Capítulo seis.

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Abrí los ojos con dificultad y gruñí por lo bajo cuando mi cabeza empezó a dolerme de mala manera. ¿Dónde estaba? ¿Y... quién era la pelirroja que estaba acostada a mi lado, sólo con unas bragas grises por ropa? La chica estaba acostada boca abajo, dejándome ver un tatuaje de una mariposa roja en el mismo lugar -la nuca- en el que Nadia tenía el suyo. Cerré los ojos mientras maldecía. Ese maldito tatuaje de una rosa negra en su espalda me había vuelto loco. Todavía lo hacía.

Maldije con fuerza y me senté en el borde de la cama. Sólo llevaba puestos los boxers, y por el desorden general que había en la habitación estaba seguro de que dormir no había sido lo único que había hecho ayer junto a aquella mujer.

-Mierda -susurré con dolor cuando el rostro lloroso de Nadia apareció en mi mente. ¿Cómo podía haber sido tan gilipollas? ¿Por qué Mark no me había parado los pies?

Sin embargo, una parte de mi mente -a la cual estaba empezando a odiar-, me recordó que Nadia ya no era mi novia, y que no tenía por qué sentirme así; ella se iba a marchar en dos meses a otro puto continente. Cuanto antes empezara a olvidarla mejor... O al menos, eso es lo queme decía a mí mismo para intentar adormecer el dolor que sentía en el pecho.

Me puse de pie y busqué mi ropa con rapidez, vistiéndome mientras intentaba hacer el menor ruido posible. Sin embargo, la deslumbrante pelirroja se revolvió inquieta y abrió los ojos, mirándome con una sonrisa feliz y... saciada. Mierda.

-Buenos días, Alex -susurró ella, poniéndose de rodillas sobre el colchón. Yo aparté la mirada de ella, pues estaba casi desnuda. Ella se rió suavemente y se llevó la mano a la cabeza, como si también tuviese una enorme resaca- Tranquilo, después de todo lo que hicimos anoche no me avergüenza que me veas desnuda... -de pronto, advirtió que me estaba vistiendo y dijo-: ¿Te vas? Pensé que podríamos desayunar juntos...-luego miró por la ventana y se dio cuenta de que era demasiado tarde para eso- ¿Qué tal comer?

Yo miré a la chica y tuve que contener una mueca al escuchar sus palabras. Aunque se notaba que era varios años mayor que yo, era muy guapa. Sin embargo, a pesar de su rizada melena pelirroja, pequeñas pecas repartidas por las mejillas y cuerpo de infarto... Sus grandes ojos verdes no me hacían sentir nada. Absolutamente nada.

-Yo... -balbuceé incómodo mientras me abrochaba el pantalón-. No puedo quedarme, lo siento...

Intenté recordar su nombre, pero lo único que conseguí fue que mi dolor de cabeza aumentara hasta límites insospechados. Gruñí. Dios, ¿cuánto había bebido ayer? Mirando todo lo que había hecho -entre ello, acostarme con aquella chica-, tuve que admitir que demasiado. ¡Maldito Mark! ¿Por qué me había dejado hacer tal estupidez?

-Isabella -me ayudó ella con diversión, levantándose y poniéndose una camiseta. La vi caminar hacia mí y aunque me tensé, no evité que me besara en la comisura de los labios. <<Ya no sois nada, Alex... Ella se va a ir>>, Me repetía mientras aceptaba el suave beso de aquella desconocida-. Anoche ibas muy mal, y decidí traerte aquí para dormir... Aunque claro -añadió divertida mientras caminaba hacia el baño-, al final no dormimos mucho.

Maldije entre dientes cuando la vi desaparecer tras la puerta del baño. Me pasé las manos por la cara deseando gritar y amonestarme a mi mismo. ¡Estúpido idiota! ¿Cómo me podía haber buscado tantos problemas tan rápido? Tenía que marcharme ya, la culpa me estaba matando. Palpé mis bolsillos en busca de las llaves de mi moto. Suspiré de alivio cuando las encontré en el bolsillo trasero. Nervioso, esperé a que la pelirroja -Isabella- saliese del baño.

