Capítulo diez.

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Lo siento mucho por haber tardado tanto, y se que el capítulo tampoco es tanto... Pero resulta que voy a tardar un poco mas en tener wifi (tengo que bajar una enorme cuesta para poder conseguir wifi público), asi que escribiré y subiré de poco en poco ;(.

Espero que os guste :) el próximo cap será de Nadia:3

«Un mes... Ha pasado un puto mes...» Pensé con angustia.

Había pasado un largo y doloroso mes, y todavía sentía que mi corazón iba a explotar de dolor.

Quedaba poco más de una semana para que Nadia cogiese ese avión y empezase una nueva vida lejos de mí.

Recordé el último día en el que la vi, y unas traicioneras lágrimas aparecieron en mis ojos. Me sentía impotente por saber que ella se iba, que había decidido rendirse... Pero tampoco se lo reprochaba. Me había comportado como un imbécil, y había acabado haciendo cosas que ni siquiera recordaba, y la más grande de ellas tenía el nombre de Isabella.

<<Perdóname...>> Susurré mentalmente, pidiendo que Nadia fuese capaz de perdonarme.

Me llevé las manos a los labios y suspiré con dolor al recordar el dulce sabor de Nadia, el sabor de su boca. El roce de sus labios estaba empezando a desvanecerse de mi memoria, pero el brillo de sus ojos verdes me lo recordaba todo de ella.

No podía aguantar haberla cagado tanto con ella. ¿Cómo había sido tan imbécil? La había perdido en una maldita noche en la que había intentado olvidarme del dolor... Y sólo había conseguido que me doliese todavía más su marcha.

Suspiré con los ojos cerrados y desbloqueé el teléfono, encontrándome con la galería abierta y la imagen de Nadia mirándome sonriente.

Deslicé mi mirada por su rostro con desesperación, y sentí como mi corazón se estrujaba. La echaba de menos. Quería oír su risa, su voz, sus quejas... Quería que apareciese con aquellas ropas que sólo ella tenía y que me volvían loco, pero que ella ni siquiera lo notaba.

Una sonrisa rota se extendió por mis labios al recordarla. Dios... La echaba muchísimo de menos.

De pronto, la puerta de mi habitación sonó débilmente y se abrió, dejándome ver el rostro vacilante de Nerea. Cogí aire mientras ella paseaba la mirada por mi desordenada habitación.

Cuando posó su mirada en mí, giré la cabeza para que no viese mis lágrimas y me las aparté rápidamente, tirando el teléfono a mi lado sobre el colchón.

-¿Alex? ¿Estás bien? -ella todavía no se había atrevido a entrar, y ver su rostro vacilante bajo el marco de la puerta me hizo sonreír de verdad.

Joder, era la única princesa que actualmente podía hacerme sonreír... La otra... Quería alejarse de mí.

-Claro que estoy bien, tonta -dije con la voz algo ronca-. Estaba descansando un poco.

Ella frunció el ceño al estilo Grey, y se cruzó de brazos al estilo: tengo ocho años, no soy tonta. Mi sonrisa aumentó y abrí los brazos, pidiéndole silenciosamente consuelo.

Mi pequeña demonio pareció entenderlo al instante, pues sonrió con un rastro de tristeza y se lanzó a mis brazos, dejando que la abrazase con fuerza.

-Eres el mejor hermano del mundo -susurró ella con voz infantil, escondiéndose en mi cuello. Supe que estaba sonrojada por la manera en la que evitaba que la mirase a los ojos-. No estés triste... Yo te quiero mucho, y... Nadia también.

Aquella última parte me dolió, pues ya no estaba tan seguro de eso. ¿Cuántas estupideces podía Nadia soportar?

-Gracias pequeña, yo también te quiero mucho -le respondí obviando la última parte e intentando que no se me notase la voz ahogada por el dolor.

Ella apretó su abrazo y me dio un beso en la mejilla antes de alejarse de mí y sonreír sonrojada, cogiéndome de la mano.

-Te tengo una sorpresa... -Dijo ella, tirando de mi mano-. Esta en la cocina... ¡Vamos!

Yo fruncí el ceño, curioso. ¿Qué se le había ocurrido a esta pequeña demonio? Bajamos de la mano las escaleras, y a cada paso que nos acercábamos a la cocina ella parecía más excitada.

- ¡Vamos! -se quejaba ella tirando de mi mano. Yo refunfuñaba para que esperase, pero cuando llegamos a la puerta cerrada de la cocina, me obligó a que la cogiese a caballito para que pudiera taparme los ojos- ¡Ya puedes entrar!

-Nerea si me tapas los ojos no puedo abrir -dije sonriendo, notando sus manos sobre mi rostro-. Y además te tengo que agarrar para que no te caigas.

Escuché como ella resoplaba en mi oído y rodeó mi estómago con sus piernas, dejándome casi sin aire. ¡Que bestia!

- ¡Tienes la puerta delante, sólo tienes que abrir! -se quejó, haciéndome reír-. Quejica...

Intenté varias veces abrir la puerta, hasta que por fin lo conseguí. Tenía una sonrisa divertida en los labios, y supe que aquella niña era la luz que iluminaba lo poco que me quedaba.

Di varios pasos y escuché una risita floja al lado de mi oído.

-¿Estás preparado, Alex? -preguntó Nerea en mi oído. Yo resoplé y le dije que sí-. ¡Tacháaaan!

Abrí los ojos y me quedé boquiabierto. Sobre la mesa había una enorme bandeja llena de galletas caseras... Como las que solía hacer con mi madre cuando era pequeño. Miré fijamente a mis padres, que estaban algo apartados de nosotros.

Mi madre estaba sonriente, mirándonos con los ojos brillantes de felicidad... Y con un rastro de esperanza... Esperanza para que esto me animara.
Mi padre rodeaba su cintura con los brazos y dejaba que se recostase sobre su pecho mientras hacía una mueca feliz con los labios.

-Mamá me ha ayudado, e incluso papá... ¡Pero lo he hecho yo! -Dijo Nerea, nerviosa por mi silencio-. Mamá me dijo que te gustaban las galletas... Y yo... Yo quiero que estés feliz.

Yo la dejé en el suelo, y ella me miró confundida al agacharme con una expresión seria en el rostro.

-Si las has hecho tú, no sólo me van a gustar... Serán perfectas -ella sonrió feliz y yo le di un beso en la mejilla antes de susurrarle al oído-. Eres lo mejor que tengo, enana. Gracias por todo.

Ella se sonrojó y yo sonreí, mirando a mis padres algo nervioso.

-Gracias... -susurré, ronco.

Mi madre se emocionó un poco, antes de acercarse a mi y abrazarme con fuerza. Suspiré al sentirme entre sus brazos.

-Perdón por todo lo que os dije -le susurré, culpable. Me sentía mal al recordar lo que les dije mientras estaba dolido-. No lo decía en serio.

Mi madre asintió y me dio un beso en la mejilla, mientras de fondo oíamos a Nerea regañando a nuestro padre por intentar comerse una galleta.

-No pasa nada, Alex... Lo entiendo -me acarició la mejilla y señaló la enorme bandeja de galletas-. ¿Comemos?

Yo sonreí y asentí.

A pesar de que no tenía ganas de nada, mi familia consiguió que me olvidara de todo... al menos por unas horas.

Nuestra historia continúa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora