Capítulo 23

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Me despedí de Nathaniel con un suave beso, con la promesa de que volveríamos a vernos pronto y de que encontraría la manera de convencer a Enzo para que me dejaran volver al campamento.

Me encontraba sola y sin un lugar donde dormir, de repente escuché de nuevo un fuerte aleteo por encima de mi cabeza y en cuestión de segundos la gran criatura oscura Sirah apareció ante mí. Me acerqué a él para acariciarle el hocico y este accedió. Su compañía me alegraba. Con un gesto me hizo entender que subiera a su lomo. Estaba asustada, pero no tenía nada que perder, así que accedí.

Sirah atravesaba las nubes aún más rápido que cuando me monté en la nave pequeña de Cassiopeia. Atravesamos las montañas tan rápido que ni me di cuenta. Al principio tenía los ojos cerrados, la presión del viento contra mi cara no me dejaba abrirlos, pero al cabo de unos minutos y poco a poco, pude abrirlos. Me sentía libre como la primera vez que monté a caballo, pero esto era diferente. Sirah empezó a descender, primero levemente y después tuve que agarrarme fuerte ya que tenía la sensación de que me iba a caer. Al tocar tierra tuve que esperar unos segundos hasta que pude bajarme de su lomo. Me sentía algo mareada. Bajé y me agarré a un árbol que tenía al lado para no caer al suelo. Nos encontrábamos al otro lado de la montaña o incluso más lejos, no me había orientado muy bien. A mi alrededor solo podía ver rocas y delante tenía la entrada a una gruta o cueva oscura. Aunque había amanecido totalmente mientras volábamos, la luz no llegaba a entrar por la cueva, así que no podía ver lo que se hallaba al otro lado. Sirah me hizo señales para que me adentrase en la cueva. En un primer momento me negué pero, finalmente entré a regañadientes ya que no quería enfadar al dragón. En cuanto puse un pie en la cueva empecé a escuchar ruidos extraños. Sirah me empujó con su enorme cabeza y seguí caminando. La cueva tenía un giro a la izquierda, lo di y me quedé de piedra con lo que vi. Un haz de luz entraba por un agujero que se encontraba justo encima de nosotros por lo que se veía perfectamente a pesar de la oscuridad de antes. Cuatro pequeñas criaturas todas ellas de color negro se apresuraron hacia donde nos encontrábamos. Una de ellas se elevó con sus pequeñas alas y se subió encima de Sirah. En ese momento me di cuenta de todo. Sirah en realidad era hembra, algo que tenía bastante sentido por su nombre. Ella era la madre de aquellos pequeños.

Estuve el resto del día con los pequeños. Tres de ellos tenían los ojos verdes como su madre. El último los tenía naranjas. Con el tiempo y pensándolo bien, me percaté de que ese cambio de ojos era porque aquel pequeño era el único macho presente en la cueva. Los pequeños dragones eran un poco más bajos de estatura que yo cuando se ponían sobre sus cuatro patas traseras. Los cuatro tenían unas pequeñas alas a la espalda y en el pequeño macho se podía apreciar cómo le estaban creciendo dos inmensos bigotes, uno a cada lado de sus fauces.

Terminé sentándome contra la pared de piedra rugosa. La noche comenzaba de nuevo, por suerte, cerca de la cueva había encontrado algo de alimento y mis tripas no llegaban a rugir tanto como los pequeños dragones. Esa noche pensé en Nathaniel, ¿cómo estaría? ¿Habría convencido a Enzo para que me dejase volver? Le había salvado la vida. Podría ser prueba suficiente de confianza hacia él. También pensé en Leo. ¿Cómo estaría en ese momento? Recé para que estuviera vivo, de lo contrario no me lo perdonaría jamás. En mis pensamientos también había un hueco para Lauren, mi querida hermana. Tampoco sabía si seguía viva. Mi familia ahora estaba muy lejos de mí y mi pequeño Ansel seguro que estaría preocupado, incluso mis padres. No paraba de darle vueltas hasta que el pequeño dragón de ojos naranjas se acercó a mí.

—¿Qué pasa pequeño?

Este acercó su cabeza a mi mano para que le acariciase, igual que si fuera un perro suplicando cariño, aunque este fuera mucho más grande que uno normal.

CASSIOPEIA Parte 1 -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora