CAPÍTULO 50: RUMBO AL SUR

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10 de noviembre de 1741

El barco se mece con violencia esa noche. La tormenta es intensa y todos los marineros solo tratan de resistir la inclemencia del clima sin perecer en el intento. Catherine está empapada de agua, la ropa le chorrea y el agua fría de la lluvia le golpea el sombrero provocando un ruido ensordecedor que no la deja escuchar nada más, mientras se mantiene firme en el timón del barco. El viento helado se le mete hasta el hueso y el cuerpo le tiembla de escalofríos, pero no puede dejar al fantasma del pacífico a su suerte en semejante tempestad.

Arden está con ella, sujetando las sogas que sostienen las velas para evitar que se suelten como aquella vez.

—¡Resiste un poco más! Ya está por pasar —le grita ella en un intento por darse un poco de ánimo. Los demás piratas están dispersos por el barco, tratando de sujetar las demás velas, y otros más se encuentran en las galeras.

No es la primera vez que Catherine está en una tormenta como esa; si de solo recordar la última en donde casi pierde a Arden, le produce más miedo que los mismos truenos y relámpagos que centellan a la distancia. Solo ruega que uno de esos no impacte en los mástiles del barco, o se pondrían negras las cosas.

Incluso en un momento como ese, piensa en el comodoro. Andrew está encerrado en la celda que acondicionó para él en el barco. Se pregunta si el movimiento tan violento del navío le habrá provocado náuseas, o si tiene estómago de hierro para resistirlo.

Aunque quisiera ir a ver cómo está, no puede hacerlo, pues debe disimular ante los demás, pero sobre todo ante Arden.

Luego de esa pequeña escena que le había hecho en Birronto, está más segura que nunca de que él de alguna forma sospecha algo. Lo que sea que perciba entre el comodoro y ella, es demasiado evidente como para ocultarlo, así que la mejor opción es simplemente, evitarlo a toda costa.

La lluvia empieza a mermar y las nubes oscuras parecen dispersarse. Por suerte lograron mantener el rumbo hacia el sur sin que la tormenta los desviara demasiado.

Cuando está más calmado el océano, Catherine se da el descanso de soltar el timón. Su contramaestre toma el timón en su lugar, mientras ella va a cambiarse de ropa.

—Sequen la cubierta —ordena a sus hombres antes de entrar.

Arden la sigue y se mete al camarote de igual forma.

Desde que han partido, ella no tiene deseos de estar con él. No quiere pensar en los motivos, a pesar de que muy en el fondo lo sabe.

Le incomoda pensar que él está allí también, e imaginarse su rostro cuando el otro la toca.

Sabe que Arden está a sus espaldas, pero no se gira para mirarlo. Se desviste de prisa y corre a buscar ropa seca.

—¿Por qué me tientas así? —susurra acercándose a ella. Sus dedos acarician sus hombros desnudos y ella siente una oleada de placer, pero se aleja enseguida.

—Yo no estoy haciendo nada —asegura, y se coloca el vestido antes de que Arden toque algo más.

—Estas volviéndome loco mujer —dice con la voz rasposa.

La capitana se gira para mirarlo a los ojos y nota un bulto en su pantalón. Siente un poco de pena por tener que hacerle eso, pero no puede olvidar que Andrew va en ese mismo barco.

—Lo siento, no me siento bien —susurra sin verlo.

No puede mentirle si lo mira a los ojos.

—Está bien —acepta con resignación.

—¿Por qué no solo nos acostamos a dormir? Estoy realmente agotada.

Arden asiente y la toma de la mano, se deshace de la ropa mojada y se la cambia por una seca. Ella lo espera sentada en la cama con una sonrisa. Cuando él está listo, se recuestan. Arden la rodea, abrazándola por la espalda. Ella apoya su cabeza en uno de los brazos del pirata y se quedan así un buen rato, pero ninguno de los dos se duerme.

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