TERCERA PARTE
06 de noviembre de 1741
Los vientos no están a su favor esa tarde. A la capitana le cuesta trabajo remar el bote sola, sobre todo con el peso casi muerto que lleva del comodoro. El hombre se había despertado en varias ocasiones, pero ella ya le había vendado los ojos y solo le daba un par de tragos de agua fresca al día, para evitar que se descompensara. Alcanza a ver el sol poniéndose en el horizonte lejano. El océano en se momento se ve entre un azul y un naranja intenso que le da un aspecto mágico.
Al otro lado está la isla de Birronto a lo lejos. Desde allí no logra divisar ningún barco, y duda mucho que logren verla por el reflejo de la luz sobre el agua, así que hace su mejor esfuerzo por remar hasta la costa sin ayuda.
Para cuando llega a la costa, el sol ya se ha ocultado en el horizonte dando paso a la noche. No hay estrellas esta vez, pues el cielo está particularmente nublado, y la luna está en nueva.
Ha decidido no atracar en el puerto como normalmente lo haría, no quiere tener que lidiar con las preguntas sobre por qué tiene al comodoro secuestrado y aturdido en un pequeño bote a remo, además, a él no le conviene que sepan que está allí, o su visita a Birronto podría ser muy corta.
Andrew comienza a quejarse nuevamente. El dolor del golpe no se ha ido, pero al menos ya ha dejado de sangrar.
—¿Ya hemos llegado? —pregunta con un tono bastante natural.
—¿Hace cuánto que está consciente? —le pregunta con los ojos entrecerrados.
—Hace bastante.
—Entonces es muy bueno fingiendo estar medio muerto —bufa la pelirroja.
Catherine se baja del bote y termina de jalarlo hasta la costa, donde la marea no lo alcance.
—Me duele la cabeza, si necesitaba mi sangre, me lo hubiera pedido con más amabilidad, no era necesario romperme el cráneo —se queja con una sonrisa.
Ella lo mira y agradece que él no pueda verle el rostro, gira los ojos y le hace un gesto obsceno con la mano.
—Le pediré a mi médico que lo examine, no creo que sea tan grave. ¿Se puede poner de pie? —pregunta, pero no le da opción a responder, lo sujeta de los brazos y lo obliga a levantarse.
El comodoro se pone de pie con dificultad y cojea un poco, casi se cae cuando salta afuera del bote, pero ella alcanza a sujetarlo, poniendo las manos contra su pecho. Sus rostros quedan muy cerca el uno del otro y por una fracción de segundo, ella lo observa fijamente. A pesar de que tiene la venda en los ojos, puede sentir la mirada intensa del comodoro, su aliento cálido respira en su mejilla y a ella se le eriza la piel.
—¿Cómo hace para oler siempre tan bien? Como a brisa tropical —susurra Andrew en su oído.
—Es olor a sal de mar —responde cortante y lo empuja para alejarlo; de forma inevitable, él cae a la arena. No le dice nada, pero se está riendo, y eso la hace enojar.
Odia que le parezca divertida su debilidad por él.
—¿Ya me puedo quitar esto?
—¡No! —grita.
—Le aseguro que no tengo una visión telescópica como para mirar de aquí a Queen Bay y saber la ubicación de la isla.
—Entre menos sepas de Birronto, mejor.
Lo vuelve a ayudar a levantarse y lo jala de la cuerda con la que lleva amarradas sus manos, como si fuese un perrito. Andrew la sigue en silencio, solo le queda confiar en ella, sin saber hacia dónde lo está llevando.
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Deseo Profundo
FantasyCatherine Riley es la mujer pirata más fiera de los mares del norte. Le ha costado ganarse el título de reina del mar, pero lo ha logrado con creces, y es que para ella el problema nunca ha sido ser la más temeraria entre piratas. Pero en cuestiones...