01

1.5K 138 65
                                    

chaper one — dick grayson

📍SAN FRANCISCO
Atenea Maximoff

SUSPIRÉ MIRANDO CON CAUTELA MI ALREDEDOR, por más de que estas calles ya no sean Gotham, sigo teniendo terror.
Me abracé a mí misma acelerando el paso para meterme a un callejón oscuro, uno donde sé que podría esconderme para pasar desapercibida. Subí la capucha de mi abrigo desgastado, cubriéndome el pelo y la cara, retrocedí para perderme en la oscuridad.
De inmediato escuché dos voces femeninas gritando al pasar corriendo por delante mío, el corazón me latió tan fuerte que por un momento temí que se me saliera.

—¡TE DIJE QUE LA ATRAPARAS, IDIOTA!

—¡YO ESTABA EN EL ALMACÉN, ¿CÓMO SE SUPONE QUE LA ATRAPARA?!

—¡CORRIENDO!

—¿¡A DÓNDE SE FUE?

—¡NO LO SÉ! PEQUEÑA PEDAZO DE MIERDA.

Dejé de respirar aferrándome a las cosas en mis manos, rogando que se volvieran al mercado.
Luego de unos minutos decidieron rendirse, no salí de la oscuridad hasta que dejé de escucharlas a lo lejos.
Me arrodillé sacándome la mochila de la espalda, metiendo el agua, las galletas y demás comida dentro.
La colgué nuevamente sobre mis hombros y apreté el cierre del abrigo sobre mi boca, hoy hace bastante frío, lo que significa que me voy a congelar viva.

Comencé a caminar lo más discreto que pude, por suerte la gente aquí no te da importancia, simplemente sigue su camino. No ayuda mucho que sea bastante tarde y el sol se esté escondiendo, las noches aquí no son muy lindas, pero en Gotham han sido mil veces peores.

Cuando el sol desapareció, decidí meterme en un callejón para esconderme en la oscuridad, el mismo que siempre suelo usar.

No estaba en mis planes que hubiera gente ahí.

Fruncí el ceño mirándolos fijamente, esperando a que notaran mi presencia. El que estaba frente a mí lo hizo, golpeando el brazo del otro para llamar su atención y señalarme.

—Hola, dulzura —uno de ellos sonrió asquerosamente, levantándose del suelo—. ¿Vienes a divertirte?

—Este es mi callejón, lárgense —ordené fríamente, sin mostrar expresión alguna.

—Mira, Arthur, parece que la niña es ruda —se burló uno barbudo, soltando una carcajada—. Justo de esas me gustan.

—Lárguense antes de que los obligue —murmuré aferrándome a las correas de la mochila.

Miré por unos segundos la pulsera metálica en mi muñeca, aquella que mantenía mis habilidades reprimidas.
Lo único que me queda es la pelea cuerpo a cuerpo, que tampoco me quejo.

—Creo que no entiendes las reglas de la calle, preciosa —otro de ellos rió, levantando una lata de cerveza en mi dirección—. Las perras como tú vienen aquí para pedirnos servicios, no nos echan de nuestro callejón.

Casi vomito.

—Una perra como yo jamás caería tan bajo con alguien como tú —negué sonriendo con amargura—. Y esta perra puede quitarte si quiere.

𝙋𝙀𝘾𝘼𝘿𝙊 | Jason ToddDonde viven las historias. Descúbrelo ahora