Capítulo 5

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Leo y yo caminábamos bastante despacio para que nos diera tiempo a pensar en algún plan antes de llegar a su aldea, estábamos cansados y teníamos las muñecas atadas tras la espalda, lo que hacía más difícil seguirles el paso. De vez en cuando nos llevábamos un empujón, cortesía de los hombres que llevábamos pisándonos los talones. Un par de ellos tenían a nuestros caballos, tiraban de ellos para que nos siguieran. Pronto divisamos su aldea a lo lejos. Esta era totalmente diferente a las aldeas que había visto por el momento. Al ver el lujo de detalles que tenía Nerona me quedé impactada. Por algo era la aldea con más renombre. Sus casas estaban mucho más elaboradas que en Egon o Damna. Las calles estaban totalmente iluminadas y con pavimentos de ladrillo gris construidos entre edificios. Varios hombres aguardaban la entrada de la caseta donde nos obligaron a entrar con empujones.

Dentro de aquel habitáculo, una luz parpadeante nos cegó por completo, en cuanto pude recuperar la vista, me percaté que el vestido de Dahlia estaba totalmente arruinado por culpa del fangoso camino que habíamos recorrido para llegar hasta allí. La habitación no estaba realmente decorada, varias armas colgaban en las paredes. Algunas de esas armas eran de fuego, me pregunté por qué no las habían utilizado con nosotros antes.

Los hombres se desatendieron por un momento de nosotros. Por otro lado Leo no soltaba ni una palabra. ¿Estaría pensando en algo?

—Acércate —susurró Leo para que solo yo le pudiera oír.

Sus manos atadas se acercaron sigilosamente a las mías con un cuchillo.

—¿De dónde has sacado eso? —pregunté sorprendida.

Por eso había estado tan callado todo el tiempo, había estado escondiendo el cuchillo en una de sus mangas.

—Cállate y no grites —rechistó acercando cada vez más su espalda contra la mía—. Voy a cortar las cuerdas, en cuanto lo haga, coges el cuchillo y haces lo mismo conmigo, ¿entendido?

—Sí, claro —afirmé mientras la afilada cuchilla cortaba las cuerdas muy cerca de mis muñecas.

En pocos segundos estaba libre. Agarré el cuchillo como me había indicado y sin cambiar de postura para que no sospecharan empecé a cortar su cuerda, pero por alguna extraña razón no conseguía cortarla del todo.

—Emma, ¿qué está pasando? Date prisa nos están mirando, van a acercarse —dijo enfadado.

No tenía la fuerza suficiente como para cortar las cuerdas de espaldas, tenía miedo de cortarle a él. En ese momento dos de los hombres se acercaron.

—¡Tú! —gritó uno—. ¿Qué crees que estás haciendo? —se acercó corriendo y me agarró de un brazo.

En cuanto me levantó, se percató de que las cuerdas que antes apresaban mis manos ya no estaban, en cambio tenía un cuchillo en una de ellas.

Sin pensarlo dos veces, alcé una de mis piernas para golpearle mandándole al suelo. El otro hombre intentó abalanzarse sobre mí de un salto, pero fui más rápida y me agaché haciendo que cayera de boca contra una mesa de metal.

—¡Ahora rápido! Quítame estas cuerdas —exclamó Leo que se había levantado pero aún no tenía movilidad suficiente como para ayudarme.

Me acerqué rápidamente a su espalda con el cuchillo en la mano y empecé a cortar. Uno de los hombres se levantó y me agarró por la espalda con fuerza, el cuchillo que tenía entre mis manos cayó al suelo, por suerte había cortado suficiente cuerda como para que mi compañero consiguiera deshacerse de sus ataduras. Recordé lo que me había enseñado Leo el día anterior y pude quitarme de encima a aquel hombre. Leo golpeó con un buen derechazo al otro hombre que se quedó en el suelo sin moverse y con la cara llena de sangre. Nos miramos en señal de aprobación, pero esa pequeña distracción fue decisiva para que el hombre que quedaba consciente cogiera uno de sus cuchillos y me lo acercara a la garganta quedándome atrapada entre su cuerpo y la afilada arma.

—Se acabaron las tonterías —ordenó el hombre apretando cada vez más el cuchillo contra mi garganta.

