01 de diciembre de 1741
Andrew tiene bien sujetas las caderas de la pirata y la besa en una espiral de pasión incontenible. Ella está deseosa por arrancarle la ropa, pero de pronto siente algo que le dice que no está bien lo que ocurre.
Se separa un poco de Catherine para mirarla y ve con horror como sus ojos ya no tienen pupila, en cambio, son completamente blancos e inexpresivos. Da dos pasos para alejarse de ella, sin embargo, la chica lo sigue como si él fuese el dulce más delicioso e irresistible del mundo.
—Catherine, ¿qué le sucede? —pregunta sin obtener una respuesta.
Comienza a escuchar a lo lejos un canto que resuena en la selva donde está metido. Es un canto dulce y melodioso, no parece provenir de ninguna voz que él haya escuchado antes.
La capitana se le lanza encima en busca de quitarle la ropa. Andrew sabe que está en un trance y debe sacarla de allí a como dé lugar.
—Catherine, espere, sé que desde hace días sueño con esto, pero preferiría que estuviese consciente cuando la hago mía.
Sabe que ella no lo escucha, pero de todas formas se ríe de su propio chiste. Toma a la capitana como si fuese un costal igual que aquella vez y sale corriendo para salir de ese lugar. El único problema es que parece que se ha desorientado, porque no tiene idea de hacia dónde está la salida.
—Vamos comodoro, sé que quiere hacerme suya, tómeme por completo, estoy lista para usted —susurra Catherine en los hombros de Andrew.
—No me tientes mujer —responde, aunque sabe que podría cumplirle el capricho allí mismo si lo desea.
Sacude la cabeza apartando esos pensamientos. El cántico que escucha ahora es mucho más fuerte. Cree que ha llegado a la salida del islote cuando escucha agua en movimiento, pero se decepciona al darse cuenta de que no es el mar lo que ha oído.
Un enorme lago circular está justo en medio del islote. El agua es marina; lo sabe por el color, sin embargo, no es eso lo que lo hace detenerse en seco, sino lo que ve en el agua.
Un grupo de mujeres con el torso desnudo nadan risueñas en el lago de agua salada. Son tan hermosas que no puede creer que lo que está viendo sea real.
Se esconde detrás de un arbusto y las observa con mayor énfasis. Esas no son mujeres. Alcanza a ver una cola larga y de color tornasol, que se une al torso desnudo de una de las supuestas mujeres.
Ni en sus más locos sueños habría jurado que las sirenas existen, pero no puede negar lo que es evidente a la vista. Hay tres sirenas nadando en medio de un islote cerca al abismo de Naim.
—Las leyendas son ciertas —se dice a sí mismo.
El corazón le late acelerado, pues el cantico que escucha proviene de una de ellas. De pronto sale otra del agua, demasiado cerca de donde él está. Catherine no deja de reír e imitar el canto de la mujer, así que la baja y le tapa la boca.
Ella le lame la palma de la mano y una corriente de excitación lo distrae por un segundo.
—Basta, Catherine. No creo que esas sirenas quieran simplemente nadar con nosotros —susurra.
Se vuelve a asomar y entonces ve a lo lejos a uno de los piratas de la tripulación que se había bajado a explorar. Abre los ojos hasta el límite y su respiración se acrecienta.
El marino camina hacia el lago en el mismo trance que la capitana. Una de las sirenas lo ve y se acerca a él, quien se detiene en una roca justo a la orilla del agua.
Desde donde está no puede escuchar lo que le dice, pero está seguro de que puede hablar porque la ve mover los labios. El marino asiente y le extiende la mano con dulzura, entonces la sirena le sonríe y lo toma de la muñeca, un segundo después lo jala hacia el agua y este cae salpicando un montón de agua a su alrededor.
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Deseo Profundo
FantasyCatherine Riley es la mujer pirata más fiera de los mares del norte. Le ha costado ganarse el título de reina del mar, pero lo ha logrado con creces, y es que para ella el problema nunca ha sido ser la más temeraria entre piratas. Pero en cuestiones...