CAPÍTULO 44: UN NUEVO PROBLEMA

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30 de noviembre de 1741

—¡Berry! —grita la capitana.

El pirata está empapado en su propia sangre y no abre los ojos. Catherine lo mira horrorizada y llena de pánico. No entiende qué es lo que pasó, solo puede pensar que alguien debe salvarle la vida ya mismo.

Arden la mira con los ojos desconcertados mientras sujeta al cartógrafo entre sus brazos. Sus manos irremediablemente se llenan de sangre, entretanto, Catherine sale corriendo para buscar a Flint Penney, es el único que se le ocurre en ese momento.

Se siente desorientada mientras corre, casi desconectada de todo lo que está pasando. Si pierde a Berry, pierden la oportunidad de encontrar y leer el resto del mapa, pero es lo único que le preocupa; Berry ha sido un gran amigo y compañero desde hace muchos años, y sentir que no puede hacer nada; solo ver como su vida se escapa, sin poder ayudarlo; le produce una ira y frustración terrible.

Flint ya se había adecuado a la tripulación, le gustaba la vida del mar, más de lo que quería admitir. Catherine está segura de que debe encontrarse donde siempre se reúnen a tomar luego de navegar.

Frena en seco cuando se detiene y lo ve allí sentado, junto a Heinrik, Cooke y Selwyn. Los cuatro ríen con familiaridad, como si no se estuviera desmoronando otra persona a unos pocos metros más allá.

—¡Flint! ¡Vamos, rápido! —Lo toma del brazo, lo jala para ponerlo de pie y empieza a arrastrarlo consigo.

—Mi capitana, ¿qué sucede?

—Es Berry. —Lo mira con los ojos desorbitados y casi a punto de llorar, pero se contiene porque debe ser fuerte frente a sus marineros.

—¿Qué le pasó a Berry? —pregunta Cooke con un tono de preocupación evidente en la voz. Los demás se ponen de pie.

—Vamos y allá les explico, es urgente —apremia la capitana.

Los cuatro hombres asienten y retoman la carrera para volver a la casa del cartógrafo. Catherine siente que se han demorado una eternidad. Ese extraño polvo dorado podría haberlo matado ya.

Cuando al fin llegan, Arden ya lo ha colocado con cuidado en la cama de su habitación. Todavía tiene las manos ensangrentadas y el semblante sombrío. No le ve buena pinta al hombre. La pelirroja se acerca para observarlo, mientras Flint se apersona al lado de su cama y lo examina a simple vista.

Berry, que hasta hace poco era un hombre vigoroso, de piel canela y vivaz, ahora se veía casi de color gris, sus labios se han resecado hasta cuartearse, y se ve increíblemente delgado. Catherine no puede entender cómo es posible que se haya consumido tan rápido, parece una persona convaleciente a punto de morir.

Arden se aparta para darle espacio a Flint de hacer su trabajo y se acerca a la capitana, quien le sujeta la mano sin importar que esté sucia de sangre. Él la sujeta con fuerza y la rodea con sus brazos.

—¿Qué tiene? —pregunta Heinrik.

—No tengo idea, nunca había visto algo así —afirma el doctor—. ¿Qué fue lo que pasó?

—Berry abrió el medallón, deslizó la cubierta del grabado de árbol contra la otra tapa y de la nada salió un polvillo dorado que iluminó los dos libros del mapa —explica Catherine. Los cuatro hombres se giran hacia la sala, donde están todavía los libros y el medallón tirados en el suelo—. Ese polvo de alguna forma se fue directo hasta su nariz y él lo aspiró. Luego empezó a toser y escupir sangre y perdió el conocimiento.

Flint se levanta y corre hacia donde está el medallón junto al mapa. Toma el objeto y lo examina en busca del polvo, igualmente el mapa, que ahora resplandece con un ligero destello dorado en las partes ocultas que antes no se podían ver. Cuando Flint lo mueve, las zonas marcadas aparecen y desaparecen de la vista, dependiendo de la zona de luz que le caiga.

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