Pude sentir como unas gotas de sangre resbalaban por mi cuello.

—¡Suelta el cuchillo! —gritó a Leo.

—Déjala ir y lo haré —respondió con cara de pocos amigos.

Nunca le había visto tan enfadado.

—No me vengas con exigencias jovencito —contestó el hombre.

Su barba larga y sucia se posaba sobre uno de mis hombros mientras hincaba cada vez más el cuchillo.

—Deja el cuchillo en el suelo y la liberaré.

—Está bien —dijo finalmente Leo dejando el cuchillo en el suelo—. Lo siento Emma, no quiero que te hagan daño.

—No te preocupes —respondí con un hilo de voz a causa del miedo.

El cuello me dolía y la presión me estaba dejando sin respiración.

—Muy bien —exclamó el hombre barbudo riéndose a carcajadas—. Buenos chicos.

Entre carcajada y carcajada la presión sobre mi cuerpo fue cediendo a mi favor. Tuve una idea, pero no sabía cómo podía terminar, estaba perdida de todas formas, así que me arriesgué. Me agaché echando todo mi peso hacia delante a pesar de que cada vez sentía más la cuchilla en mi piel. Levanté mi brazo derecho y agarré como pude el cuchillo con velocidad sorprendiendo a si a mi opresor. La adrenalina recorrió mi cuerpo en milésimas de segundo y me lo quité de encima. Me coloqué delante del hombre y sin pensarlo dos veces le atravesé la garganta con su propia arma. La sangre rebosaba y un hilo de sangre brotaba por su boca. El cuerpo sin vida cayó al suelo sin ningún ápice de esperanza.

—Mierda, ¿qué he hecho?

Solté el cuchillo todavía en shock, sentía como me temblaba cada célula de mi cuerpo. Leo me agarró de la mano y me empujó tras él para salir lo más rápido de Nerona.

Corrimos lo más deprisa que pudimos para que cuando los demás hombres de la aldea se dieran cuenta de lo que había pasado ya no pudieran alcanzarnos. Por suerte, Leo había cortado las cuerdas de los caballos y estos habían salido corriendo. Nos detuvimos cerca de un arroyo y caímos al suelo del agotamiento. Miré mis manos completamente manchadas de sangre del hombre y de la mía propia que seguía brotando débilmente por mi cuello. Me abalancé al arroyo y lavé mis manos con furia, queriendo borrar los rastros de cualquier muerte sobre mí. Estaba totalmente horrorizada por lo que había hecho.

—Tenemos que curar esa herida —dijo Leo acariciando mi cuello con suavidad.

Miró la herida y después fijamente a mis ojos.

—Has sido muy valiente.

—Lo he matado —susurré confusa—. Lo he matado, su cuello... —repetí sin parar, repasando toda la sádica escena en mi mente.

—Emma mírame, ¡Emma! —gritó agarrando mi cara, esta vez con las dos manos para que solo pudiera mirarle a los ojos—. Ya se acabó, ¿hubieras preferido morir tú? Tal vez sea hora de que aprendas una lección, a veces es necesario matar antes de que te maten a ti. Se llama supervivencia.

Negué con la cabeza. Leo tenía razón, era él o nosotros y no iba a quedarme de brazos cruzados mientras me rajaban la garganta.

—De momento esto te servirá —susurró colocando sobre la herida una gasa de algodón que había mojado previamente en el agua.

—¿De dónde has sacado eso? —pregunté confusa.

—No puedes irte de aventura sin prevenir posibles situaciones —contestó con una sonrisa acariciando mi cuello donde se encontraba la herida ya cubierta en su totalidad por la gasa.

—Gracias —respondí algo avergonzaba.

La temperatura de mi cuerpo había subido levemente tras su contacto.

—Bien, tenemos que llegar a Egon cuanto antes —respondió con un ligero nerviosismo en la voz.

Me agarró la mano de nuevo aportándome seguridad.

Me levanté del suelo con su ayuda. Las ropas de Dahlia estaban totalmente arruinadas. Una mezcla de sangre, barro y agua del arroyo había destrozado el color. Me sacudí el agua sucia que quedaba entre mis dedos y continuamos caminando junto al arroyo. Sabía que estábamos cerca.

CASSIOPEIA Parte 1 -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora