Capítulo veintiocho.

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Todavía no podía creer que Alexander tuviese un apartamento propio. No es que no tuviese dinero suficiente sino que estaba tan unido a su familia que me parecía irreal que hubiese decidido por sí mismo alejarse de ellos... Hasta que recordé que yo tenía una gran culpa de ello; sentí un sabor amargo en el estómago.

– ¿En qué estás pensando? –preguntó Alex con su rostro serio pero con un tono de voz divertido mientras se quitaba la chaqueta y la guardaba en el armario. Habíamos entrado los dos juntos a su habitación y yo estaba algo nerviosa por lo que no sabía si iba a ocurrir. Observé como desaparecía de nuevo tras las puertas de la habitación del armario –. Tienes la mirada fija en el suelo y estás haciendo esa mueca con los labios.

Yo fruncí el ceño y caminé hasta allí. Casi me desmayé al instante cuando vi lo que estaba haciendo.

De espaldas a mí, se estaba desabotonando su camisa mientras hablaba. Tuve que contenerme para no jadear cuando la tela se deslizó por sus hombros, mostrando la piel levemente bronceada de su espalda y sus músculos contorneados y fuertes. No sabía si él era consciente de que estaba observándole, pero no se giró hasta que, diez minutos después y varios gemidos ahogados por mi parte, se cambió completamente de ropa: se había puesto una camiseta de manga corta gris, junto con un pantalón cómodo negro. Cuando se giró, sus ojos azules brillaban con un tono tan maravillosamente perverso, que aunque me sonrojé no pude evitar sonreírle.

– Eres malo –aseguré mientras me apoyaba en el marco de la puerta, disfrutando como su mirada viajaba por mi cuerpo. Me sentía sexy, segura... Feliz. Después de tanto tiempo, volvía a sentirme completamente bien conmigo misma–, perverso, retorcido...

–Guapo, sexy –prosiguió él con una sonrisa que me emocionó porque me recordó al pícaro Alexander que yo conocía. ¡Con su sonrisa! Amplia, encantadora, perfecta. Y con esos hoyuelos que me daban ganas de morderle las mejillas por siempre, y besarle profundamente hasta el delirio–. Ah, y no te olvides de irresistible.

Una pequeña carcajada salió de entre mis labios mientras él rebuscaba entre unos cajones en los que había unas camisetas.

–Egocéntrico, creído, engreído... –continué la lista con una sonrisa tan amplia como la suya, curiosa de lo que hacía. Cuando él se rió entre dientes y se giró para tirarme una camiseta a la cara, bufé y me la aparté de la cara–. Poco caballeroso, cruel...

Su risa aumentó mientras caminaba hacia mí; parándose a centímetros de mi cuerpo, se inclinó hasta que nuestras respiraciones se mezclaban. Sentí como un dulce calor se extendía por mi vientre y mi respiración se aceleraba al igual que mi pulso.

–Si fuera poco caballeroso –susurró él, inmovilizándome únicamente con la mirada. Descarnada, hambrienta. Contuve la respiración–, ahora mismo estarías desnuda en mi cama, y no te estaría dando mi camiseta para que te cambies –jadeé y parpadeé rápidamente, sintiendo como mis mejillas se encendían como dos hogueras. Él se rió y añadió–. Aunque pensándolo bien, lo hago por mí. Me cuesta ser civilizado mientras llevas ese vestido puesto –me volvió a escanear sin ningún pudor y yo me sentí desnuda, sonrojada y excitada–. Te espero en el salón.

Yo me quedé muda mientras él se deslizada por mi lado, rozándonos, y salía de la habitación. Con mi corazón acelerado y el cuerpo ardiendo. ¡Cómo odiaba la labia de los Grey! Agitando la cabeza, salí del vestidor y me adentré en el baño de la habitación para hacer exactamente lo que me había pedido. 

Sin embargo, sólo me di cuenta de que era esa camiseta cuando la tuve puesta. Me emocioné levemente mientras repasaba mi contorno en el espejo. Había pasado mucho tiempo desde que la vi por última vez: era la camiseta que Alexander había llevado la primera vez que hicimos el amor, y que después yo utilicé para protegerme de su mirada. Me mordí el labio y parpadeé rápidamente, recordando aquella primera y mágica vez, como todas las veces que estuve con él, y supe que me había dado exactamente esta camiseta para eso, para que recordase todo lo que habíamos vivido juntos. 

Sonreí con amor hacia mi reflejo mientras pensaba en él y susurré con diversión:

–Manipulador emocional.

Me reí levemente y me aparté las lágrimas de los ojos. Usando papel y jabón, decidí quitarme totalmente el maquillaje. Quería estar natural para él, quería ser completa y únicamente yo. Cinco minutos después, salí con mi vestido, mis medias, mi chaqueta y mis tacones y los dejé sobre uno de los muebles antes de salir algo avergonzada de la habitación. 

Caminé descalza y sin hacer ruido hasta el salón, donde descubrí a Alex totalmente relajado. Sonreí abiertamente mientras bebía de su imagen tranquila y pacífica; él estaba recostado en el sofá con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, con uno de sus brazos apoyado en el respaldo y con el tobillo de una pierna descansando sobre la rodilla de la otra. En su mano libre había una copa de vino, mientras que en la mesa de cristal descansaba otra. Mi copa.

–¿Estás ya? –preguntó él, haciendo que me sobresaltara. Cuando miré hacia su rostro, vi uno de sus ojos entreabiertos y brillantes. Tan parecidos a los de mi antiguo Alex que estaba a punto de saltar de felicidad–. Siempre te quedaron bien mis camisetas –dijo él de pronto en un tono impersonal repasándome–, demasiado bien.

Yo me sonrojé pero no perdí la oportunidad de enseñarle qué había aprendido en Alemania. Sonreí lo más descaradamente posible y me lamí los labios antes de morderme el inferior. Sus ojos se clavaron en mi boca intensamente.

–Pues yo pienso que voy mejor sin ellas, ¿no crees? –Disfruté viendo como un brillo oscuro impregnaba su mirada. Abrió los ojos y ladeó la cabeza, sonriendo perversamente.

–Vamos a comprobarlo, ¿no? 

Me estaba retando, y lo sabía. Los músculos de mi vientre se contrajeron en una respuesta afirmativa, pero tanto él como yo sabíamos que no tenía el valor suficiente para hacerlo... O al menos, antes no. Alzando una ceja, llevé las manos hasta el borde de la camiseta y sin pensarlo me la quité, dejándole ver mi ropa interior de encaje y tirando la camiseta sobre el sillón que tenía cerca de mí. El rubor de mis mejillas aumentó cuando vi su garganta moverse, señal de acababa de tragar saliva... Y fue lo único que necesitaba saber. A pesar de su expresión seria y su cuerpo relajado, él estaba tan tenso y excitado como yo... Pero esto era un juego, y no pensaba perderlo. 

–Ven –dijo él con un tono impersonal señalando hacia el lado libre del sillón–. Tenemos mucho de lo que hablar.

Yo obedecí, a pesar de que estaba a punto de colapsar por la vergüenza. Caminé lentamente hacia él y cuando tuve que deslizarme entre él y la mesa de cristal para llegar hasta el sitio que había libre, tuve que contenerme para no echarme a reír de puro nerviosismo al ver cómo se relamía los labios.

Intenté sentarme lo más alejada posible pero no fue posible. Me cogió de la cintura y me atrajo hacia él hasta que nuestras piernas se rozaban, la suyas cubiertas por aquel estúpido pantalón. Excitada, fui a coger mi copa cuando él me lo impidió. Mirándole nerviosa, vi como bebía de la suya sin dejar de mirarme y me la ofrecía para que bebiese del mismo lugar que él. No lo dudé.

El sabor del vino recorrió mi boca y mi garganta, pero lo que de verdad me extasió fue la expresión concentrada de Alexander en mí. Segundos de un tenso y cálido silencio se rompieron cuando él dijo con voz ronca y en voz baja:

–Creo que voy a ser poco caballeroso esta noche y vas a acabar desnuda antes de lo que planeaba –lo dijo como si fuera algo molesto, cuando a mí me parecía una idea genial–. Debería castigarte por hacerme esto.

Yo no pude evitar reír y acercarme más a él. Estaba hipnotizada por su voz, me sentía desatada.

– ¿De qué forma? 

Él gimió y hundió su mano en el pelo de mi nuca, acercando nuestras bocas fuera de control. Mis manos se aferraron a su camiseta, sintiendo la humedad entre mis piernas.

–Te has vuelto muy atrevida en estos tres meses, Nadia... 

Yo asentí mientras nuestros ojos colisionaban y nuestras bocas se rozaban. Sin embargo no fundimos nuestras bocas en un salvaje beso hasta después de que yo susurrara:

–Sólo por ti, Alex. Únicamente para ti. 

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora