar de que me dolía saber que ayer, sus labios estuvieron sobre otra. Nos separamos por falta de aire, pero al instante siguiente él volvió a poseer mi boca, como si no quisiera que eso terminase pues sabía que me iba a alejar de él. Sólo terminó cuando, minutos después, posé mis manos en sus mejillas y me separé levemente de él.

Él lloraba silenciosamente, y yo lo hacía con él. Cuando di varios pasos hacia atrás alejándome de sus brazos, no pude decir nada más y solamente caminé hacia la cocina... Donde me pude refugiar del calor de su mirada.

 Este era nuestro adiós, nuestra despedida... Este era el fin de nuestra historia.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora