Capítulo veinticuatro.

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Suspiré lentamente, intentando tranquilizarme. No podía creerlo, ni siquiera podía procesar todo lo que Isabella me estaba contando. Estaba haciendo esfuerzos titánicos para no levantarme y gritarle por qué. Por qué no me lo contó desde un principio, por qué pensó que no la ayudaría. Maldita sea, había vivido un infierno lejos de la chica a la que amaba porque creía que había cometido el mayor de mi vida.

Pero al parecer, no pasó.

–No nos acostamos nunca, Alex –su voz sonaba débil, las ojeras marcándose con fuerza mientras se acariciaba el vientre–. Estaba desesperada, y todavía lo estoy. No sé qué hacer para que me perdones, no sé qué hacer para que me ayudes con esto... Sé que no me debes nada, que deberías dejarme a mi suerte pero... por favor, no lo hagas por mí –miró su vientre con desesperación, las lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas. Escuchaba como Marisa lloraba, en una esquina apartada de la habitación. Maldita sea, estaba tan furioso que no podía ni respirar–. Este bebé no es tuyo, pero el tiempo que he estado contigo he aprendido que eres un buen hombre, y que cuidarías de él tan bien como si lo fuese. Por favor, salvale a él... Haré lo que sea, pero...

–Isabella –la interrumpí, porque en cierto modo odiaba ver a una mujer llorar. Sin embargo, esta pelirroja me había hecho tanto daño que ni siquiera quería mirarla a la cara. Me esforcé en hacerlo–. Lo que hiciste ha estado a punto de separarme de la mujer de mi vida. Me ha creado problemas con mi familia y he perdido a muchos amigos por esto... Por una maldita mentira –espeté con los dientes apretados, apretando los puños con fuerza mientras lo soltaba todo–. Mi abuelo y mi padre no confían en mí. Mi madre está decepcionada, y mi tía y mi abuela son demasiado buenas como para odiarme... Aunque nada es igual desde que decidí seguir contigo en esto –recordé todas las discusiones que había tenido con mi familia, pero sobre todo recordé la pelea que tuve con Mark cuando me mostró la opción de abortar. Él quería que la obligase a ello, y maldita sea si no había estado a punto de matarle–. Me peleé con mi mejor amigo para defenderte –le acusé con el ceño fruncido. Ella tenía la boca tapada mientras intentaba contener los gemidos lastimeros. Estaba llorando tanto que incluso me podía. Sin embargo, no estaba seguro de que pudiese perdonarle esto–. No sé si podré perdonarte, Isabella. Me has mentido, me has engañado, y ni siquiera tenías pensado contármelo. ¿Me lo habrías dicho alguna vez? 

Ella se quedó callada mientras su barbilla temblaba por las lágrimas. Maldije entre dientes con incredulidad cuando negó levemente, agachando la cabeza.

–Si te decía que no era tuyo, podrías haberme dejado tirada... Y yo no podía arriesgarme a que mi hijo muriera –su voz sonaba ronca, triste, pero eso sólo aumentó mi cabreo–. Lo siento, Alex, lo siento muchísimo.

–Y yo también lo siento, Isabella –dije con voz seria mientras me ponía de pie. Su expresión se cubrió de pánico y empezó a negar con la cabeza–. Necesito tiempo para pensar en todo esto. No me gusta que jueguen conmigo, y tú llevas demasiado tiempo haciéndolo. Necesito alejarme de ti unos días.

–Alex por favor espera, sé que lo he hecho mal pero no puedes dejarme así –su voz sonaba desesperada, las máquinas pitando con energía. Maldije mientras una enfermera entraba con rapidez en la habitación, intentando tranquilizar a Isabella. Sin embargo, ella parecía fuera de sí– ¡Por favor Alex, perdóname!

–Señor, por favor salga de la habitación –me pidió una segunda enfermera, señalándome la puerta. Yo fruncí el ceño y lancé una última mirada a aquella mujer que me había engañado antes de obedecer la orden de la enfermera.

La última imagen que tuve de Isabella aquel día, fue de ella siendo anestesiada por las enfermeras.

* * * * * * * * * 

Salí a la calle mientras me cruzaba de brazos con el pequeño bolso entre mis brazos, intentando protegerme del frío. Llevaba la misma ropa que ayer, y el vestido no me tapaba lo suficiente como para hacerme entrar en calor.

Sin embargo, no era la baja temperatura la que tenía mis huesos helados o mi corazón latiendo con rapidez, sino la imagen de Alexander con el ceño fruncido y la confusión reinando en su rostro. Sorbí mis lágrimas mientras cerraba con fuerza los ojos.

Me sentía tan estúpida. Tan tonta... ¿Cómo podía mirarle a la cara ahora, después de todo lo que le había dicho por una mentira? No había confiado en él, no había sido capaz de buscar una solución, sólo había querido huir y alejarme de él porque me había destrozado el corazón. ¡Y todo había sido una farsa!

Tres meses de sufrimiento, de dolor... para nada. Aunque era cierto que la decisión la había tomado incluso antes de saber lo que no había hecho con Isabella, no había tenido la fuerza suficiente como para aguantar, como para confiar en él.

Me estremecí con fuerza mientras sentía como algo vibraba en mi pecho. Sorprendiéndome, me di cuenta de que era mi propio teléfono. Lo saqué con rapidez, intentando buscar una distracción en aquella llamada. No me importaba quién era, sólo quería que mi mente se distrajera por un instante de todo lo que esto, aquella verdad, significaba.

–¿Sí? –mi voz sonaba ahogada por las lágrimas. Ni siquiera había visto quién era quien llamaba, hasta que una profunda voz resonó en mi oído.

–Lo voy a matar –gruñó Edwin furioso, yo fruncí el ceño mientras me limpiaba las lágrimas con la mano libre–. Sabía que no era buena idea dejarte con él, maldita sea. ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

La preocupación en su voz me desmoronó. Me cubrí la cara con mi mano mientras me mordía el labio con fuerza para no empezar a llorar de verdad. 

–He sido una estúpida, Edwin –me reproché a mí misma, entre sollozos. Escuchaba la voz confusa de Edwin negándolo pero eso sólo hizo que mi dolor aumentara. Él no tenía ni idea de lo que había pasado, y pensar que estaba intentando cuidarme me dejaba destrozada porque no lo merecía–. Él no me engañó, ¡él no lo hizo! Fui una tonta.

El silencio al otro lado de la línea se extendió durante largos segundos, hasta que escuché un largo y profundo suspiro. Agradecí que no preguntara nada por ahora, todo estaba demasiado reciente. Demasiado doloroso.

–¿Dónde estás, Nadia? Vamos a por ti, tranquila.

Yo le dije la dirección del hospital con dificultad antes de colgar, ya que las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos.

Sabía que estaba huyendo, que me estaba comportando como una cobarde, pero no era capaz de enfrentarme a esos ojos azules y ver el reproche en ellos. No quería ver aquel brillo doloroso que tanto odiaba ver empañando su mirada. 

Yo... No era fuerte, no lo era. ¡Y eso era lo único que necesitaba para enfrentarme a él! 

Cerré los ojos mientras me apoyaba en un pequeño muro, viendo como pasaba el tráfico delante de mí. Estaba rezando todo lo que sabía para que Edwin y Sara aparecieran pronto, porque no sabía que iba a hacer si Alex me encontraba primero.

Sin embargo, la suerte parecía haberme abandonado el mismo día en que decidí alejarme de él.

–Nadia.

Su voz me envolvió, cálida, triste... rota. Me mordí el labio inferior para contener su temblor, y en contra de todo lo que tenía pensado hacer, le miré. Mil sensaciones me recorrieron.

–Alex –su nombre salió como un susurro entre mis labios, pidiendo un perdón que no merecía. Mi voz sonaba rota, justamente como yo lo estaba–. Perdóname...

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora