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prólogo — origen

📍CENTRAL CITY
Años atrás
Atenea Maximoff


MIRÉ CON NERVIOS LA AGUJA QUE SE ACERCA A MI brazo, de inmediato llevé la mirada hacia mis padres, quienes observan todo desde un rincón.

—No sé si quiero hacerlo —murmuré moviendo las manos con angustia, pero se me hace imposible al estar esposada a la familia—. Mami, no quiero.

Mamá simplemente me miró, una expresión lastimera adornaba su rostro.
El contenido rojo de la inyección alteró mis latidos. Comencé a negar desesperadamente, llamando a mis padres, pero ninguno fue capaz de intervenir.
Papá me dijo que esto va a ser la solución a todos nuestros problemas, que yo sería reconocida por la gente y nos querrían, que acabaría con nuestros problemas económicos.
La solución a las cosas raras que me pasaron más de pequeña, cuando tenía cinco años y movía cosas sin pensarlo.
Actualmente tengo siete, pero me siento como de tres.

—¡Papá, por favor! —rogué sintiendo la desesperación correr por todo mi cuerpo, los agarres en mis tobillos y muñecas no me dejan moverme.

Dos científicos corrieron a inmovilizar mi brazo, ni siquiera fui consciente de que estaba llorando por el terror de querer alejarme de ese lugar.

—Atenea, quieta —ordenó mi padre, neutro—. Te dije que dejes trabajar a los doctores.

—No quiero —sollocé retorciéndome, intentando liberarme con todas mis fuerzas, pero nunca lograría ganarle a unas esposas—. ¡Mamá, ayúdame! ¡Mami!

Ninguno fue capaz de ayudarme cuando me clavaron la aguja en la vena del brazo. Ninguno se movió un centímetro cuando mis gritos llenaron el laboratorio, ni mucho menos se preocupación cuando grité que me dolía todo el cuerpo.
Sentí como si mis músculos se estuvieran desgarrado, el líquido me quema la sangre y los pulmones se me cierran.

Es como si me estuviera quemando viva.

Hombres de seguridad con las siglas S.T.A.R LABS corrieron a sugetarme contra la camilla, algunos se tapan los oídos por mis gritos, pero ninguno es capaz de ayudarme.
El mismo que me inyectó sigue a mi lado, mirándome como si no me estuviera desgastando la garganta por pedir ayuda, simplemente se quedó allí, analizándome con sus ojos fríos y desalmados.
Por un instante quise morir antes que seguir este sufrimiento, es insoportable la quemazón por todo el cuerpo y una sensación extraña instalarse en mi pecho.
Miré a mis padres en medio de todo el dolor, él sigue inmutado de mi reacción, ella parece cohibida.

Pero ninguno frenó la segunda aguja que se acercó a mi otro brazo.

[. . .]

Tres años después
Edad; diez años

Mi labio inferior tembló mirando los bloques de juguete frente a mí, los cables conectados a mi cabeza me alteran todavía más.
Ni siquiera puedo distinguir los números por la vista borrosa a causa de las lágrimas.

—Atenea, tienes que levantar esos bloques —ordenó el doctor del otro lado de la sala, mirándome a través de sus gafas redondas—. Deja de llorar, no vas a lograr nada lloriqueando.

Apreté la mandíbula mirando fijamente los objetos. Extendí apenas las manos, apuntando con mis dedos los cubos, pero nada salió de mí.
Cerré los ojos con fuerza intentando manifestar lo que ellos querían, pero nada pasó.

𝙋𝙀𝘾𝘼𝘿𝙊 | Jason ToddDonde viven las historias. Descúbrelo ahora