-Me ha encantado la noche que he pasado contigo -le mentí descaradamente. La verdad es que no recordaba nada a partir de que saliese de la casa de Nadia con el corazón en un maldito puño-, pero tengo que irme. Lo siento.

Ella me miró con sus grandes ojos verdes y sonrió.

-No te preocupes... ¿Podré volver a verte?

Yo me quedé en silencio, pensándolo profundamente. Había estado a punto de decirle que esto jamás podría volver a pasar pero... ¿por qué no? Aunque me estuviese muriendo de dolor, no tenía por qué sentir culpa alguna: Nadia había elegido marcharse -o al menos, se lo estaba pensando-, y yo no quería esperar con vanas ilusiones a que ella eligiese.

Como tampoco podía decidir en su futuro. Su abuela me había contado el por qué era tan importante para Nadia la Universidad de Humboldt, y yo había decidido terminar con ella para que pudiese marcharse sin impedimentos... Lo que me dejaba a mí libre.

Miré los grandes ojos de Isabella y, a pesar de que todo mi ser me estaba gritando que me callase, le dije:

-Claro. Llámame.

Y tras esas dos palabras que conseguí decir con esfuerzo, salí del pequeño piso y de aquel edificio con la cabeza a punto de explotarme y un dolor mortal en el pecho. Lo que estaba haciendo estaba mal, pero era necesario. Nadia merecía cumplir su sueño... y yo no se lo iba a impedir.

* * * * * * *

Tras pasarme toda la noche de ayer llorando por mi ruptura con Alex, había amanecido con grandes ojeras y la cara pálida como la nieve. Mi abuela se había encargado de mí y tras haber pasado conmigo la mayor parte de la noche -aguantando mis lágrimas mientras lloraba sobre el sofá-, había conseguido que me durmiese apoyando la cabeza en su regazo.

Sin embargo, lo que esta mañana me había despertado no había sido el dolor que sentía en el pecho, o la pesadez de mis ojos, sino la voz alarmada de Aria desde la puerta de entrada, que resonaba por toda la casa. Me levanté con cansancio del sofá y caminé hacia ellas.

Miré a mi abuela, que tenía el ceño fruncido. Cuando llegué ante ambas, el silencio se hizo presente y cuando Aria me miró y vio mi estado, cerró los ojos por un momento. Su rostro palideció y susurrando unas palabras inaudibles, miró a mi abuela antes de decir:

-Aún así gracias, Kristina. Si sabes algo, por favor llámame -le pidió. Mi abuela asintió. Ahora, Aria me miraba a mí con la comprensión brillando en los ojos... como si entendiera a la perfección por lo que estaba pasando-. Se fuerte, Nadia.

Yo me quedé más pálida todavía mientras observaba sus preciosos ojos miel brillar mientras recordaba algo que le había ocurrido en el pasado. Me mordí el labio cuando ella se despidió rápidamente de nosotras y casi corrió hacia el coche, donde la esperaba Ted. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver la expresión de pura seriedad en su rostro, antes de que se despidiese de nosotras con un movimiento ligero de cabeza.

Cuando el coche desapareció de la calle, mi abuela cerró la puerta y suspiró mientras caminaba lentamente hacia el salón.

-Abuela -le dije con voz temblorosa- ¿Ha pasado algo?

Ella no me respondió al instante, sino que esperó a que me sentara en el sofá junto a ella para cogerme las manos. Aquello me puso muy nerviosa.

-Cariño, Alexander... Bueno. Desde que salió ayer de aquí, no se le ha vuelto a ver. No ha pasado por casa, y al parecer Mark tampoco está por ningún lado... -se me atascó la respiración y sentí como un nuevo dolor causado por el miedo se expandía por mi pecho-. Pero no debes preocuparte, cariño... Seguro que están los dos juntos en algún sitio.

Yo me quedé muda de dolor y me mordí el labio con fuerza, sintiendo un ramalazo de culpa inundándome.

Si algo le llegaba a pasar a Alex, jamás me lo perdonaría... Pues podría haberle detenido. Podría haberle pedido que se quedara, que lo hablásemos.

Pero no lo había hecho, y deseé no haber cometido el mayor error de mi vida.

<<Alex aparece, por favor...>>

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