CAPÍTULO 83: ATANDO CABOS

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21 de marzo de 1742 (cuatro días antes)

Esa mañana en Queen Bay todo se siente gris y apagado, o quizá es Andrew Sallow quien lo interpreta así. Desde que ella le dijo que prefería estar con Arden, todo su mundo se desmoronó. No quiso volver a su casa para tener que enfrentar a su madre y su disgusto por haberle presentado una "prometida" de forma inesperada; mucho menos para aguantarse su cara de felicidad al decirle que todo se había acabado.

En retrospectiva, no pensó bien las cosas. Fue un grave error haberla llevado sin previo aviso a conocer a sus padres, y querer forzarle una vida que no tuvo ni tendrá. Algo que no es.

Para mantener distancias prefirió quedarse en casa de Isaac, junto a Jacob.

—Apresúrate Jacob. Debes ir a ponerla en un lugar seguro —apremia Andrew.

—No entiendo por qué no puedes hacerlo tú. No duraron ni un día aquí y ya se pelearon —comenta sin darle demasiada importancia.

Andrew lo mira con cara de pocos amigos y él baja la cabeza.

—Ya te lo dije, debo distraer al nuevo comodoro. Deben creer que me estoy yendo a Chegón.

—¿Cómo le vas a hacer creer eso sin que se den cuenta de que no vas en el barco rumbo al reino continental del oeste?

—Ya lo resolveré cuando llegue allá —asegura encogiéndose de hombros.

Entre tanta gente, seguramente no se darían cuenta que faltaría él en el barco, o al menos eso es lo que espera que pase.

Andrew termina de ponerse la ropa y sale corriendo, habiendo dejado las instrucciones precisas a sus dos hombres de confianza para que ayudasen a Catherine.

Por mucho que no lo admitiera frente a ellos, la realidad es que sí está buscando evitarla por todos los medios. Entre más tiempo posible pase lejos de ella, le es más fácil mantener sus sentimientos y el dolor a raya. No cree que pueda soportar ver cómo se reencuentra con Arden, ni mucho menos ver cuando ella acepte su propuesta de matrimonio y se case con él en el barco.

Mete la mano en el bolsillo y palpa el objeto redondo que se había robado hacía varias semanas atrás. Todavía le cuesta trabajo creer que nadie se haya dado cuenta de que la brújula mágica había desaparecido.

Al principio se la había robado con la intención de ubicar la isla de Birronto una vez que todo eso terminase. No contaba con la información de que ahora la isla estaba desprotegida de la magia que la mantenía oculta.

Ahora, agradece haberlo hecho, o de otra forma, no será capaz de llegar a Birronto sin la ayuda de los piratas.

—Pero seguramente Catherine me odiará cuando sepa que lo he hecho —pronuncia en voz alta para sí mismo—. No importa, es lo mejor. Si me vuelve a odiar, será más fácil para mí olvidarla.

Va caminando sin prestarle atención realmente al camino. Sus pies lo llevan en la dirección correcta, pero su mente está muy lejos de ahí, divagando en los recuerdos de Catherine esa noche en el bosque.

«No es solo eso, son tantas cosas. Somos muy diferentes» —le dice la pelirroja.

«En cambio con él todo es perfecto, ¿es eso?».

«Sí».

«¿Lo amas a él? ¿Lo eliges a él?».

El recuerdo de la conversación se reproduce en su mente una y otra vez. Ella no fue capaz de contestarle ese cuestionamiento, en cambio dijo:

«No soy capaz de seguir haciéndote daño, ni a ti, ni a él. Es mejor que dejemos las cosas así. Olvídate de mí, Andrew».

—¿Cómo puedo olvidarme de ti, mujer? Si te llevo grabada en mi piel y en mi corazón —susurra con un nudo en la garganta.

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