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chaper sixteen — the same, again

chaper sixteen — the same, again

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📍SAN FRANCISCO
Atenea Maximoff


DESPERTÉ CON UN HORRIBLE DOLOR DE CABEZA, siento como si un maldito camión me hubiera pasado por encima.
Me incorporé despacio, tratando de enfocar la vista. Hice una mueca ante la punzada entre los ojos, pero no le importancia. Analicé mi alrededor, viendo la mesa con cuatro sillas, un sillón, la cama y una televisión.

Mi corazón se detuvo por unos segundos.

Me toqué el cuello, sintiendo una especie de collar de cuero adornarlo. Bajé la mirada, notando el traje blanco que tengo puesto.
Mi respiración se aceleró, la ansiedad no tardó en agobiarme.
Sentí mi labio inferior temblar, un zumbido llenó mis oídos.
Los recuerdos comenzaron a golpearme uno tras otro; choques eléctricos, maltratos, gritos, obligaciones, todo.

Las paredes comenzaron a cerrarse alrededor mío, reduciéndome el espacio de oxígeno.
La gente que pasa por el ventanal frente a mí me ignora como si no fuera absolutamente nada, y yo solo quiero salir de aquí.
Fui directo hacia la puerta, tomando el picaporte y girándolo, pero no se movió.
Desesperada, intenté hacerlo otra vez.

Asustada, retrocedí sobre mis pasos.

—Otra vez no, por favor —susurré temblorosa, apretando los puños con fuerza.

El aire comenzó a faltarme.

—¿Gar? —exclamé esperanzada. Nada sucedió—. ¿GAR? ¡DICK, AYUDA! ¡JASON! ¿¡ALGUIEN!? Por favor, necesito salir de aquí...

Me tomé el pecho con brusquedad, mis pulmones queman y las lágrimas no paran de caer por mis mejillas aunque no las siento.
Retrocedí asustada al ver la puerta abrirse de golpe, dando paso a una mujer morena de cabello rizado.

—Hey —ella sonrió con amabilidad, levantando las manos en signo de paz—. Señorita Maximoff, es un gusto conocerla, soy Mercy Graves. ¿Se encuentra bien? Se ve muy alterada.

—¿Quién eres? —murmuré con la voz quebrada, desconfiada. Observé cada uno de sus movimientos con cautela.

—¿Sabe dónde está? —ignoró mi pregunta, parándose frente a mí—. Se encuentra pálida, ¿desea algo para comer? ¿Beber? Tal vez te vendría bien una gaseosa para subir el azúcar en tu cuerpo.

—¿Quién eres? —repetí mirándola fijamente.

—Está bien, no voy a lastimarte —Mercy habló con suavidad, señalando hacia el sillón—. ¿Quieres sentarte un momento conmigo? Me gustaría hablar un rato.

𝙋𝙀𝘾𝘼𝘿𝙊 | Jason ToddDonde viven las historias. Descúbrelo ahora