CAPÍTULO 31: CAMINOS DIVIDIDOS

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26 de octubre de 1741

Es de mañana y la tripulación del fantasma del pacífico está lista para zarpar hacia la isla Gavedra. Catherine se encuentra todavía en el muelle terminando de ultimar detalles. Da un largo suspiro y dirige su mirada hacia el gran barco, hay una sensación que no termina de entender.

Se supone que Heinrik averiguaría dónde se encuentran los saqueadores para así saber dónde ir cuando vayan a atacarlos; el problema, es que esa información sigue siendo desconocida, y si se va ahora mismo a la isla en el sur, demorará mucho tiempo en retornar.

Gavedra queda tan lejos como la isla calavera, entre ir y venir, son dos largos meses de los que no sabe si dispone antes de que Arden sufra un destino incierto.

—Mi capitana, ¿le sucede algo? —indaga Heinrik, quien la acompaña en ese momento.

—Estaba decidida a irme a conseguir esos cañones, pero creo que ahora no estoy tan segura.

—¿Qué la hizo cambiar de parecer?

—Creo que perderíamos mucho tiempo si vamos primero a Gavedra —dice con el semblante dubitativo.

—¿Entonces ya no zarpamos?

—Necesitamos esos cañones.

Catherine se rasca la cabeza intentando pensar en una solución. Arden ya está en el barco y todos los marineros parecen listos para el gran viaje, decirles que no irían sería como darles una puñalada en su orgullo de pirata.

—Si tan solo pudiéramos estar en dos sitios a la vez —murmura Heinrik. Catherine lo escucha y voltea a verlo con los ojos encendidos en brillo.

—¡Eso es! Sí podemos estar en dos sitios a la vez.

El contramaestre la mira sin entender nada de lo que ha dicho. Ella sale corriendo hacia el barco y sube corriendo la plancha para abordar. Arden está sin camisa mientras amarra unas sogas en nudo. Por un instante la visión de la capitana se nubla por completo, y solo enfoca el torso desnudo y bronceado del pirata. Se muerde el labio al verlo allí, tan sensual y ardiente.

—Catherine —dice él cuando la ve con una gran sonrisa.

—Arden. —Ahoga un jadeo y carraspea la garganta para disimular ante los demás, aunque cada uno de ellos estaba en sus propios asuntos—. Arden —repite—, se me ha ocurrido una maravillosa idea.

—Me la puedes contar cuando zarpemos, ya estamos atrasados.

—No, es que de eso se trata.

El pirata deja la soga de lado y se yergue imponente hacia ella. A la pelirroja le tiemblan las piernas y se le mojan las bragas solo de verlo así. Le dan ganas de tenerlo sobre la cubierta de ese barco otra vez. Sacude su cabeza para concentrarse y le sonríe con las mejillas rojas, como si él supiera lo que está pensando.

—No entiendo, ¿de qué se trata?

—Demoraremos dos meses o más en hacer el recorrido hasta Gavedra, eso es tiempo valioso que no tenemos. No sabemos dónde están los saqueadores, y no podemos esperar que, con suerte, en todo ese tiempo, todavía conserven el objeto ese.

—Bien, ¿cuál es tu punto? —pregunta encogiéndose de hombros.

—Mi punto es que debemos hacer las dos cosas a la vez, así cuando vuelvas con los cañones, estaremos listos esperándote para acabar de una vez con esos desgraciados.

—¿Cuándo vuelva? ¿Yo? No entiendo a qué te refieres. —Se cruza de brazos y su rostro se torna serio.

Catherine no quiere hacer una escena frente a sus hombres, así que lo jala del brazo y se lo lleva al camarote de la capitana. Una vez adentro, cierra la puerta y se apoya en la madera con los labios fruncidos.

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